Diácono… ¡a los 68 años!

Diócesis de Asidonia-Jerez
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La diócesis de Asidonia-Jerez, conocida también simplemente por diócesis de Jerez, ​ es una jurisdicción de la Iglesia católica de España que comprende el norte de la provincia de Cádiz, tomando como límite y frontera natural el curso del río Guadalete.

Juan Olmedo, miembro del Movimiento Hogares Don Bosco, recibió la ordenación diaconal en Jerez, por la imposición de manos de Mons. Juan del Río. Una gran alegría vivió todo el Movimiento Hogares Don Bosco, de la Familia Salesiana, y en especial los grupos matrimoniales de Jerez: uno de sus miembros, Juan Olmedo, recibió el sábado 20 de septiembre el sacramento del Orden, en el grado de diácono, de manos de D. Juan del Río Martín, administrador apostólico de la diócesis de Asidonia-Jerez, en la catedral de San Salvador de Jerez de la Frontera.
 
El Movimiento Hogares Don Bosco, y la Inspectoría salesiana María Auxiliadora en su conjunto, se unen a las felicitaciones por la ordenación diaconal de Juan Olmedo. Esperamos estar todos pronto en la ordenación presbiteral.
 
El propio Juan Olmedo, en un artículo publicado en el Boletín informativo del Seminario de Jerez, hacía un balance de su vida:
 
“Tengo 68 años, mi nombre es Juan Olmedo Vázquez. Por mi vida han pasado miles de acontecimientos. Fui bautizado en el “año del hambre”, en el 40. Viví mi infancia en la estrechez de una vida poco acomodada, cuando los padres hacen filigranas para llevar adelante una familia numerosa (soy el quinto de seis hermanos).
Después de cursar estudios en la familia salesiana viví una juventud jalonada por la experiencia religiosa dentro de la Legión de María. Fue el tiempo en que conocí a Mercedes, la que sería mi novia y luego mi mujer. Dios había puesto en mi camino una vocación, la matrimonial, que viví intensamente […] Descubrí que Él rubrica con signos la historia. Porque nos casamos un 14 de septiembre, día de la Exaltación de la Cruz, cruz a cuya sombra nos cobijamos, no sólo por la donación que supone vivir en una familia que pretende llevar a cabo el proyecto de un hogar cristiano (apertura a la vida, la educación incansable de los hijos…), sino por la enfermedad degenerativa que sobrevino a mi mujer a los pocos años de casarnos, enfermedad que acabaría postrándola en cama los últimos años de su vida. Cristo crucificado en mi habitación iluminando nuestro hogar con la gloria de la resurrección.

Los momentos de una vida no se miden por la intensidad con que se vivieron sino por la paz que fluye dentro del corazón con el correr de los años. Mi vocación al matrimonio la viví intensamente. Lo sé por la paz que sobreviene a mi alma cuando los recuerdos me visitan. Ahora, viudo ya desde hace cinco años, después de haber vivido toda una vida matrimonial plena, cuando aún tengo cuatro hijos en casa, cuando la enfermedad sigue estando presente en nuestra familia, con un hijo en la adolescencia, y cuando mi vida empieza a tomar el rumbo de esos barcos viejos cuyo fin es escorar en una ribera de aguas tranquilas con el paso de mi próxima jubilación, ese mismo Dios que me llamó a ser cristiano, a vivir la vocación matrimonial, a dar mi vida por mi mujer, por mis cinco hijos; ahora cuando las neuronas se mueven en una danza lenta y pesada, ese mismo Dios, me llama a la vocación presbiteral. Estoy en el Seminario. ‘¡Dios mío, qué profundos tus designios… el ignorante no los entiende ni el necio se da cuenta!’.
Allá por el año 93 mi baúl se abrió a propósito de una experiencia que ahora cobra sentido. A un amigo mío, pintor, le encargaron la realización de unos iconos murales en una parroquia de Jerez. Me pidió colaborar con él -soy aficionado a la pintura-, y allá que fui yo para ayudarle aprovechando unas vacaciones. Fue una convivencia extraordinaria. Comenzábamos las jornadas con la oración de Laudes –los iconos se deben pintar en espíritu de oración, ayuno y limosna–. Pintábamos todo el día, sólo interrumpidos por la oración y las comidas; a veces, la mayoría de los días, terminábamos a la hora de Completas. Por entonces tomé como confesor al párroco, un gran amigo nuestro, quien me hizo descubrir mi vocación al sacerdocio. Yo no llegaba a entender cómo Dios me llamaba a la vocación presbiteral cuando estaba casado y volcado en la afanosa vida de trabajo, hijos, la enfermedad de mi esposa… y todavía mucho por hacer… Pero estas cosas se guardan en el “baúl” y… quién sabe.

Ahora ese baúl se ha abierto en el presente y veo que esta locura que años atrás me asaltaba cobra hoy determinación por parte de Dios en mi vida. Y no sólo este signo, sino los anhelos que hace años inundaban mi alma, como mi predisposición interesada por la liturgia, mi ansia por la formación teológica… Cosas que me confortan y me ayudan para entrar en el Seminario ahora. Los “renglones torcidos” de santa Teresa empiezan a enderezarse.

En octubre del pasado año me decidí, con la ayuda de Dios y la de un amigo presbítero, a pedir audiencia al obispo, don Juan del Río, y exponerle mi inquietud. Me recibió como un padre. Me pareció recibir el abrazo del Padre al hijo pródigo.

Creo firmemente que esta es la voluntad del Señor porque me siento muy feliz y camino ciego guiado por esta Luz cegadora. Por todo ello me uno al salmista y “bendigo al Señor en todo tiempo, en mi boca siempre su alabanza”, pues todo lo que Él hace es bueno y para bien de sus hijos. Que el Señor me conceda servirle…”

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