VIII DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO, por Manuel Pozo Oller

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

El evangelista san Lucas, acabado el discurso de las bienaventuranzas y enunciado el precepto del amor al enemigo, finaliza el discurso de la llanura ofreciendo tres enseñanzas concretas de Jesús en forma de comparaciones en las que muestra, como ahora se dice, el perfil del buen discípulo.  Son las parábolas del ciego que guía a otro ciego, de la mota y la viga en ojo y el árbol y sus frutos (6,39-45). La luz de la inteligencia y la humildad del maestro darán, con certeza, fruto abundante y bueno. Detengámonos ahora en cada una de las comparaciones.

La carencia de luz de los ojos es una imagen perfecta, en nuestro caso, de la ausencia de luces naturales. El que sigue a la luz está siempre en un estado de búsqueda y aprendizaje que nos humaniza. El engreído se cree que sabe. El discípulo humilde descubre que el periodo de aprendizaje no acaba jamás y el ahondamiento en la verdad nos hace más vulnerables al considerar lo poco que somos y sabemos en una experiencia que nos acerca a la convicción socrática del “solo sé que no sé nada”. Dios nos invita a buscar con la luz de la razón y la inteligencia como tan atinadamente lo expresó en su momento G. K. Chesterton, con el humor inglés que le caracterizaba, que «la iglesia nos pide que al entrar en ella nos quitemos el sombrero, no la cabeza».

La parábola de la luz es una imagen muy útil para nuestros días puesto que la complejidad de las cosas exige estudio y reflexión y no basta con la buena fe y la estimada buena voluntad. El simple, como el recordado maestro Ciruela, actuando sin juicio, hace cosas tan estrambóticas como “no sabiendo leer, puso una escuela”. También se da el caso del jactancioso que en su soberbia pretende arreglar el mundo con dos ideas permanentes y repetitivas cogidas de aquí y allá. Viene a mi memoria un adagio que leí en la Enciclopedia Álvarez, aquella que estudiamos en nuestra niñez, donde se podía leer «temo al hombre de un solo libro». En verdad, no hay nada más ridículo que quien se las da de listo y sabihondo cayendo, antes o después, a consecuencia de su ceguera y autosuficiencia «en el hoyo» y arrastrando a otros en su caída libre. El sabio, el que tiene experiencia de vida, por pura necesidad, es humilde, tiene deseo de aprender y no se cansa de buscar oyendo, leyendo y contemplando a los demás. El discípulo, por el contrario, cargado de interés por la sabiduría ha de tener paciencia “hasta terminar con su aprendizaje” para ser como su maestro.

La segunda nota que indica san Lucas gira en torno a la identidad del maestro y del discípulo. La identidad clara del maestro suscita en el alumno el deseo de aprender e imitar. La propuesta razonable del Evangelio, es meridianamente clara: «un discípulo no es más que su maestro». Hoy el igualitarismo ha quebrado esta relación deviniendo maestro y discípulo unos en meros colegas con evidente daño a la educación. Recuerdo con emoción el ejemplo admirable del P. Rafael Criado, jesuita, uno de mis maestros en la Facultad de Teología en Granada, cuando al citar a su vez al maestro P. Alberto Vaccari s.j., se levantaba la birreta ante sus alumnos en señal de gratitud y reconocimiento hacia su persona y su legado académico. Hoy no se llevan estos gestos y así nos va. Quién olvida y devalúa la imagen del maestro jamás “podrá ser algún día como él”.

La tercera nota, el fruto sano y bueno, acudo al comentario de san Beda, el llamado Venerable, cuando escribe: «La persona que tiene un tesoro de paciencia y de perfecta caridad en su corazón produce excelentes frutos: ama a su prójimo y reúne las otras cualidades que enseña Jesús; ama a los enemigos, hace el bien a quien le odia, bendice a quien le maldice, reza por el que le calumnia, no se rebela contra quien le golpea o le despoja, da siempre cuando le piden, no reclama lo que le quitaron, desea no juzgar y no condenar, corrige con paciencia y cariño a los que yerran (In Lucae Evangelium expositio, II,6). Pidamos al Señor que nos conceda mirar a los otros con el corazón. Como escribía Saint Exupery, «solo con el corazón se puede ver bien, lo esencial es invisible a los ojos».

Manuel Pozo Oller

Párroco de Montserrat

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