Reflexiones sobre la iniciación cristiana (I)

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Oficina de información de los Obispos del Sur de España

Documento elaborado por Mons. Adolfo González Montes, Obispo Delegado para la Catequesis de la Asamblea de Obispos del Sur de España. Se publica por mandato de los señores Obispos como documento de estudio y reflexión con miras a la elaboración de un «Directorio de la iniciación cristiana» de los Obispos del Sur de España.

La Iniciación cristiana en la Catequesis e Instrucción cristiana con particular atención de la Escuela Católica.

Sumario 

I. La escuela católica, «lugar eclesial» para la educación en la fe

1. La iniciación cristiana mediante la catequesis

2. La escuela católica, lugar eclesial, al servicio de la transmisión y educación de la fe

3. La escuela católica, lugar eclesial para la iniciación cristiana, y su relación con la parroquia como lugar específico de la iniciación y vida sacramental

a) La escuela católica, ámbito apto para la iniciación cristiana, catequística y sacramental, de la infancia y de la juventud

b) Déficit actual de la escuela católica con relación a la iniciación cristiana de los alumnos 

II. La unidad de catequesis y liturgia en la iniciación cristiana

1. Catequesis carente de instrucción en la «historia sagrada»

2. Carencia de una vida litúrgica y de oración

3. Deficiencias en la transmisión de la fe durante la iniciación cristiana 

III. La parroquia como lugar propio de la iniciación cristiana y relación con la escuela católica

1. Actuación conjunta de parroquia y escuela católica en la iniciación cristiana

2. Programación de la acción conjunta

3. El catecumenado de los niños en edad escolar 

  IV Referencia documental del Magisterio eclesiástico 
 

I. La escuela católica, «lugar eclesial» para la educación en la fe 

Definición de la escuela católica: “La escuela católica es una institución educativa que la Iglesia pone al servicio del hombre y de la sociedad, al mismo tiempo que responde al derecho de los padres a que sus hijos reciban la formación religiosa y moral conforme a sus convicciones, como reconoce el artículo 27.3 de la Constitución Española, en el marco de la libertad de enseñanza”1. Determinante de la educación es el proyecto educativo, que en la escuela católica viene dado por la concepción del hombre conforme con la imagen revelada que Dios ofrece en Jesucristo: “desde la óptica de la Vida, la Palabra y la Persona de Jesucristo, al que todos pueden en su crecimiento escuchar, imitar y seguir compartiendo y promoviendo sus valores y su forma de vida en toda su actividad escolar y extraescolar. Esta propuesta educativa de la escuela católica se concibe como formación integral”2.

La escuela católica cuenta con dos piezas fundamentales para la formación cristiana de los educandos:

     a) la enseñanza de la religión católica; y

     b) la catequesis.

Ambas, en efecto, son piezas fundamentales en la educación cristiana de la infancia y de la juventud. Dejando ahora la atención de primera importancia que requiere la enseñanza de la religión, nos tenemos en la catequesis. 
 

1. La iniciación cristiana mediante la catequesis 

La catequesis es instrucción en la fe e introducción en su experiencia, de ahí su carácter mistagógico, está al servicio de la iniciación cristiana y forma parte de ella.

En razón de esta definición, el fin de la catequesis “es que la fe ilustrada por la doctrina, se torne viva, explícita y activa participación en el misterio litúrgico, tanto a los niños y adolescentes como a los jóvenes y también a los adultos”3.

Conviene por esto partir de la definición de la iniciación cristiana, que “es un don de Dios que recibe la persona humana por la mediación de la Madre Iglesia”4. Es obra de Dios, que hace renacer de Cristo a los que vienen a la fe y reciben el bautismo y son injertados en la nueva vida surgida de la redención. La iniciativa es de Dios, a quien corresponde el protagonismo del dinamismo trinitario que se pone en acción en la iniciación cristiana5. La catequesis “tiende a desarrollar la inteligencia del misterio de Cristo a la luz de la Palabra, para que el hombre entero sea impregnado por ella. Transformado por la acción de la gracia en nueva criatura, el cristiano se pone así a seguir a Cristo y, en la Iglesia aprende siempre a pensar mejor como Él, a juzgar como Él, a actuar de acuerdo con sus mandamientos, a esperar como él nos invita a ella”6. Por esta razón Juan Pablo II, en la Exhortación apostólica postsinodal «Catechesi tradendae», afirmaba con énfasis que la catequesis es pieza clave de la acción de evangelización de la Iglesia, que requiere, en primer lugar, un elemento de coherencia como es la articulación ordenada en la transmisión de sus contenidos; es decir, el sistema que le da organicidad expositiva y ofrece al entendimiento la necesaria ordenación de lo creído que requiere una verdadera la inteligencia de la fe. Asimismo requiere, en segundo lugar, contar con la experiencia, importante elemento que hace de la catequesis testimonio de la fe7. La catequesis no puede ser impartida ni por quien desconoce la estructura articulada de la fe dogmática o fe creída (fides quae creditur), ni por quien no es testigo de la fe vivida y carece de la adhesión fiducial (fides qua creditur) a aquel en quien confiadamente cree, y que por ello tiene la vida de gracia cuya rica experiencia consiste en haber conocido el misterio de la salvación. El catequista tanto en la parroquia como en la escuela católica tiene que ser portador de aquella experiencia mística que caracteriza la vida del cristiano: la vivencia de Cristo que lleva consigo la experiencia de la fe, y que Dios otorga a cuantos le aman atrayéndolos a Cristo por medio de su Santo Espíritu (cf. Mt 11, 25-27; Lc 10, 21; Jn 6,44).  

2. La escuela católica, lugar eclesial, al servicio de la transmisión y educación de la fe 

La escuela católica, «expresión de la comunidad eclesial», institucionalmente vinculada a la acción pastoral del Obispo, tiene en el proyecto educativo el instrumento adecuado para la educación en la fe de la infancia y de la juventud.

De ahí que, para que esta fe así vivida pueda transmitirse, la catequesis tiene sus propios lugares eclesiales y no es viable fuera de ellos, porque la catequesis se da en la comunión de la Iglesia. Estos lugares eclesiales de la catequesis al servicio de la iniciación cristiana son la parroquia, la familia, las asociaciones y movimientos apostólicos, la escuela católica y la misma enseñanza religiosa escolar. Los obispos españoles han  mencionado estos lugares señalando su importancia en el proceso catequístico del que se inicia en la fe. Entre estos lugares, se menciona la escuela católica, que no ha de confundirse con la impartición de la clase de religión y moral católica en la escuela estatal8; si bien, la clase de religión puede integrarse y debe integrarse en el conjunto de medios de formación cristiana de la infancia y de la adolescencia. La Congregación para la Educación Católica ha insistido en este planteamiento con claridad y acierto. No obstante, se tendrá en cuenta que en la escuela católica, no sólo el catequista será testigo de la fe en la que instruye e inicia, sino que por la naturaleza integradora de la educación cristiana, lo será el educador católico, porque la escuela católica es lugar eclesial9.

La Carta circular de la Congregación, del pasado año 2009, dirigida a los presidentes de las Conferencias episcopales, dice: “La escuela católica es un verdadero y real sujeto eclesial en razón de su acción escolar, donde se fundan en armonía la fe, la cultura y la vida”10. En este sentido, si de hecho “está abierta a todos aquellos que quieran compartir el proyecto educativo inspirado en los principios cristianos”, no puede, sin embargo, supeditar ni la enseñanza ni el proyecto educativo a quienes pretenden ayudarla: ya sea al Estado, con el cual puede concertar la escuela católica su propia financiación, ya se trate de las nuevas fundaciones, que tratan de garantizar su futuro, pero no a costa de su identidad, a la cual la escuela católica no puede renunciar sin negarse a sí misma.

Por esta razón ante el riesgo de su disolución o pérdida de identidad, es preciso establecer los límites dentro de los cuales la escuela católica verá salvaguardada su identidad contra quienes pretenden disolverla. A ello hay que añadir que la escuela católica, aún admitiendo el concurso del Estado y de diversas fundaciones y asociaciones en su reglamentación financiera y organizativa, e incluso admitiendo en sus aulas a quienes no comparten su ideario, no puede renunciar a mantenerlo como condición evidente de su propia supervivencia e identidad.

Por otra parte, la escuela católica tampoco puede supeditar su existencia y misión a la aceptación de la ideología del pluralismo social, porque si lo hiciera, estaría en peligro el derecho fundamental de los ciudadanos al ejercicio de la libertad religiosa de los grupos sociales, a la cual pertenece su propia voluntad confesional, que inspira su propio proyecto educativo. Tal es la condición eclesial de la escuela católica, conforme a la cual, la escuela católica es “expresión de la comunidad eclesial y su catolicidad está garantizada por las autoridades competentes: el Ordinario del lugar”11. El documento de la Congregación de 1977 dejaba en claro que el pluralismo de la sociedad contemporánea no puede eclipsar la identidad del proyecto educativo de la escuela católica: “En la sociedad actual, caracterizada, entre otras manifestaciones, por el pluralismo cultural, la Iglesia capta la necesidad urgente de garantizar la presencia del pensamiento cristiano, puesto que éste, en el caos de las concepciones y de los comportamientos, constituye un criterio válido de discernimiento: «la referencia a Jesucristo enseña de hecho a discernir los valores que hacen al hombre, y los contravalores que lo degradan »”12.

La instrucción pastoral de los obispos españoles La iniciación cristiana [IC] recoge cuanto dice este documento de la Congregación sobre el proyecto educativo de la escuela católica como definitorio de su identidad: “El proyecto educativo de la escuela católica se define precisamente por su referencia explícita al Evangelio de Jesucristo, con el intento de arraigarlo en la conciencia y en la vida de los jóvenes, teniendo en cuenta los condicionamientos culturales de hoy”13. La instrucción IC explana esta concepción de la escuela católica subrayando que su carácter específico “la convierte en una comunidad cristiana en constante referencia a la Palabra de Dios y al encuentro siempre renovado con Jesucristo”, para precisar además que, “cuando actúa así, puede ser también un medio eclesial para la iniciación cristiana de sus alumnos, colaborando en coordinación con los planes pastorales diocesanos”14.

En consecuencia, la escuela católica no puede obviar que es un instrumento de la Iglesia al servicio de la educación en la fe. De ahí que la escuela católica tenga un vínculo institucional con la jerarquía católica, como responsable de la catequesis eclesial15. Así lo establece el CIC, can. 775 §1, que al confiar la catequesis al cuidado, reglamentación y vigilancia del Obispo, le confía la responsabilidad última sobre la transmisión y, en consecuencia, sólo corresponde al Obispo la missio canonica y autorización para impartir aquellas materias relacionadas con la transmisión de la fe y sus contenidos, que alcanza asimismo la clase de religión escolar tanto en la escuela católica como en la escuela estatal o de iniciativa privada, teniendo en cuenta la legislación vigente civil y canónica.

La competencia del Obispo en la escuela católica no afecta tan sólo a la catequesis y a la vigilancia sobre la clase de religión, sino a la salvaguarda de su identidad y organización, incluso cuando la escuela católica es promovida por institutos religiosos. El can 806 §1es del todo explícito al afirmar: “Compete al Obispo el derecho de vigilar y visitar las escuelas católicas establecidas en su territorio, aun las fundadas y dirigidas por miembros de institutos religiosos; asimismo le compete dar normas sobre la organización general de las escuelas católicas; tales normas también son válidas para las escuelas dirigidas por miembros de esos institutos, sin perjuicio de su autonomía en lo que se refiere al régimen interno de esas escuelas”.

El Directorio para el ministerio pastoral de los obispos «Apostolorum Successores» no deja lugar a dudas sobre la responsabilidad del Obispo en la catequesis, que legitima teológicamente por ser la catequesis el acto pastoral que ha de seguir a la predicación en orden a la formación cristiana de cuantos vienen a la fe, o bien son desde infantes educados en ella, habiendo sido bautizados en el contexto de la comunidad de fe de sus padres y/o padrinos. El Directorio contempla la acción pastoral de los colaboradores del Obispo en el ministerio de la Palabra y precisa el ordenamiento general que el Obispo ha de hacer del ministerio de la Palabra16, incluyendo orientaciones precisas sobre su responsabilidad en la catequesis17 y sobre la escuela católica18. Por lo que afecta a la ordenación de la catequesis, acción que compete realizar al Obispo en su Iglesia, ha dado lugar a las diversas normativas vigentes en las Iglesias particulares o diocesanas, por lo general inspiradas en el magisterio pontificio, si bien esta ordenación  no se ha traducido en normativa definida del mismo rango en las diócesis19.

No puede ser de otro modo, porque la escuela católica regentada por los institutos religiosos, sociedades de vida apostólica y por otras asociaciones o sociedades de vida consagrada y al servicio de la propagación de la fe realizan su apostolado de la educación cristiana bajo la responsabilidad del Obispo, a quien corresponde aprobar el proyecto diocesano de educación en la fe en términos generales y en conjunto. Lo cual no significa que no gocen los institutos religiosos consagrados a la educación cristiana de su propio ideario institucional, operativo, como es lógico, en los centros educativos de dichos institutos religiosos y sociedades apostólicas. Así, la ley de la Iglesia establece, en efecto, en lo tocante a la impartición de la catequesis en la escuela católica regentada por los institutos religiosos y asimilados, que corresponde a los superiores de los mismos “cuidar de que en sus iglesias, escuelas y obras que de cualquier modo les hayan sido encomendadas, se imparta diligentemente la formación catequística”20. Ahora bien, la autonomía de organización interna y de carácter pedagógico y didáctico de los institutos, según su propio carisma y trayectoria histórica, no obsta a que tal cometido escolar puesto bajo  la vigilancia y estímulo de los superiores se lleve a cabo no sólo en comunión con la Iglesia universal y su magisterio, sino asimismo a tenor y conforme con la normativa de las Iglesias particulares, sobre la materia, aprobada por sus obispos.

Según esto, la solicitud y cuidado de los superiores ha de tener en cuenta que es a los obispos a quienes corresponde orientar y ordenar el desarrollo de la catequesis en la Iglesia particular21, así como la instrucción cristiana que facilita la escuela católica y alcanza no sólo a los educandos, sino también a “los padres de familia, los profesores y el personal”22. La acción del ministerio episcopal en la educación cristiana es expresión del ejercicio del munus docendi que configura la acción pastoral que le es propia, y que las personas de vida consagrada tienen que tener presente a la hora de proponer, organizar y desarrollar su propio apostolado educativo de la infancia y la juventud en la Iglesia particular23.

Con todo, no basta sólo quedarse en el marco de afirmaciones generales y orientaciones que rigen la acción catequística y de formación cristiana en la escuela y, en la escuela católica en particular, definida como lugar eclesial, como se ha dicho, y por tanto ámbito también de la   iniciación cristiana. 
 

3. La escuela católica, lugar eclesial para la iniciación cristiana, y su relación con la parroquia como lugar específico de la iniciación y vida sacramental  

a) La escuela católica, ámbito apto para la iniciación cristiana, catequística y sacramental, de la infancia y de la juventud

La instrucción La iniciación cristiana habla de la doble proyección del proyecto educativo diocesano: a) “proceso de iniciación cristiana, unitario y coherente, para niños, adolescentes y jóvenes, en íntima conexión con los sacramentos de la iniciación cristiana ya recibidos o por recibir, y en relación con la pastoral educativa”24; y b) un proyecto de catequesis para adultos: ya sea de formación en la fe o de preparación catecumenal para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana como tal.

Junto con la aprobación del proyecto educativo diocesano, que incluye la acción catequística que está a su servicio, la ley de la Iglesia establece que es responsabilidad de los obispos la procura y vigilancia de la formación y actividad de los catequistas25. En ello se fundamenta el necesario conocimiento que han de tener el Obispo de la actividad de la actividad catequística en su diócesis, con relación a la selección y formación de los catequistas, y procurando que tanto en la parroquias como en las escuelas católicas los responsables sopesen los motivos que tienen para confiar a unas u otras personas la acción catequística procurando la necesaria vigilancia ya por sí mismo en las visitas pastorales, ya de los vicarios y/o delegados episcopales para la catequesis, de suerte que exista una verdadera coordinación de la acción catequística de las parroquias con los institutos religiosos. En esta tarea el Código determina que los superiores religiosos y de las sociedades apostólicas han de vigilar la acción catequística, procurando que en sus institutos “se imparta diligentemente la acción catequética”26. 

b) Déficit actual de la escuela católica con relación a la iniciación cristiana de los alumnos 

Los colegios católicos acumulan un haber histórico positivo, que hace de ellos referente de la educación cristiana de amplios sectores de la sociedad, que no es preciso analizar pormenorizadamente ahora. Está en la mente de todos y la sociedad cristiana desde el siglo XVII hasta el presente los institutos religiosos, órdenes y congregaciones, y sociedades de vida apostólica que han tenido hasta hoy por carisma orientador la formación cristiana de la juventud, acumulan una herencia que ha comenzado a hacer crisis profunda. Esta crisis viene provocada en muy alta medida por la carencia que estos institutos religiosos tienen de vocaciones en la actualidad, ciertamente, pero no todo es atribuible a la ausencia de vocaciones religiosas continuadoras de la labor de las generaciones precedentes. La crisis de la escuela católica tiene mucho que ver con la misma crisis del sistema educativo en general. La escuela católica ha tenido que soportar la crítica ideológica del agnosticismo y del cientismo y de los diversos modelos de humanismo ateo alimentados por los grandes maestros  de la sospecha, que vieron en la educación católica un proceso de acomodación al medio para perpetuar una sociedad articulada en torno al principio de autoridad como instancia de represión coercitiva, y a la reproducción de una sociedad clasista, a la que suelen tildar además de sociedad basada en el modelo tradicional o patriarcal de la familia. No hace al caso el análisis de la influencia y repercusión del pensamiento crítico sobre todo el sistema educativo en general, y los desoladores resultados a que ha conducido la apropiación de algunos modelos de pedagogía pretendidamente alternativos, desde el modelo de escuela inspirada en la «pedagogía no directiva» de Carl Rogers y la «pedagogía del oprimido», parcialmente inspirada en la obra de Paulo Freire, que hace de la apropiación de la lengua el medio apto de apropiación social del poder, a los modelos educativos actuales ideológicamente marcados por el relativismo laicista y la ideología de género.

Estos modelos educativos, que se han comprendido como modelos alternativos, han tenido por objetivo vaciar la educación de su alcance integral y trascendente, proveniente de la antropología revelada, que constituye el referente de transmisión de la concepción occidental del ser humano como base de la sociedad cristiana. Basten, por ello, tan sólo algunas observaciones que permitan ver el trazado del diseño que ofrece la educación en la actualidad y que afecta a la misma escuela católica. Los colegios católicos fueron, ciertamente, medio eficaz de instrucción y formación cristiana de generaciones directivas de la sociedad, y han sido también un instrumento idóneo para promover la alfabetización y amplia socialización de la educación y de la cultura entre sectores desfavorecidos. Fueron una y otra cosa, y lo siguen siendo, sin duda alguna, gracias a la generosa entrega de generaciones de personas de vida consagrada y al carácter confesional de su ideario y proyecto educativo. Sin embargo, es patente a cualquier análisis sin prejuicios que estos colegios no sólo han perdido en gran medida su carácter confesional, presionados por las condiciones impuestas para ser económicamente sostenidos dentro del sistema de financiación concertada con las administraciones públicas, sino que también, debido a la crisis de vocaciones que padecen los institutos religiosos, corren el riesgo grave de una pérdida definitiva de identidad como colegios católicos al ser gestionados por las nuevas fundaciones ideadas para poder gestionar el patrimonio de los colegios católicos y prolongar su presencia y acción en el tiempo y en la sociedad, a pesar de la carencia de vocaciones a la vida consagrada.

Si es cierto que estas fundaciones, la mayoría registradas como fundaciones civiles y, por tanto, sometidas a la regulación civil de los protectorados de las administraciones públicas, parecen venir en socorro de estos colegios católicos, no lo es menos que la ausencia de carácter canónico que acusan las fundaciones erigidas tan sólo al amparo de la legislación civil puede arriesgar tanto el carácter eclesiástico de su patrimonio y su gestión como el ideario escolar católico al cual debe servir ese patrimonio y gestión. Al margen de esta cuestión, que es importante considerar27, hay que reconocer, por lo demás, que los institutos religiosos están haciendo un importante esfuerzo de incorporación y formación de un laicado cristiano que se mueva por los objetivos del carisma educacional de cada instituto y comparta con los miembros, hombres y mujeres de vida consagrada, el carisma fundacional de sus escuelas. En este sentido es encomiable la labor que se está realizando, labor que la Congregación para la Educación Católica estimulaba mediante la Instrucción aprobada por el Papa «Educar juntos en la escuela católica», en el que se afirma que esta colaboración de personas consagradas y fieles laicos unidos por la vocación educacional se asimila a la comunión de la Iglesia y, citando la exhortación de Juan Pablo II sobre la vida de consagración, que encomia el valor de esta colaboración, mediante la cual “es más fácil dar respuesta a los grandes retos de nuestro tiempo con la aportación coral de los diferentes dones”28, el documento de la Congregación prosigue: “En tal contexto eclesial, la misión de la escuela católica, vivida por una comunidad constituida de personas consagradas y de fieles laicos, asume un significado completamente particular y manifiesta una riqueza que es necesario saber reconocer y valorar”29.

Se ha de observar, por otra parte, que si muchos colegios católicos se han convertido en centros educativos atrayentes, se lo deben hoy más a su condición de centros de calidad para la comunicación de los saberes y las ciencias, que a su identidad católica, debilitada y obligada a convivir, para seguir siendo subvencionada, con la ideología laicista que inspira la escuela en general. Es un hecho que la crisis que afecta a escuela tiene su manifestación clara en la degradación institucional que provoca un sistema educativo que se apoya en una visión ideologizada de la vida, que además de ser contraria a los valores tradicionales propuestos por el cristianismo, inhibe la aspiración a la excelencia en el despliegue de las facultades humanas. Se trata de una ideología de la mediocridad como patrimonio común del colectivo, que no puede tolerar la aspiración a lo moralmente mejor, que ha descartado el esfuerzo y el sacrificio como medio de superación, ineludiblemente necesario tanto para la adquisición del conocimiento como para el perfeccionamiento humano, aun cuando el equipamiento técnico y de medios didácticos de la escuela es el mejor que se ha conocido hasta el presente, fruto de los logros indudables de la sociedad del bienestar. En esta situación los centros católicos, a pesar de verse en parte influidos por la crisis general de la escuela, provocada por la presión de la ideología socio-cultural vigente, y tener parcialmente afectada su identidad católica, conservan, sin embargo, una indudable calidad en la transmisión de los saberes y una propuesta cívica, inspirada por la fe religiosa, que les hace preferibles a la escuela estatal a ojos de los padres.

Volviendo a la cuestión del debilitamiento del ideario católico de los colegios de la Iglesia, es verdad que la grave crisis de identidad que padecieron los colegios católicos, particularmente los colegios promovidos por institutos religiosos, en los años ochenta y noventa del pasado siglo se ha atemperado, pero no es menos verdad que se ha difuminado grandemente su identidad católica, lo que se aprecia en algunas connotaciones perceptibles, que es preciso tener presentes algunas, por cuanto repercuten en los modelos y propuestas pedagógicas y didácticas en la transmisión e iniciación de la fe en los colegios católicos. Describimos parcialmente lo que podemos llamar el déficit de la escuela católica, que es preciso contrarrestar con la propuesta educativa basada en la identidad sin compromisos de la escuela católica, sin la cual no es fácil llevar a cabo en los colegios católicos la iniciación cristiana. El déficit se manifiesta del modo siguiente. 

  ― Haber perdido la tarea explícita de la transmisión de la fe, sólo mantenida en la preparación para los sacramentos de la Eucaristía (Primera Comunión) y de la Confirmación. En la historia de los colegios católicos como centros confesionales, la catequesis formó parte del conjunto de las actividades educativas. Hoy prima la calidad de la enseñanza y los colegios católicos se acreditan socialmente sobre todo por esa calidad, acompañada de múltiples ofertas complementarias: aprendizaje de destreza en instrumentos musicales, bailes y danza, kárate lucha, acrobacias gimnásticas, deportes y otros, más ciertos hobbies.

  ― A esta preterición de la catequesis y formación cristiana como actividad específica en beneficio de las actividades mencionadas y de la competencia profesional del colegio, se le acumulan las dificultades de la clase de religión, que no tiene compensación posible en la ordenación escolar vigente en España, unilateralmente establecida a pesar del Acuerdo internacional entre la Santa Sede y el Estado Español sobre Enseñanza y Asuntos Culturales, del 3 de enero de 1979.

  ― La significación social de la clase de religión como fundamentación del sistema moral de valores se ha visto notablemente rebajada por la presión de la ideología al uso sobre valores y actitudes de una sociedad pluralista, cuya finalidad es lograr un ciudadano enteramente sumiso a la cosmovisión propuesta e impuesta desde el poder político y cultural mediante la legislación, una de cuyas características más nocivas para el desarrollo de la personalidad es la llamada «ideología de género», que se pretende imponer sin reparar en medios de presión y coerción moral. No es posible pasar a examinarlo detenidamente. El nuevo documento de la Conferencia Episcopal Española hace una amplia descripción fenomenológica de la cultura y situación histórico-espiritual que debe afrontar como reto específico la educación cristiana de la escuela católica, y a e este remito30.  

II. La unidad de catequesis y liturgia en la iniciación cristiana 

Si la iniciación cristiana es catequística y sacramental, lo que incluye catequesis y liturgia: instrucción en la fe o trasmisión de doctrina y del código de conducta moral, y mistagogía y experiencia de la fe, como se observa sistemáticamente en la instrucción La iniciación cristiana31, la aludida disolución de contenidos e intensidad de la acción catequística tiene manifestaciones evidentes en algunas pérdidas significativas en la actualidad.  
 

1. Catequesis carente de instrucción en la «historia sagrada» 

La catequesis de iniciación cristiana y la formación cristiana escolar acusan carencia de la instrucción básica en la «historia sagrada», o lo que es lo mismo: carencia de un marco de identificación de la historia de la salvación, sin la cual queda sin contexto histórico-religioso la revelación del misterio de Dios y de la vocación del hombre, lo que dificulta la presentación objetiva y con sentido histórico-salvífico de la doctrina de la fe y del código moral cristiano tanto a los catequizando como a los alumnos de la clase de religión. Lo cual se agrava por la sustitución de la formación en la fe por la llamada «educación en valores y actitudes», que puede fácilmente conducir al educando a un espejismo, ya que el conjunto de valores propuesto, por lo general, no es otro que el de la cultura relativista, oficialmente programada y socialmente admitida de la moderna sociedad democrática y pluralista.

Se hace preciso, a este respecto, anotar que la connotación pluralista no lo es de hecho tanto en países de identidad religiosa propia, pero que el poder político que ampara la cultural oficial tiende a toda costa a modificar la realidad cultural de las sociedades cristianas notablemente homogénea mediante la defensa e imposición del nuevo dogma del pluralismo como muy superior a una sociedad que participa de una cultura ampliamente homogénea regida por los valores de la tradición cristiana, incluso en su forma más secular. 
 

2. Carencia de una vida litúrgica y de oración 

Falta asimismo la simbiosis que se a de dar entre la vivencia de la acción litúrgica y la oración propia de la iniciación en la fe anterior al bautismo, como es el caso de los niños no bautizados en edad escolar, o principalmente posterior al bautismo. Este último es el caso de los niños que son catequizados para la recepción de la Primera Comunión y de los adolescentes para la recepción de la Confirmación. No trato de decir que no haya oración en la catequesis, sino que es su deficiente el entrelazamiento orgánico de catequesis y liturgia tanto en intensidad como en duración.

Para superar esta carencia de oración y vida litúrgica de los niños y adolescentes, es preciso promover la familia como comunidad de oración, a fin de que los niños puedan percibir y experimentar la comunidad de fe, oración y testimonio apostólico que es la «iglesia doméstica». Si existe una ruptura entre la familia y la comunidad cristiana parroquial, no puede ser muy grande la esperanza de que la familia pueda llegar a ser ámbito de experiencia de la fe, unidad mistagógica de comunión en la fe en la cual se quiere iniciar al catecúmeno en edad escolar. La conciencia moral que comprende el verdadero alcance del mandamiento de la Iglesia de participar en la celebración eucarística los domingos y días de precepto se desarrolla desde la infancia mediante el apercibimiento de que la Misa, gracias a la familia, aparece a los ojos del niño en edad escolar como medio sacramental querido por Cristo; si el sacramento de la Eucaristía es apreciado como el medio de singular valor para llegar a una verdadera experiencia de comunión divina. Es decir, si la celebración eucarística es contemplada y vivida como el lugar donde la Palabra y la vida de Dios nutren la vida de la gracia, sin la cual no puede vivir el cristiano. Para poder percibirlo así el niño bautizado necesita tanto del principio de autoridad de los padres, necesario para crear la conciencia moral cristiana en el niño como la experiencia y el ejemplo familiar.

Para mayor oscurecimiento de la conciencia del niño y del adolescente con relación a la práctica de la fe, no se debe olvidar que entre los signos más significativos de la crisis de los años setenta está el «hecho pedagógico» de haber sido la escuela católica la que puso en cuestión no sólo la asistencia a Misa, sino la misma oración pública en muchos colegios católicos. La Misa era vista como un acto de cierta violencia sobre la libertad del niño y del adolescente en proceso de formación cristiana. La situación se ha modificado, en algunos casos de manera significativa y constituye una enmienda a un proceso educativo errado. La situación actual dista todavía mucho de haber vuelto a tomar por verdad cierta que la  oración y la liturgia, y la instrucción en el conocimiento y desarrollo de la acción litúrgica y en especial de la santa Misa, es parte sustantiva de la educación en la fe, en la cual han de resultar convergentes y debidamente coordinadas la acción de la familia, la parroquia y la escuela católica.

En este sentido es de gran importancia que parroquia y escuela católica tengan en cuenta el principio fundamental según el cual la instrucción en la fe es simultánea de la experiencia mistagógica mediante la cual es personalmente apropiada por los catequizandos la vivencia de los misterios de la salvación.32 

3. Algunos hechos que evidencian las deficiencias en la transmisión de la fe durante la iniciación cristiana 

Al señalar estos hechos no pretendo ignorar lo mucho que se ha trabajado desde hace veinte años en la catequesis de la iniciación cristiana, sino describir  en términos generales lo que fácilmente perceptible. Se trata de hechos que responden estado generalizado de la catequesis de iniciación cristiana, y tienen un mismo patrón en el comportamiento litúrgico, porque descubren una mentalidad afectada por la secularización actual que repercute sobre la vida de la comunidad cristiana y sobre la acción evangelizadora en la forma en que se deja ver en estos hechos. 

  ― Con relación a la santidad de la Eucaristía y del templo cristiano. Se da una falta de percepción del carácter santo del templo cristiano y de la Reserva eucarística. La secularización del trato devocional de la Eucaristía y la pérdida del sentido de adoración de Cristo presente en el sacramento del Altar ha conducido a la pérdida de la adoración eucarística, que tradicionalmente acompañaba la catequesis, realizada en la misma iglesia parroquial o en la capilla de los colegios católicos. La misma catequesis inculcaba en los niños la visita al Santísimo Sacramento a lo largo de la jornada escolar. A su vez, la secularización del trato con la Eucaristía ha hecho más fácil la secularización del templo cristiano. El énfasis puesto en el «aula» o «domus ecclesiae» como lugar de reunión y encuentro ha contribuido a la pérdida del sentido de la santidad del templo como lugar de encuentro con Dios. Se ha querido retrotraer la inteligencia de la iglesia cristiana a su condición primera de «domus ecclesiae», sin tener en cuenta la evolución de la comprensión sacramental de la iglesia como «domus Dei» una vez transferido el significado sacramental del templo de Jerusalén al nuevo templo de Dios que es el cuerpo glorioso de Cristo: (cf. Jn 2,21) y su prolongación mística en la Iglesia: (cf. 1 Cor 3,16; 6,16; 2 Cor 6,16). Esta significación sacramental de Cristo como templo de Dios pasa a significarse en la misma edificación de la iglesia como “templo santo en el Señor (…) para ser morada de Dios en el Espíritu” (Ef 2, 20-22). El desarrollo está ya contenido en las palabras de Cristo: “Mi casa es casa de oración” (Mc 11,17), transferidas a la iglesia cristiana dedicada, cuyo paradigma es la catedral como “manifestación de la imagen expresa y visible de la Iglesia de Cristo que predica, canta y adora en toda la extensión de la tierra” y, por ello, “imagen del Cuerpo místico de Cristo”33.

Lo que se dice de la catedral como primera iglesia de una diócesis, se dice de cada una de las iglesias parroquiales en su propio contexto en cuanto casa de oración, de cual habla en diversos momentos el rito de la dedicación. De ahí que crear para los catequizandos, niños y jóvenes, un ambiente de oración sea tarea del catequista y del educador en la fe. La iglesia consagrada, particularmente si es la iglesia catedral, adquiere de forma singular en el mismo rito de la dedicación la condición de espacio sagrado en sentido cristiano, es decir, espacio sacramental, apto para el encuentro con el Dios santo en la oración34. Aunque no es éste el lugar de afrontar asunto tan importante, se ha de dejar constancia de que los protagonistas responsables de la iniciación cristiana han de asumir que a ellos corresponde realizar la iniciación a la inteligencia y experiencia mistagógica de lo que con gran acierto el teólogo Yves Congar calificaba del «misterio del templo»35, que consiste en alcanzar las realidades invisibles por medio de las realidades visibles. Así el misterio de Cristo, en cuya humanidad mora la divinidad como en el templo nuevo, se expresa en las realidades simbólicas de la construcción material del templo cristiano, cuya inteligencia es inseparable del carácter sacramental del culto cristiano, el culto “en espíritu y en verdad” (Jn 4,24) del Nuevo Testamento36. 

Hoy, el constante tráfico de visitantes y personas que hablan y deambulan por las naves de catedrales e iglesias, vestidos de forma inadecuada y con frecuencia sin respeto por el lugar, ciertamente no favorece la transmisión en la catequesis del carácter de la iglesia como espacio sagrado. Con ello se hace difícil la percepción de los ámbitos sacramentales de una iglesia: baptisterio, suprimido tan arbitrariamente en muchos casos, aula (con sus naves), presbiterio, capilla del Santísimo y capilla penitencial, ámbitos y espacios sacramentales que han de ser incluidos en la catequesis como lugares de experiencia mistagógica. Sin embargo, no es suficiente la catequesis y formación cristiana que transmite el sentido trascendente de los espacios de una iglesia, si no describe cómo la iglesia al tiempo que domus Dei es la casa de la asamblea o domus ecclesiae, donde resuena la Palabra divina, se celebra la liturgia y se realiza el sacrificio eucarístico, descripción inseparable de la explicación de la Misa y de los sacramentos en la catequesis. 

  ― Con relación al oracional común. Es notoria la falta de apropiación del oracional común y de su recitación al unísono por los niños y adolescentes, tanto en la iniciación cristiana parroquial como en la escolar. No se trata de que no exista este oracional, su ausencia se debe a que no se ha tenido en cuenta en la iniciación cristiana ni en la parroquia ni en la escuela de forma suficiente para que produzca el fruto de la actuosa participatio en la liturgia sobre todo de los adolescentes y jóvenes, tal como pide la Constitución «Sacrosanctum Concilium»37. Se ha querido hacer una liturgia para adolescentes y jóvenes que supone de hecho una ruptura con la comunidad celebrante según la mente de la Iglesia. La confusión entre canto catequístico y litúrgico ha sido una de las causas de esta situación. No me detengo en ello, he dejado constancia de la fenomenología que acusan las celebraciones litúrgicas en mi Carta pastoral Dar el pan de la Palabra y de la Eucaristía (2008)38.

El Concilio encomendó a los pastores de almas “fomentar con diligencia y paciencia la educación litúrgica, así como la participación activa de los fieles, interna y externa, según edad, condición, género de vida y grado de cultura religiosa, cumpliendo así una de las más importantes funciones del dispensador fiel de los misterios de Dios, y deben guiar en este punto a su rebaño no sólo con la palabra, sino también con el ejemplo”39. Los primeros responsables de que en la iniciación cristiana el catequizando en etapa escolar baya introduciéndose en la experiencia celebrativa de los misterios de la fe son, ciertamente, los padres, pero éstos no pueden ser los únicos mistagogos que los introduzcan en la celebración mistérica de la fe, pues su acción conduce a los niños al encuentro con el liturgo y mistagogo de la comunidad por vocación y ordenación sacramental, que es el sacerdote, que hace presente al Obispo, y el diácono. Los ministros ordenados cuentan en su acción mistagógica propia con la ayuda de sus colaboradores, particularmente los catequistas y los educadores en la fe. Esto supuesto, no hay que esperar a que los niños lleguen a ser adultos para introducirlos en la experiencia oracional y celebrativa de la sagrada liturgia ni crear una liturgia propia para ellos sino acomodar su participación a su edad y comprensión de la celebración.

El nuevo catecismo Jesús es el Señor, de la Conferencia Episcopal Española, para la iniciación cristiana de los niños y mirando principalmente a la primera Comunión, ha querido expresamente conjugar en su concepción instrucción y acceso al saber de Dios, de la revelación divina, con la experiencia mistagógica de Dios y de la vida divina, proporcionando para ello este oracional distribuido de modo progresivo y sistemático. La relación entre instrucción e introducción y práctica de la oración cristiana se ha especificado en cada bloque en la Guía básica que el Secretariado de la Subcomisión de Catequesis de la Conferencia ha preparado, para mejor utilización pedagógica y didáctica del nuevo catecismo40. Ya en esta línea se sitúan algunos materiales al servicio de la iniciación cristiana. Se trata, como reza el subtítulo, de un verdadero «itinerario catequético de iniciación cristiana» para jóvenes y adolescentes confeccionado por los obispos de la Provincia eclesiástica de Granada41.

Detrás de este déficit oracional de la iniciación cristiana hay un prejuicio promocionado por una pedagogía contraria a la memoria como medio de instrucción y apropiación de la fe. El fracaso catequístico de la iniciación cristiana tiene también que ver con este “destierro pedagógico” de la memoria como medio de instrucción de la catequesis. En contra, el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “La memorización de las oraciones fundamentales ofrece una base indispensable para la vida de oración, pero es importante hacer gustar su sentido”42. Tal como puede verse en la misma confección del Catecismo de la Iglesia Católica43, corresponde a la catequesis la iniciación en la oración como educación de la fe, y así de la plegaria del cristiano, en la interiorización de la palabra de Dios, de la cual emana la vida nueva44. Ésta es siempre fruto de la experiencia de Dios y medio de purificación de aquellas formas de oración que no son inspiradas por el Espíritu y, de una u otra forma, están afectadas por las concupiscencias humanas. Orar conforme al Espíritu sólo viene del Espíritu, pues “no sabemos pedir lo que nos conviene” (Rom 8,26; cf. vv. 8,6.26-27). La catequesis inicia en la docilidad orante a la inspiración del Espíritu como forma cristiana del diálogo con Dios.

  ― Con relación al desarrollo gestual del rito litúrgico de la Misa y sus partes. Hay un desconocimiento de los gestos y del desarrollo secuencial de la Misa. Lo que evidencia la falta de instrucción en la colación eucarística y el desarrollo de sus partes y contenido de las mismas en la catequesis. Es necesario anotar que el apercibimiento de esta carencia tan llamativa ha estimulado la reedición de los antiguos cartones y paneles de la Misa, en algunos casos modernizados con acierto. Una catequesis obsesionada con la transmisión de los valores ciudadanos al uso ha corrido el grave riesgo de negarse a sí misma como acción eclesial, produciéndose el efecto contrario del perseguido en la escuela. Si la escuela católica ha de ser lugar eclesial, es del todo paradójico convertir la parroquia y el acto catequético en lugar de educación ciudadana.

Con la deficiencia gestual litúrgica, siendo así que niños y adolescentes son particularmente sensibles al lenguaje de los signos y de los símbolos, no deja de ser llamativa la falta de una pedagogía y didáctica de los signos y símbolos litúrgicos, mientras hay un recurso permanente a otros signos y símbolos supuestamente catequísticos, que se ofrecen como alternativos a los mismos signos sacramentales, que hasta el presente han venido interrumpiendo incluso el ritmo de la celebración eucarística, para dar lugar a escenificaciones del ofertorio, que en ocasiones aparecen como una especie de happening litúrgico, sin el cual los muchachos parecen quedar desarmados y no saber qué hacer en la liturgia. Esto evidencia una ausencia real de formación catequística en la práctica oracional y litúrgica, en definitiva, de mistagogía de la fe que la catequesis parroquial y la escuela católica tienen que afrontar como reto para la iniciación cristiana. 

  ― Con relación al canto litúrgico. ¿Por qué los jóvenes no pueden cantar la Misa? Falta un «cantoral común» que incluya al menos dos misas en español que puedan ser cantadas por los confirmandos, que ni cantan ni recitan las partes invariables, tales como el Kyrie, Gloria, Credo, Sanctus y Agnus Dei. Sin entrar la caracterización descriptiva del canto juvenil que se aplica a las celebraciones de niños y jóvenes, algunos ejemplos esclarecedores del estado del canto litúrgico entre los adolescentes y jóvenes lo constituye el dato significativo de que, veinte años después de la modificación del Padrenuestro para la unificación del Ordinario de la Misa, los confirmandos no son capaces de cantar la oración dominical; y si se canta, se sigue hipotecando la versión vigente en la versión anterior, a pesar de que la unificación del Ordinario de la Misa data de 1992. En el mejor de los casos, los jóvenes cantan composiciones del Padrenuestro al arbitrio de sus compositores que han trastocado el tenor del texto de la oración del Señor.

Los adolescentes y jóvenes acusan una notable incapacidad para el canto de las antífonas de la Misa, desconocidas para los formadores y catequistas. Entre ellas el canto del aleluya resulta una mezcla de reclamo comercial y mixtura religiosa con carácter de “amenidad polivalente”. Sin embargo, cuando se proponen en un colegio un ensayo como tal, da su resultado, pero hay que urgirlo y reiterar una y otra vez a los religiosos y religiosas educadores el deseo de que así se haga. Cantan canciones de estado anímico sin otro valor que el que pueda darle el corillo de jovencitos que cantan y que nadie de la asamblea entiende45.

De todo se deducen las deficiencias objetivas de la catequesis como transmisión ordenada y sistemática de la doctrina cristiana e introducción en los misterios de la fe, sin los cuales una vez concluida la fase de formación de los adolescentes, queda una nebulosa sobre la identidad de su fe,  de caracterización débil y liviana. Cabe, como es obvio, ponderar la fenomenología positiva de los grupos parroquiales y de los grupos que giran en torno a los colegios, que nutren incluso las grandes manifestaciones de los jóvenes católicos, sobre todo en torno a los viajes del Papa a las Jornadas Mundiales de la Juventud. Sin sufrir espejismos no deseados conviene también retener de este fenómeno cuanto tiene de coyuntural y fenómeno juvenil; y, aunque es de hecho importante, en el conjunto de la juventud mundial no puede valorarse objetivamente si no se tiene en cuenta toda la sociología juvenil, el fenómeno de la música rock y el alejamiento de los millones de jóvenes enteramente marginales a la Iglesia.

Es un logro indudable de la educación católica que la promoción y defensa de la vida haya prendido en tantos miles de jóvenes que se manifiestan opuestos a la cultura actual de la muerte, sin embargo, no se ha logrado una práctica sostenida de la fe, que se manifiesta en la ausencia de los jóvenes de las celebraciones litúrgicas y de los movimientos apostólicos.

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