Nota de los Obispos de Andalucía ante el proceso de la muerte

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Promover o permitir la muerte La Iglesia, no cesa de proclamar el “Evangelio de la Vida”. Son innumerables las personas y las instituciones de la Iglesia dedicadas a los enfermos y ancianos necesitados del calor humano y de la asistencia necesaria hasta el último momento de la vida. Hoy como siempre, la Iglesia quiere llevar el amor y la misericordia a cuantos sufren y padecen una enfermedad incurable, viéndose paulatinamente  abocados a un proceso irremisible e inminente de muerte natural.

I.- A favor de la muerte buena y digna

El sentido de la muerte se ilumina a la luz del destino trascendente del hombre, que la razón intuye planteando la pregunta por el sentido del dolor y de la muerte. La muerte y la resurrección de Jesús iluminan el sentido del dolor, desvelan la victoria definitiva de la vida sobre la muerte, llenando el corazón inquieto del hombre de esperanza.

 

Morir con dignidad es parte constitutiva del derecho a la vida y significa vivir humanamente la propia muerte. La muerte no es un fenómeno pasivo que ocurre en nosotros y frente al cual no podemos hacer nada. La muerte es un acto humano en el que la libertad puede intervenir de alguna manera. La muerte no es sólo un acto médico. Es además un acontecimiento personal y social.

 

La importancia y el significado de la muerte exigen una fundada reflexión, que la integre en el misterio de la vida y busque su dignidad en el marco de un humanismo que sea fiel a la verdad del ser humano. En este sentido, a la luz de la razón e iluminados por la fe, cumplimos el deber pastoral de recordar a los sacerdotes, a los católicos y cuantos quieran escuchar con la mejor voluntad la voz de la Iglesia, siempre en favor del hombre y de su dignidad. Con ello, deseamos contribuir al bien de las personas y de la sociedad ante el deber de promover la vida hasta su muerte natural y de recorrer el camino de la humanización del morir.

II.- Una luz antropológica

Cristo, en efecto, revela en su vida, muerte y resurrección el sentido y el misterio del ser humano y su dignidad, que ya la razón descubre en la inquietud permanente del corazón que aspira a la vida sin fin y la felicidad plena, orientando su vocación trascendente. La dignidad del hombre tiene su fundamento último en haber sido creado a imagen y semejanza de Dios, su Creador (cf Gn 1,26-27). Por eso, la vida humana vale por sí misma.   

 

Todo hombre representa una novedad, es único e irrepetible. La vida es un bien fundamental del hombre que no está a su disposición. La vida humana vale por sí misma, tiene una dignidad y un valor que le acompaña siempre. No es un objeto,  es siempre un don del Creador.

 

El hombre es un ser relacional. La vida humana, además de su vertiente individual y personal, también tiene otra social de innegable trascendencia. Ninguna persona es totalmente autónoma. La vida humana no sólo es un bien personal, sino también un bien social, de tal forma que atentar contra la vida supone una ofensa a la justicia.

 

III.-Principios de humanización del proceso de la muerte

           

1.- La dignidad de la persona no se funda nunca en la calidad de vida ni en el bienestar de que pueda disfrutar, ni tampoco en su utilidad social, sino que reside en el propio ser y condición de la persona. La calidad de vida no se debe concebir en función de una propiedad o característica de la persona, ya que todas las vidas humanas tienen igual valor. Todas las personas son igualmente dignas y, dicha dignidad, la tienen a lo largo de toda su vida. La dignidad no se corresponde con la mera percepción subjetiva del valor que uno se pueda dar a sí mismo ni del valor que los demás puedan concederle, sino que se funda en el carácter personal del ser humano, que le dota de libertad y capacidad de juicio y decisión responsable para el bien y el mal, dando alcance moral a sus actos.

           

2.- La eutanasia entendida como una acción u omisión con la intención de anticipar la muerte, así como una opción voluntaria, consciente y libre de suicidio es una ofensa a la propia dignidad de la persona. El principio de autonomía nunca puede justificar la supresión de la vida propia o ajena. La autonomía exige la responsabilidad del individuo, que es libre para hacer el bien según la verdad de su existencia; ésta afirma que la vida la ha recibido como un don y no es dueño absoluto de la misma.

 

Se puede hablar de eutanasia activa y  de eutanasia por omisión, según se trate de una intervención para anticipar la muerte (una inyección letal) o de la privación de una asistencia todavía válida y debida. La eutanasia pasiva no se puede confundir con la eutanasia por omisión, son realidades distintas. A veces es necesario ser pasivo, es decir, no llevar a cabo intervenciones desproporcionadas, pero no es lícito omitir los cuidados debidos. El rechazo de un tratamiento proporcionado, ordinario y eficaz, en nombre de la autonomía del paciente es siempre un atentado a la vida.

           

3.- Ante la cercanía de una muerte inevitable e inminente, es lícito tanto al enfermo como a sus deudos o personas responsables por parentesco o ley decidir en conciencia sobre la conveniencia de renunciar  a terapias inútiles y desproporcionadas que aumentan el sufrimiento y sólo consiguen prolongar artificialmente una agonía sin esperanza. Se ha de procurar hacer disponibles las terapias proporcionadas sin utilizar ninguna forma de ensañamiento u obstinación terapéutica.

 

Dado que existe gran diferencia ética entre «provocar la muerte», que rechaza y niega la vida y «permitir la muerte inevitable», que, en cambio, acepta su fin natural, es ético, ante tratamientos fútiles e inútiles, limitar el esfuerzo terapéutico, que no se identifica con la eutanasia por omisión.

 

También se ha de tener claro que el enfermo en estado vegetativo, en espera de su recuperación o de su fin natural, tiene derecho a una asistencia sanitaria básica. La suministración de agua y alimento, incluso cuando hay que hacerlo por vías artificiales hay que considerarlo ordinario y proporcionado, salvo en casos excepcionales de incapacidad de asimilación que haría inútil su suministro.

           

4.- Tratamiento del dolor y cuidados paliativos. Es necesario instaurar terapias paliativas que tengan en cuenta el derecho de todo enfermo a no sufrir inútilmente. Por ello, hay que garantizar el tratamiento contra el dolor y los síntomas que acompañan a la enfermedad incurable. Asimismo, no es lícito moralmente privar al enfermo de una atención espiritual que le lleve a encontrar la serenidad y la paz que le ofrece la fe  máxime, si el enfermo es una persona bautizada que en ningún momento ha renunciado explícitamente a los auxilios espirituales de la fe, lo que vale además para las personas que profesen otra religión.

 

Se debe tutelar la autonomía y el respeto de la dignidad, satisfaciendo el derecho a ser informado, a conocer la verdad y a participar en las decisiones que afecten a los cuidados que se le han de aplicar. En este contexto, reconocer el derecho del paciente a rehusar un determinado tratamiento, sin que ello pueda entenderse como derecho a atentar contra la propia vida con la asistencia del personal sanitario, ni a una arbitrariedad subjetiva, ni a convertir a los médicos en autómatas a las órdenes de los pacientes.

 

Finalmente, garantizar las formas de asistencia a domicilio, el apoyo psicológico y espiritual de los familiares y de los profesionales, que puedan transmitir la convicción de que cada momento de la vida y cada sufrimiento se pueden vivir con amor y son muy valiosos ante los hombres y ante Dios.

Conclusión

Estos principios que acabamos de recordar pertenecen al magisterio perenne de la Iglesia, expresado en documentos tan importantes como la Declaración sobre la eutanasia (1980), de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el documento del Consejo Pontificio «Cor unum» Cuestiones éticas relativas a los enfermos graves y a los moribundos (1981), la encíclica Evangelium Vitae (1995) del Papa Juan Pablo II, la Carta a los agentes sanitarios, del Pontificio Consejo para la Pastoral de la Salud (1995) y la Declaración de la Conferencia Episcopal Española, La eutanasia es inmoral y antisocial (2008). Todas ellas responden a la misión que tiene encomendada la Iglesia de ser fiel al mandato de anunciar con fuerza el Evangelio de la vida, actualizando en la historia la mirada de amor de Dios al hombre, sobre todo cuando es débil y sufre.

 

28 de Diciembre de 2008

Festividad de la Sagrada Familia

 

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