Introducción pastoral de los Obispos del Sur de España. Reflexión cristiana sobre la vida municipal

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Oficina de información de los Obispos del Sur de España

I. CONSIDERACIONES GENERALES
1. Razones de este escrito
    En diferentes ocasiones los Obispos del Sur de España hemos hablado a los miembros de nuestras Iglesias sobre las exigencias de la vida cristiana respecto de nuestras actuaciones dentro del campo social y aun político (1).
    En este escrito proponemos algunas consideraciones que pueden ser útiles para enriquecer la reflexión previa a nuestras decisiones en las próximas elecciones municipales.
    Mirando más allá de estos momentos electorales, querríamos también contribuir a la maduración política de nuestro pueblo y a la consolidación de nuestras instituciones democráticas, desde la vertiente concreta de nuestro ministerio religioso y moral: “en esta hora histórica hemos de sentir todos, y particularmente los que nos sentimos y confesamos cristianos, la grave responsabilidad de tomar en nuestras manos nuestro propio destino” (2).
    Como todos los ciudadanos, los cristianos debemos participar activamente en la vida social y pública, buscando ante todo el bien común de cuantos formamos una misma unidad social. Pero fuerza es reconocer que todavía no hemos alcanzado la claridad y la experiencia suficiente como para saber ejercer los derechos civiles en consonancia con nuestras especiales convicciones de fe y con los criterios morales que deben inspirar en todos los órdenes nuestra vida personal, comunitaria y pública.
    Cuanto hacemos los hombres desde nuestra libertad personal tiene una dimensión moral que nadie puede desconocer. Las acciones cívicas y políticas, y desde luego las que ejerceros en la vida municipal, tienen también esta dimensión moral que los cristianos debemos iluminar con los principios del Evangelio, formulados en nuestro tiempo por la doctrina social de la Iglesia.

2. Importancia de la vida municipal
    Entre todos los niveles de la vida política, las instituciones municipales son las que tienen un carácter más directamente humano y personal. La vida municipal es el ámbito inmediato en el que las familias, los hombres y mujeres, desarrollarnos nuestra vida. El pueblo o la ciudad, y a veces el barrio, son los lugares reales de la convivencia, de las relaciones humanas directas, del trabajo y del descanso, de la salud y de la enfermedad, de la vida y de la muerte.
    El pueblo o la ciudad no se reducen a un simple territorio, ni el municipio que los representa ha de limitarse a unas formalidades oficiales y burocráticas. Lo que de verdad constituye la substancia de la convivencia ciudadana y municipal es el conjunto de relaciones entre los vecinos, la solidaridad y la confianza, los vínculos éticos de apoyo y benevolencia, el respaldo que nos damos unos a otros para desarrollar nuestra vida en un clima de libertad, de respeto mutuo, de justicia y de paz.
    Ahora bien, este tejido de relaciones habrá de ser la obra de todos, y es tarea de la autoridad municipal favorecer el empeño común, promoviendo los cauces necesarios y proporcionando los medios indispensables para ello, cuidando de evitar un afán de protagonismo que sustituya o desplace la libre participación y las iniciativas útiles de los ciudadanos.
    Es obligado reconocer que, hablando en términos generales, el sistema democrático ha reactivado la vida e nuestros municipios y los frutos de su gestión en los últimos años están a la vista por todas partes. Con mayor o menor acierto y rapidez, están mejorando los servicios sociales de nuestros pueblos y ciudades; viejos problemas endémicos van encontrando poco a poco soluciones realistas y justas.
    Ahora bien, el servicio del pueblo y nuestra propia honestidad nos obliga a decir también que falta todavía mucho por hacer en este campo. Los desniveles de servicios entre la ciudad y el campo siguen siendo aún demasiado grandes, los medios de vida y las posibilidades de desarrollo integral son en algunas partes harto deficientes; e importantes problemas de convivencia, como la seguridad ciudadana y la calidad de vida, la oferta de viviendas sociales y los servicios de sanidad, así como también la lucha efectiva contra las causas de la pobreza y la marginación en algunas zonas o barrios esperan todavía soluciones más efectivas.
    Los cristianos hemos de tener la suficiente sensibilidad social para dar a conocer las necesidades más urgentes del barrio, de nuestro pueblo o ciudad. Todo ello hay que tenerlo en cuenta a la hora de dar nuestro voto apoyando a quienes nos ofrezcan mayores garantías profesionales y morales de que sabrán abordar de verdad lo que consideramos más importante para el bien común, teniendo especialmente en cuenta las conveniencias de los más débiles y necesitados.

3. Las carencias del mundo rural
    Cuanto aquí decimos tiene especial importancia y urgencia en las poblaciones rurales, y concretamente en Andalucía, como resultado de las duras condiciones materiales y espirituales en las que han vivido durante siglos. Todavía no se han desarrollado suficientemente los hábitos de participación activa, crítica y solidaria.
    Los habitantes de los núcleos rurales, si bien tienen más estrechos vínculos de convivencia y de mutuo conocimiento, sin embargo por su modesto nivel cultural están más necesitados de una mayor lucidez de conciencia acerca de sus verdaderos derechos y hasta de sus necesidades más urgentes. De ahí que una visión política demasiado estrecha e interesada busque con frecuencia proyectarse en realizaciones ostentosas que atraigan la opinión de forma inmediata, pero que a la larga no suponen ninguna mejora de fondo para el pueblo. A veces también se gasta demasiado en fiestas o celebraciones y no se atienden suficientemente otras necesidades más decisivas, como, por ejemplo, las comunicaciones comarcales, los aspectos higiénicos y estéticos de la vida, los servicios sanitarios o culturales, por no hablar de la creación de puestos de trabajo a partir de las posibilidades de cada tierra y de cada lugar.
    Entendemos que cuantos tenernos responsabilidades en la Iglesia podemos desempeñar en todo esto un gran papel, ayudando a las gentes de los pueblos y ciudades a adquirir la madurez cívica y política esté a la altura de sus problemas e intereses. Ya en 1986 insistíamos en la necesidad de que los cristianos, tanto en la ciudad como en los pueblos, se esfuercen por adquirir una formación adulta y consciente que ponga de relieve de modo sistemático la dimensión social de la vocación cristiana y, en particular, su responsabilidad en la promoción integral y colectiva del hombre. (3)

II. APLICACIONES PRÁCTICAS DE MAYOR INTERÉS
    Por eso, con el mejor deseo de colaborar, desde el ejercicio de nuestra misión pastoral, al desarrollo de esta conciencia ciudadana entre los cristianos, queremos indicar algunos puntos concretos que nos parecen de especial interés.
    Al hacerlo nos dirigimos en primer lugar a los fieles de nuestras comunidades que se plantean seriamente actuar en la vida municipal movidos por sus convicciones religiosas y morales. Y, porque estamos convencidos de que los valores cristianos resultan útiles y provechosos para toda la sociedad, nos dirigimos también a cuantos quieran acoger nuestras palabras con atención y buena voluntad.

1. Fomentar actitudes de gratuidad y solidaridad.
    En el momento presente se nos muestra como especialmente necesario fomentar a fondo en nuestra sociedad sentimientos y actitudes de generosidad y altruismo, resaltando la dimensión gratuita del amor y la solidaridad en las relaciones humanas, sobrepasando la búsqueda de intereses inmediatos, aunque éstos puedan ser legítimos.
    Como cristianos sabemos muy bien que la vida es un don que crece en calidad a medida que se da y se comunica generosamente. De ahí que sea hoy más necesario que nunca que la cultura y el desarrollo de nuestro pueblo sirva para fomentar en nuestra convivencia tesoros tan importantes como la confianza, la amistad, la comunicación fácil, la ayuda sincera y desinteresada, cara a cara, de puerta a puerta y de corazón a corazón.

2. Participar en las instituciones ciudadanas.
    Este mismo espíritu de solidaridad ha de movernos a participar en las instituciones cuya labor incide sobre la vida común, por medio de las cuales podemos hacer llegar a los demás los frutos de nuestra solidaridad.
    Todos los ciudadanos, en virtud de sus propios ideales morales y solidarios deberían interesarse por favorecer el bien común de toda la población en que viven. Los cristianos deberíamos sentir como especial exigencia esta llamada al servicio del bien común desde las instituciones públicas. La caridad fraterna y la solidaridad se pueden ejercer con mucho fruto participando en las entidades y asociaciones locales que intervienen en el ordenamiento de la vida municipal y social. Para ello hemos de esforzarnos en conocer bien la doctrina social cristiana y adquirir una buena capacitación técnica y profesional.
    En el campo de sus decisiones y actuaciones civiles los cristianos, individualmente o asociados, actúan bajo se propia responsabilidad, pues en estas cuestiones “a nadie le está permitido reivindicar en exclusiva a favor de su parecer la autoridad de la Iglesia” (4).

3. Fomentar el asociacionismo.
    Puede ser que para hacerse presentes en las instituciones municipales sea preciso crear o favorecer nuevos grupos organizados de personas que compartan unos principios comunes y coincidan, siquiera sea genéricamente, en los procedimientos y objetivos más importantes.
    Como los demás ciudadanos, los cristianos han de sentirse libres, no sólo para participar en las asociaciones ya existentes de carácter común, sino también para promover otras que tengan más en cuenta la inspiración cristiana de sus objetivos y procedimientos, según lo que ellos mismos juzguen más conveniente. En cualquier caso estas asociaciones deben regirse por las leyes vigentes, siguiendo los procedimientos propios de una sociedad democrática que respeta las libertades civiles de los ciudadanos, incluida la libertad religiosa en todas sus manifestaciones y consecuencias. Esta es la doctrina que hemos expuesto ya en otros lugares de acuerdo con las enseñanzas comunes de la Iglesia (5).

4. Difundir el verdadero sentido de a la autoridad.
    La autoridad legítimamente constituida merece la aceptación y el apoyo de los ciudadanos. El bien común de la sociedad y el bien mismo de las familias y de las personas concretas exige que los ciudadanos acepten con respeto y buena disposición las decisiones correctamente adoptadas por la autoridad legítima. Una sociedad democrática no puede funcionar bien ni progresar si falta el necesario respeto y la indispensable confianza de los ciudadanos en las instituciones y en las personas que las encarnan. Esto es especialmente verdadero en el caso concreto de los municipios por el realismo y la cercanía al bien de los vecinos de los asuntos que se tratan en la vida municipal.
    Una característica de los cristianos ha de ser la de difundir, con su palabra y su conducta, el concepto auténtico de la autoridad como verdadero servicio al bien común. El ejemplo y la doctrina de Cristo nos induce a considerar la autoridad como un servicio que respeta y promueve sinceramente el bien de los demás, sin privilegiar a los que están más cerca ni buscar directamente el beneficio político, y menos el económico de las personas o de los grupos que gobiernan.
    La actividad municipal tiene por objeto servir a los fines comunes de la población de forma directa en los aspectos de la vida más inmediatos, cotidianos y concretos. Quienes ejercen la autoridad y administran los recursos públicos han de responder a las legítimas necesidades comunes, asegurando las condiciones de una vida tranquila, segura, digna, con calidad material y moral, en justicia y libertad, sin discriminaciones, con especial atención a los más necesitados.
    Se establece así una relación de interdependencia entre el ciudadano y quienes ejercen la autoridad municipal. El ciudadano debe saber que las instituciones municipales están al servicio de los legítimos intereses comunes, y debe ser capaz de estimular y controlar el buen funcionamiento de las instituciones públicas mediante procedimientos adecuados y correctos, que respeten el papel y la competencia de las propias instituciones sin perjudicar a los intereses legítimos del resto de la población. Hay aquí un campo inmenso de aprendizaje y entrenamiento para enriquecer y consolidar la vida democrática de los municipios en beneficio de la calidad real e integral de la vida concreta de las familias y personas que vivimos en ellos.

5. Respetar el protagonismo social.
En esta relación mutua entre autoridad y sociedad, es importante destacar que el principal protagonismo corresponde a la sociedad, a las necesidades e iniciativas de los ciudadanos, en materia de cultura y de valores de convivencia, en la prioridad de sus necesidades, en el mantenimiento de las propias tradiciones.
    Es cierto que en el ejercicio de sus funciones, la autoridad ha de procurar suplir las deficiencias de la iniciativa social y distribuir los servicios y los beneficios de la convivencia a favor de los más necesitados. Pero esta función habrá de cumplirse de manera que los ciudadanos, en la medida que se vayan capacitando, puedan tomar las iniciativas y ser cada día más activos, respaldados y ayudados por los recursos comunes que administra la autoridad, sin que las instituciones sociales necesiten estar siempre dirigidas desde las mismas instituciones públicas.
    Un modelo de administración municipal muy intervencionista, aunque en un primer momento parezca más favorecedor del pueblo, encierra una visión negativa de las posibilidades de actuación de los ciudadanos, multiplica los gastos más de lo necesario y acaba empobreciendo el desarrollo popular ya la maduración civil y democrática de los pueblos.

6. Atender a las necesidades de los jóvenes.
    Todos estamos de acuerdo en reconocer las dificultades que encuentran los jóvenes para orientarse personalmente y abrirse camino en una sociedad tan compleja y competitiva como la nuestra: Necesitan ellos una especial comprensión y apoyo por parte del resto de la sociedad. Pensamos que en este orden de cosas es mucho lo que puede hacerse desde el plano de la vida municipal.
    Hemos, pues, de preguntarnos: ¿Qué ayudas son las que verdaderamente necesitan los jóvenes para superar sus problemas y abrirse camino hacia una vida adulta suficientemente atrayente y satisfactoria, en el ámbito profesional, económico y cultural, personal y familiar? No siempre las ofertas que se hacen a la juventud tienen suficientemente en cuenta estas necesidades básicas. Es éste uno de los campos al que la Iglesia misma, desde su misión propia, se siente siempre, y hoy más que nunca, llamada a prestar la mayor atención y las mayores ayudas posibles, para cooperar con las familias y la sociedad a la maduración de la personalidad de los jóvenes y de su sentido de responsabilidad social.
    Está sobradamente justificado que las autoridades civiles, desde los diversos niveles de la Administración, faciliten a los jóvenes la adquisición y el ejercicio de una vida cultural auténtica que les sitúe al mismo nivel de preparación personal que el de sus compañeros urbanos o rurales de Europa; necesitan instalaciones deportivas y sanitarias; necesitan con urgencia ayudas para iniciar con su propio esfuerzo aquellos trabajos y empresas productivas que mejoren su situación y la de sus pueblos o ciudades. Y todo esto ha de hacerse con amplitud de miras, sin excluir a nadie, favoreciendo, si acaso, a los más necesitados, a o a las instituciones que hayan demostrado mayor capacidad de servicio y de rendimiento.

7. Proteger la familia.
    La Iglesia, consciente del valor decisivo de la familia, se esfuerza, dentro de sus posibilidades, por fortalecerla interiormente, respaldarla en su labor educativa y capacitarla para el testimonio de una vdia cristiana y social ejemplar.
    Constituiría un suicidio para nuestra sociedad que ésta volviera la espalda a la familia, favoreciendo la promiscuidad sexual y la multiplicación de uniones superficiales e inestables entre los jóvenes.
    El compromiso matrimonial es la mejor oportunidad matrimonial es la mejor oportunidad de maduración humana para la mayoría de las personas, hombres y mujeres. La maternidad y paternidad potencian las mejores cualidades del hombre y de la mujer. Los hijos necesitan crecer en el clima acogedor de una familia estable y unida. Todo se comprueba por contraste con los hechos, viviendo de cerca, en los barrios y en los pueblos, la realidad concreta de la drogadicción, de la delincuencia juvenil y hasta de los fracasos escolares y profesionales.
    Las autoridades municipales pueden favorecer mucho el óptimo clima familiar en la vida de los vecinos. Hay muchas iniciativas educativas que preparan a los jóvenes para plantear con humanidad su vida familiar. Todo aquello que favorece la creación de trabajo local, y no simplemente la subvención del paro, favorece igualmente el dinamismo familiar de la población juvenil. Resulta también indispensable una buena política de vivienda que facilite suelos edificables, urbanización holgada y agradable, sin ceder a las presiones de los especuladores, de modo que se puedan ofrecer viviendas populares en buenas condiciones económicas, con la colaboración laboral, si fuere preciso, de los mismos jóvenes.
    En este campo, como en tantos otros, la iglesia, la actuación pastoral de los sacerdotes, la actividad de las asociaciones parroquiales, suponen una colaboración complementaria insustituible en el nivel profundo de las motivaciones morales, de las actitudes personales y de las relaciones humanas.

8. Luchar contra las causas de la pobreza y la marginación.
    La caridad fraterna nos lleva a los cristianos a valorar la política y la acción pública en general como un medio indispensable para modificar aquellas situaciones sociales que actúan como causas de pobreza, perpetuadoras de la marginación, así como a favorecer la inserción social y la promoción integral de los menos favorecidos.
    Persisten todavía entre nosotros situaciones graves de pobreza y marginación que requieren soluciones profundas. Todos los ciudadanos con el ejercicio del voto, con el control de las acciones de gobierno, con la fuerza de una opinión pública de calidad, con iniciativas sociales dignas del apoyo municipal, hemos de intentar que estas lacras de nuestros pueblos y ciudades desaparezcan de una vez para siempre.
    La delincuencia juvenil y casi infantil, la droga, las familias marginadas, sin documentación, sin trabajo y sin cultura, no son situaciones irremediables a las que tengamos que resignarnos. Todo es lo podemos superar, como de hecho lo han superado ya en otras muchas sociedades.
    En este breve recuento de necesidades urgentes, no pueden quedar fuera los inmigrantes que llegan hasta nosotros para huir del hambre y de la miseria de sus países de origen. En otros tiempos, e incluso ahora mismo, algunos hijos de esta tierra se desplazaban en gran número y aún se siguen desplazando a otros lugares para poder sobrevivir. En nuestras ciudades y pueblos urge establecer centros públicos de acogida, donde estas personas encuentren cama y comida, información y ayuda para legalizar su situación e iniciar una vida laboral honesta y justamente retribuida.
    Los cristianos debemos influir en el desarrollo de una política municipal más humanitaria que dignifique nuestras ciudades y pueblos, alivie el dolor de nuestros hermanos y, al mismo tiempo inculque ideales de humanidad a nuestros jóvenes, sin dejar por ello de hacerlo directamente, por un imperativo de amor fraterno de nuestras mismas comunidades.
    Hacemos también una invitación a la austeridad. Ante las necesidades urgentes de nuestro mundo rural y de nuestras ciudades, es necesario que los sectores sociales más pudientes adopten actitudes de austeridad. Esto puede aplicarse a diversos aspectos de la vida municipal: por ejemplo, a la sobriedad en la ornamentación de edificios públicos a cargo de los municipios, a la ejemplaridad en la fijación de sueldos y gratificaciones a los titulares de cargos municipales, a la búsqueda de formas de compensación entre municipios de grandes ingresos y municipios carentes de ellos.

CONCLUSIÓN
    Estamos seguros de que estas reflexiones no son completas. Tampoco lo hemos pretendido. Por otra parte lo que la religión y la moral pueden aportar a la vida social de las ciudades y municipios no pueden ser soluciones acabadas. La religión y la moral de Jesucristo aportan actitudes, objetivos, elementos de juicio y motivaciones generosas para actuar, asistidos con el poder de su gracia. Lo demás es fruto de la preparación profesional, de los trabajos técnicos, de las valoraciones y decisiones políticas de cada grupo o de cada persona. En nada de esto hemos querido entrar porque sabemos bien que no es de nuestra incumbencia pastoral.
    Estimamos y agradecemos lo que han hecho y hagan en el futuro todos los ciudadanos de buena voluntad, sean o no creyentes. Los cristianos queremos participar intensamente en ello junto con todos los demás. Podemos aportar recursos personales, ideas, capacidades, iniciativas capaces de mejorar la vida de los demás , con ánimo desinteresado y solidario. Nadie debería ir por delante de los cristianos a la hora de contribuir personal y colectivamente a elevar las condiciones de la vida social y comunitaria en un campo tan personal y directo como es la vida municipal.
    Entre otras cosas, los cristianos podemos aportar la convicción de que la calidad de vida de nuestros municipios va más allá de los objetivos económicos y materiales. Deberíamos ser capaces de demostrar que el respeto a la ley moral en general es necesario para conseguir un desarrollo integral de la vida social y garantizar el verdadero bienestar de la población.
    Deseamos que las exigencias sociales de la fe cristiana inspiren cada día más la conciencia de los cristianos, forjando actitudes de participación solidaria en la vida pública, y actuando desde dentro de las instituciones con justicia y verdad, con honestidad en la administración de los fondos públicos y con apertura a las verdaderas necesidades de los ciudadanos. Todo ello sería a la vez resultado y comprobación de una vida cristiana sincera y renovada, como queremos que sea la vida de nuestras parroquias, de las familias, de las asociaciones y de los fieles cristianos de Andalucía.

Úbeda, 16 de Abril de 1991, Año del IV centenario de la muerte de San Juan de la Cruz.

* José Méndez Asensio, Arzobispo de Granada
* Carlos Amigo Vallejo, Arzobispo de Sevilla
* Fernando Sebastián Aguilar, Arzobispo Coadjutor de Granada
* Rafael González Moralejo, Obispo de Huelva
* José Antonio Infantes Florido, Obispo de Córdoba
* Antonio Montero Moreno, Obispo de Badajoz
* Antonio Dorado Soto, Obispo de Cádiz-Ceuta
* Javier Azagra Labiano, Obispo de Cartagena (Murcia)
* Ramón Buxarráis ventura, Obispo de Málaga
* Rafael Bellido Caro, Obispo de Jérez
* Ignacio Noguer Carmona, Obispo Coadjutor de Huelva y Administrador Apostólico de Guadix-Baza
* Rosendo Álvarez Gastón, Obispo de Almería
* Santiago García Aracil, Obispo de Jaén

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