La grave crisis económico-social que hace presa en estos momentos en toda la sociedad española y, con especial rigor, en los sectores humanos más desfavorecidos, sacude y conmueve nuestra conciencia de pastores de la Iglesia. Queremos hacer nuestro el sufrimiento de tantas personas y familias ,pobres y marginadas, en una región que, como Andalucía, añade a sus lacras endémicas el azote de esta situación.
La crisis en Andalucía
Somos conscientes de que la crisis se encuadra en el marco más amplio, no sólo de España sino de la misma Comunidad Europea y de otros factores supranacionales. Pero nuestro caso presenta a todas luces unos síntomas propios, y por desgracia, de cariz desfavorable. Todos los diagnósticos señalan al paro como el exponente más desolador de la realidad que nos aflige. Según los últimos datos publicados por el Instituto Nacional de Estadística, referidos a nuestra Comunidad Autónoma, el desempleo afecta a una de cada tres personas en disposición de trabajar, frente a una de cada cinco de la media nacional.
Añádase a esto el peligro que se cierne sobre muchos trabajadores y pequeñas y medianas empresas, amenazadas por su propia fragilidad y por la crisis del sector; la inseguridad y la precariedad en la que se debaten tantos jornaleros del campo; sin olvidar las dificultades y tragedias de muchos inmigrantes que nos llegan por tierras y costas andaluzas. Todo lo cual discurre en una región que, según los expertos en la materia, se ve crónicamente afectada por la dependencia energética y tecnológica, la insuficiente capacidad empresarial y una mano de obra de escaso nivel de formación.
El malestar social y la huelga
Dentro de este contexto de dificultades y carencias, repercute con notable fuerza la ola de malestar que viene sintiendo, en los últimos meses, la conciencia colectiva del pueblo español. Fracasados los intentos de un pacto social, puestas ya en vigor o anunciadas por el Gobierno unas medidas muy severas de restricción de rentas laborales y de garantías del puesto mismo de trabajo, va creciendo el malestar social, incentivado por los malos ejemplos de corrupción pública y por las sospechas de que los costes de la crisis vuelvan a recaer sobre las espaldas más débiles de la colectividad social.
De ese entramado confuso y preocupante, en el que no faltan componentes políticos de diferente signo, ha surgido la propuesta sindical de una huelga general, anunciada para el próximo 27 de enero. Estamos ante una acción reivindicativa del máximo alcance, con serias y graves repercusiones en la vida reivindicativa del máximo alcance, con serias y graves repercusiones en la vida nacional, que emplaza a todos los ciudadanos frente a su aceptación o su rechazo.
Actuar con criterio moral
Antes de adoptar una u otra de esas dos opciones, que ambas caben, de suyo, dentro de la Constitución Española y de la Doctrina Social de la Iglesia, cada persona o grupo social deben situarse ante la propia conciencia, para juzgar las motivaciones de la huelga, valorar posibles logros o fracasos y asumir serenamente las propias responsabilidades.
Recomendamos, como Pastores de la Iglesia, que la decisión personal sea ponderada, desapasionada y motivada por el bien común.
Respetamos la libre determinación de nuestros fieles y de todos los ciudadanos, sea cual fuere en este caso su respuesta a la convocatoria. Nadie debe ser impedido de t Omar parte en la huelga, ni forzado a secundarla. Sin olvidar, en ningún caso, los linderos marcados por el respeto mutuo y la convivencia ciudadana.
Examen de conciencia colectivo
Pero la huelga no lo es todo, ni tan siguiera lo principal, e n esta coyuntura crítica. Suelen ser precisamente estas situaciones las más propicias para una reflexión moral de hondo calado. Acostumbramos los hombres a proyectar sobre lo demás nuestras responsabilidades. ¿Cómo hemos llegado a semejante situación? Dejemos a los analistas económicos y políticos los dictámenes de su competencia. Asuman, desde luego sus responsabilidades los gobernantes, los políticos, los hombres de empresa, los sindicalistas y los medios de comunicación social. Cooperemos también los hombres de Iglesia con nuestra conducta responsable en la construcción moral de nuestro pueblo.
Esta grave crisis y sus penosas consecuencias reclaman, si excepción, un sincero examen de conciencia, a todos los miembros de la comunidad ciudadana. D este examen no debemos excluirnos nadie: ni los ejecutivos de empresas, ni los graduados de todas las carreras, ni los funcionarios públicos, ni los enseñantes, ni los empleados del sector servicios, ni los trabajadores de la construcción y de la agricultura… ¿Quién tirará la primera piedra? Todos los sectores necesitamos mejorar nuestros comportamientos personales, profesionales y sociales. Antes que económica y política es ésta una crisis moral, una crisis de valores.
Solidarios con las víctimas
La regeneración moral de nuestra sociedad, en sus dirigentes y en sus miembros, debe iniciarse con un comportamiento solidario con las víctimas de esta situación, aún en el caso de que ellas mismas tuvieran parte en la causa del fenómeno. Búsquense para ello unas fórmulas que no maleduquen a nadie ni produzcan agravios comparativos.
Los creyentes no debemos aceptar los planteamientos fatalistas de quienes piensan que estas situaciones de injusticia son irreversibles. Los cristianos creemos que Jesucristo ha vencido el odio, la injusticia y la misma muerte. Y a quienes nos acercamos a Él con fe se nos da su Espíritu, como fuerza de dios que mantiene nuestra esperanza y nuestra acción.
Córdoba, 11 de enero de 1994.