Artículo del Obispo de Asidonia – Jerez, D. Juan del Río Martín. Los evangelios atestiguan la novedad de la actitud de Jesús ante las mujeres. Sus enseñanzas y el modo de comportarse reflejan el reconocimiento de la igualdad y dignidad de hombres y mujeres. Cristo inició una revolución, a veces ignorada, a favor de las mujeres. Él se aleja de los planteamientos discriminatorios propio de su tiempo y contempla a las mujeres de una forma nueva: las llama a ocupar un sitio y un papel en la comunidad que nace en el Calvario. Igualmente, desde el principio de la actividad apostólica del Nazareno, ellas saben corresponder con generosidad a la misión y muestran hacia Él una sensibilidad especial, propia de su feminidad. Así, Jesús “nacido de mujer”, siempre tuvo en su séquito mujeres que lo acompañaban y lo cuidaban. Al final de su vida, cuando todos lo abandonaron, allí está la “Mujer”, su madre, y las “otras mujeres” (cf. Jn 19,25-27).
El acontecimiento central del cristianismo es que Cristo ha muerto y ha resucitado para librarnos de la muerte y del pecado. Esto no es consecuencia de la exaltación mística de un fracaso, ni una invención de la fe de los discípulos, sino que “el misterio de la resurrección de Jesús es un suceso real que tuvo manifestaciones históricamente comprobadas como lo atestigua el Nuevo Testamento” (CEC, 639). Ahora bien, poner a las mujeres como protagonistas de las apariciones del Resucitado en una cultura donde su testimonio no tenía valor no era la mejor garantía para certificar la certeza de lo sucedido. Sin embargo, ahí están ellas, puestas por los evangelistas como las primeras testigos de la Resurrección. Las mujeres son las que llegan antes al sepulcro, se lo encuentran vacío y escuchan la gran noticia que comunicarán a los discípulos:”No está aquí, ha resucitado como lo había anunciado” (Mt 28,6). Son las primeras en abrazarle los pies (cf. Mt 28,9). El Evangelio de Juan pone de relieve el papel especial de María de Magdala que, en la tradición cristiana, es llamada “la apóstol de los apóstoles” porque fue testigo ocular de Cristo resucitado y la primera en dar testimonio de Él ante los apóstoles (cf. Jn 20,1-9).
Celebrar la Pascua es confesar que en la historia y en el mundo ha entrado una fuerza que todo lo renueva y lo transforma. Éste es el Espíritu del Resucitado, que vence a cualquier dominador, que sana toda enfermedad, que revive lo caduco, que aniquila la violencia con el don de la paz. Él mismo trató a las mujeres con tanto respeto y dignidad que quiso confiarles las verdades del Reino, porque es el Dios de la vida y de la libertad, que no hace acepción de personas y a todos nos ama y salva por igual. En la actualidad, padecemos la lacra de la violencia machista contra las mujeres, que son maltratadas, humilladas, explotadas, convertidas en meros objetos de consumo, y en demasiadas ocasiones en victimas mortales. Ante estas circunstancias, alzamos nuestros ojos en este domingo de Pascua hacia “Aquél que todo lo puede”, para que nos libre de este mal.
No miremos a otro lado, como si eso le pasara sólo a los otros, porque mañana podría tocarle a alguien de los tuyos. Denunciemos y condenemos estos sucesos criminales. Esforcémonos por unir a instituciones y agentes sociales en el combate contra las causas que originan estos hechos tan inhumanos. Seamos audaces, creativos y generosos en las medidas de protección a las mujeres amenazadas. Multipliquemos los esfuerzos para educar en la paz y en el amor mutuo a las futuras generaciones, a fin de que alejen de sus corazones y mentes todo tipo de discriminación, de actitudes posesivas y autoritarias que degeneran en el trágico fin de tantas mujeres.
+Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez