Homilía del Cardenal de Sevilla

Diócesis de Asidonia-Jerez
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La diócesis de Asidonia-Jerez, conocida también simplemente por diócesis de Jerez, ​ es una jurisdicción de la Iglesia católica de España que comprende el norte de la provincia de Cádiz, tomando como límite y frontera natural el curso del río Guadalete.

Palabras de Mons. D. Carlos Amigo, Cardenal Arzobispo de Sevilla, en la Ordenación Episcopal de Mons. José Mazuelos Pérez, Obispo de Asidonia-Jerez. 1. Grande es el honor que hoy recibes, querido hermano Obispo, pues Cristo te ha elegido para formar parte de quienes fueron sus más cercanos discípulos y apóstoles. Abundante la gracia que se pone en tus manos, pues cuanto hizo Cristo, en memoria del Él lo has de hacer. Y desbordante de gozo debes estar, pues el Señor te considera como un íntimo de los suyos.

    Llegas a esta diócesis de Asidonia-Jerez. Una Iglesia antigua y renovada. Con hondas raíces cristianas. Renovada y nueva por la pujanza de la vida cristiana y el servicio pastoral de insignes obispos, como monseñor Rafael Bellido Caro y don Juan del Río Martín, a los que con tanto afecto y gratitud recordamos.

2. Al querer perfilar la fisonomía del Obispo evangelizador han venido a mi mente unas expresivas palabras de San Agustín, que bien retrata lo que en la Iglesia han de ser y hacer los Pastores. Hablando de los Obispos de Dios, dice que lo que encontraron en la Iglesia, lo conservaron. Lo que aprendieron, lo enseñaron. Lo que recibieron de los Padres, ésto mismo entregaron a sus discípulos (Contra Jul, 11, 10, 34).

    La misión propia del Obispo, como la de la Iglesia no es otra que la de evangelizar. La evangelización es su vocación, su tarea, su fatiga, su gozo (Cf. Evangelii Nuntiandi 15). El Obispo está llamado a realizar la "profecía de la Evangelización", que Jesús pronunció en el monte de los olivos el día de la Ascensión: Id y haced discípulos a todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he mandado. Y yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 1920).

    Esta misión, el Obispo sólo la puede realizar bien, si se fija e imita a Jesucristo evangelizador y si lo hace sirviéndose de los colaboradores que el Señor ha puesto en la Iglesia para realizar con los Obispos el plan salvífico de la evangelización del mundo: los sacerdotes, los diáconos, los religiosos, religiosas y laicos.

    Tan admirable oficio y magisterio tiene también sus cargas. Los clásicos hablan de algunos riesgos para el obispo: Riesgo para su hacienda, pues la ha de repartir entre los pobres. Riesgo de su vida, pues ha de entregarla al servicio de los demás. Riesgo de su honra, pues ha de comprometerla por defender a los humillados. Riesgo de su ánima, pues la puede perder si no cumple fielmente todo lo anterior.
    Junto a esas cargas y riegos, acompañan al obispo unos gozos inconmensurables, pues lo son de caridad pastoral, y la medida de este amor es un amor sin medida.

3. Gozo del obispo ha de ser el poder llevar a los demás el alimento de la palabra. Lámpara es tu palabra para mis pasos, luz en mi sendero (Salmo 118). Con la lámpara encendida para alumbrar tu camino y el de cuantos han de caminar contigo. Pero siempre has de recordar que tu llevas la lámpara, pero que solamente Cristo es la luz. Tu eres la voz, pero únicamente Cristo es el dueño de la Palabra.

    Por eso, y ayudado por el consejo de San Pablo, harás muy bien en prestarle atención, como a lámpara que luce en lugar oscuro, hasta que despunte el día y se levante en vuestros corazones la luz del Señor (p 1, 19).

4. Gozo del obispo es el de llegar a ser padre de los pobres. Si ellos, los pobres, revestidos de las más dolorosas indigencias, llegan a tu lado, piensa que Cristo es quien te los manda y recomienda para que tu les recibas y socorras como lo harías con Él mismo. Lo más querido de Dios, para el elegido de Dios.

    La caridad no se contenta con hablar de necesidad y tiempos de crisis, sino que pone en marcha los más adecuados y eficaces proyectos para conseguir que las personas, en mayor indigencia y exclusión, puedan vivir con dignidad.

    Esta caridad, sólida e incuestionablemente basada en la justicia y el derecho, proviene de "un corazón limpio, una conciencia recta y una fe sincera" (Tim 1, 5). Una caridad que procede de la más recta de todas las intenciones: el amor a Jesucristo presente en nuestros hermanos más necesitados.

5. Gozo del obispo es el de ser en cualquier tiempo y lugar ministro de la misericordia. Cristo es siempre nuestro ejemplo y camino. Sus heridas curan las nuestras. El es el médico y la medicina. Nuestra caridad misericordiosa proviene del mismo amor de Cristo. No podemos tener una motivación más digna y de mayor responsabilidad. Pues en nuestros hermanos necesitados vemos el mismo rostro de Cristo sufriente. Ayudar al necesitado es servir al mismo Cristo.

    Al decir de San Juan de Ávila, los obispos hemos de ser administradores y repartidores de misericordia, como los ojos para llorar los males, como abogados por el pueblo de Dios, ofreciéndose para buscarle cobijo ante el tribunal del Padre. Sentirse atrapado por la misericordia de Cristo, pues somos representación de su persona, propagación de su acción apostólica e imitación de su misma vida.

    El secreto de tan admirable programa está en "mirar a los demás como Cristo te mira a ti", pues quien ofrece a Cristo está llamado a ofrecerse con él y poner los ojos en Cristo, porque si se han de "ganar a las ánimas enajenadas" sólo podrá hacerse desde la compasión, que es mirar el dolor de Dios en sus hijos. Y hacerse pan para Cristo, manjar que Él comiere, vestidos que Él vistiere, casa donde Él morase (Sermón 48).

6. Gozo del obispo, en fin, es el de llevar la cruz de Cristo. "El amor -siempre siguiendo al maestro Ávila- con sólo amor se contenta. Cristo padeció por nuestro amor, padezcamos por el suyo; Cristo llevó la cruz, ayudémosela a llevar; Cristo deshonrado, no quiera ella honra; Cristo padeció dolores, vénganme a mí; El tuvo necesidades; El fue por mí aquí extranjero, no tenga yo en que repose mi corazón; por mí murió, sea mi vida por su amor una muerte continua. Viva yo, mas ya no yo; mas Cristo viva en mí, y Cristo crucificado, atormentado, desamparado, y de sólo Dios recibido. Este Cristo quiero, aquí lo busco, y fuera de aquí no lo quiero. Haga El lo que mandare de mí, que yo trabajos quiero por El; déme galardón o no, que sólo el padecer por El es muy sobrado galardón. Y si mercedes me quisiese dar, no le pediré otras sino trabajos; porque en esto conoceré que le amo y que me ama, si me pone a mí en la cruz, donde El aquí estuvo. Que aunque yo no busque mi provecho, bien sé que, si persevero en su cruz, me llevará a su reino" (Epistolario. Carta 1).

3. En una de nuestras oraciones pascuales pedimos al Señor que la santidad del rebaño sea siempre el mejor gozo del pastor. Por eso, querido hermano, dedícate a Dios y busca tiempo para Él. ¡Tu rostro buscaré, Señor¡ ¡No me escondas tu rostro! ¡Cuándo veré el rostro de Dios! (Salmo 26). Este deseo se hace oración y súplica llena de sinceridad. El conocer a Dios se convierte en la ilusión más grande de la existencia. Se vive en el convencimiento de que estar cerca de Dios trae la felicidad. Alejarse de Él supone caer en la tristeza y en la desesperanza.

    Asume con alegría las cargas de tus hermanos. Ayudaos mutuamente a llevar vuestras cargas y cumplid así la ley de Cristo. (Gál. 6, 2). Que si un hermano sufre, todos los demás sufren con él. Si un hermano es honrado, todos los demás toman parte en su  gozo (1Cor 12, 26).

    Y confía en el Santo Espíritu de Dios que se te promete.  Si alguno me ama, guardará mi Palabra, y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada en él. El Espíritu Santo, que el Padre envíe, te recordará permanentemente lo que Cristo te ha dicho (Cf. Jn 14, 23-26).

    Como riesgo gozoso del obispo es el de ser permanentemente anunciador del misterio de Cristo, nunca se deben olvidar las palabras referidas a los testigos del evangelio: daban testimonio su vida en las plazas porque ya la habían entregado a Cristo en la celebración de la Eucaristía.

    María, Mater episcopi. Los apóstoles recibían el Espíritu junto a María, la Madre de Jesús. Ella se cuidará de que nunca falte el óleo santo que ungieron tus manos sacerdotales y que ha de seguir alumbrando la llama del Espíritu que se ha posado sobre tu cabeza.

    "Y que tu rostro resplandezca en nosotros por el bien de la paz" (San Clemente). Amén.

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