El buen humor

Artículo semanal del Obispo de Asidonia – Jerez, D. Juan del Río. Los Evangelios, al narrar las apariciones del Señor Resucitado, siempre nos hablan del gozo y la alegría que producían en los testigos. Pues bien, el humor, el buen ánimo es el rostro de la alegría pascual. ¡Cuánto se agradecen en la convivencia familiar y social las buenas maneras, el encarar los problemas con buen tono, el evitar los malos modos y el que no se apague la sonrisa a nuestro alrededor!

El humor ha sido objeto de estudio desde la Filosofía antigua, pasando por la Teología, hasta la Psicología moderna. No han faltado ejemplos de santos, como San Felipe Neri o San Juan Bosco, que hicieron del regocijo y el júbilo vehículos de su pastoral y contacto con los demás.

Se puede hablar del humor desde muchos puntos de vista. Así, para unos,  se trataría de un dispositivo de liberación de tensiones nerviosas. Para otros, sería la reacción espontánea ante una situación cómica. Hay quienes lo experimentan como consecuencia de la incongruencia entre diversas ideas o situaciones desiguales. Pero todas esas teorías hacen del humor algo que viene dado desde fuera, como un componente psicológico que define cierto comportamiento.  El chiste y la broma son juegos de lo cómico con lo irónico, con la sátira y otras caricaturas. Es evidente que no todo lo humorístico termina en risa, pero hay risas que no provienen de ahí, sino que son un mecanismo de defensa.

Sin embargo, nosotros nos referimos al humor, no como una actitud jocosa, que en ocasiones se da, sino  como algo “serio”, como una pretensión de sentido, de comprensión y humanidad. El buen humor es la capacidad de encajar serena y valientemente las cargas de la vida. Esto es muy importante a la hora de completar la madurez personal y la vida de fe. A este respecto, X. Zubiri decía que la persona tiene que ir “esculpiendo su propia estatua” y esto lo puede realizar de diversas formas: a) con rigidez, que trae consigo el mal humor, la angustia, el sufrimiento; b) de manera voluntarista, que endurece el corazón y el carácter; c)  o con la integración y superación de las dificultades de la vida; aquí reside el secreto del buen temperamento. Sin él, una persona  será propensa a las enfermedades del alma que, con tanta frecuencia, se dan en la sociedad moderna.

El buen humor nos hace ver con una serena distancia la realidad que nos ha tocado vivir. Es la actitud de poner las cosas en su sitio, de relativizar lo que habíamos hecho absoluto, de librarnos de los falsos ídolos, de reírnos de nuestras propias conquistas y de nosotros mismos. Para ello hace falta mucha sencillez y humildad de espíritu. Sólo es alegre –y no simplemente está contento- el que reconoce su finitud, se abre a los otros y no se queda encerrado en su autosuficiencia

También el humor es la capacidad de comprensión del punto de vista del otro y, a la vez, la creatividad ante los choques inevitables, es decir, saber salir airoso de situaciones comprometidas. Esto impide huir del contrario o caer en el resentimiento. Para ello se requiere saber medir las palabras, controlar los silencios, poseer elementos positivos en nuestro interior y sujetar las riendas de uno mismo. El buen carácter implica la afirmación de la libertad personal, la negación de ciegos determinismos y la admisión de un sentido profundo de la vida que, en el caso cristiano, dimana de un Dios que nos ha regalado la Buena Noticia Jesucristo Resucitado. 

+ Juan del Río Martín
Obispo de Asidonia-Jerez

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