Palabra de Vida de Monseñor José Rico Pavés
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Monseñor José Rico Pavés : «Docilidad pronta a las indicaciones de la Virgen María, cumplimiento delicado de los mandatos del Hijo, pertenencia agradecida a la Iglesia de los discípulos, atención solícita a las necesidades de quienes nos rodean y amor de intimidad con Cristo Esposo».
En la antigüedad cristiana algunos autores compararon la Sagrada Escritura a un tesoro de innumerables riquezas. Para abrirlo y desentrañar sus secretos es necesario aplicar la llave correcta. Jesucristo es la clave que permite leer la Escritura desentrañando sus tesoros. Cuando la Iglesia inicia en el Año litúrgico el ritmo cotidiano del Tiempo Ordinario, la Liturgia nos invita a poner nuestra mirada de fe en el primer signo realizado por Jesús: la transformación del agua en vino en las bodas de Caná. El final de la Navidad presenta la manifestación (epifanía) de la salvación a todas las naciones en tres actos: la adoración de los magos, el bautismo de Jesús en el Jordán y las bodas de Caná. En este último acto se nos ofrece, además, la clave para abrir el tesoro de la misión salvadora de Jesús y desentrañar sus secretos. Una traducción más literal de la conclusión de este episodio desvela un significado oculto bajo la actual versión litúrgica: en Caná Jesús no sólo realizó el primero de sus milagros (signos), sino el «principio de los signos», es decir, el milagro clave a partir del cual podemos profundizar en el sentido último de cuanto se relata a continuación.
En el signo de Caná los elementos visibles son de gran importancia: Galilea de los gentiles, la presencia de la Madre de Jesús, los discípulos por primera vez junto al Maestro, la necesidad percibida por María, el diálogo entre el Hijo y la Madre, la «hora» de Jesús, las indicaciones a los sirvientes, el agua convertida en el vino mejor… y todo en el marco de una boda. Pero esos elementos no son la meta. Como forman parte del signo remiten a una realidad invisible: Jesús manifiesta su gloria y crece la fe de sus discípulos en Él. La gloria del Hijo de Dios empieza a revelarse no en la Ciudad Santa del Pueblo elegido, sino en tierra de gentiles, como anunciara el profeta Isaías. En la revelación del Salvador, María ocupa un lugar especial. Podía el Hijo hacer el signo sin la intercesión de la Madre, pero en el plan divino de la salvación la obediencia al Hijo pasa por asumir la consigna de la Madre: Haced lo que Él os diga. Los discípulos asisten con Jesús a la boda y se reúnen en torno a María, como en los comienzos de la Iglesia. El aparente desinterés de Jesús es ocasión para anunciar la «hora» de nuestra redención. El agua convertida en vino es preludio de otra conversión: la del vino en la Sangre de la Alianza. En una boda manifestó Jesús su gloria: santificó con su presencia la unión de los esposos y señaló el camino de su misión. Para desposorio con la humanidad envió el Padre al Hijo y con intimidad de amor esponsal se entregará el Hijo en favor de quienes han sido plasmados a su imagen.
Cuando estamos celebrando con toda la Iglesia el Jubileo de la esperanza, el pasaje evangélico de las Bodas de Caná descubre aquello que, como discípulos, no puede faltarnos para que nuestra esperanza se fortalezca: docilidad pronta a las indicaciones de la Virgen María, cumplimiento delicado de los mandatos del Hijo, pertenencia agradecida a la Iglesia de los discípulos, atención solícita a las necesidades de quienes nos rodean y amor de intimidad con Cristo Esposo. Para pasar del signo a su significado, hagamos nuestra la indicación de la Virgen María: Haced lo que Él os diga, y descubriremos de forma renovada el rostro de Jesucristo, que es nuestra esperanza.
+ José Rico Pavés
Obispo de Asidonia-Jerez
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