1. El pueblo andaluz se dispone a darse a sí mismo el primer Parlamento y el primer Gobierno autónomo, en unidad solidaria con los otros pueblos de España.
Como obispos de la Iglesia en esta tierra, venimos siguiendo con interés y esperanza las etapas del proceso autonómico y nos hemos pronunciado sobre el mismo el febrero de 1980 y en octubre de 1981. Hoy volvemos a hacerlo, ante el momento, decididamente histórico, de nuestras primeras elecciones legislativas.
2. claro que, como Pastores de la Iglesia, estamos al margen de posiciones de partido, respetamos todas las opciones democráticas y reconocemos la libertad de nuestros fieles para votar como les dicte su conciencia. Sólo nos corresponde recordar los criterios morales y los métodos evangélicos que deben guiar esa decisión personal.
3. Consideramos, ante todo, un deber de los partidos aclarar abiertamente ante los electores el contenido de sus programas políticos, para que los votantes actúen con conocimiento de causa. En cuanto a los representantes que salgan elegido, habrán de sentirse obligados a legislar y gobernar en estricta fidelidad a los compromisos contraídos con sus electores. Toda la clase política ha de sentirse llamada a despertar la confianza del pueblo en los poderes públicos, anteponiendo el bien común a los intereses de partido.
4. Con todo, el pueblo sigue siendo el verdadero protagonista de su propio destino y cada ciudadano comparte proporcionalmente esta responsabilidad. Que ni el desencanto ni la desconfianza, por muy justificados que puedan parecer, conduzcan a nadie a una abstención irresponsable. La Andalucía que queremos será la resultante de un empeño generoso y abnegado de todos sus hombres y mujeres.
5. Se plantea a veces a la conciencia cristiana una cierta perplejidad. ¿A quién elegir o por quién votar, si ningún programa político responde plenamente al proyecto cristiano sobre el hombre y sobre la sociedad?¿Qué hacer cuando, incluso, se tienen graves reservas sobre los contenidos o tendencias del programa o de la línea de cada partido? Aquí deberá decidir un juicio prudente en dónde esté la solución más aceptable o la menos rechazable.
6. Esto supone ciertamente reconocer lo que se vota, por qué se vota y en qué circunstancias se vota. Este obliga, sobre todo, a que nuestro voto sea consecuente con la madurez ciudadana y con la formación cristiana. Resultaría absurdo que la opción de un católico en las urnas fuera contradictoria con nuestra idea del hombre y de la sociedad, de los derechos humanos y de las reglas de convivencia, de los valores morales y de las creencias religiosas.
7. Por lo que toca a la Iglesia, ella quiere estar presente, de una manera abierta, respetuosa y llena de esperanza en esta hora de Andalucía. Procuraremos poner a contribución todo lo que la Iglesia es y significa en esta tierra, para que nuestro pueblo se realice cada vez más por sí mismo y se desarrolle en todas sus dimensiones.
Córdoba, 17 de abril de 1982