
Lecturas: Hch 8, 5-8. 14-17. Les imponían las manos y recibían el Espíritu Santo. Sal 65. Aclamad al Señor, tierra entera. 1 Pe 3, 15-18. Muerto en la carne pero vivificado en el Espíritu. Jn 14, 15-21. Le pediré al Padre que os dé otro Paráclito.
Toda la liturgia de la Palabra de este domingo está centrada en la promesa del envío del Espíritu Santo. Ocupa el centro de las lecturas. Podríamos decir que es una preparación a la gran fiesta de Pentecostés. El ritmo litúrgico se muestra impaciente e incluso parece querer acelerar la llegada del Espíritu Santo. Podrás leer y escuchar que al Espíritu Santo se le denomina también Paráclito. Podemos pensar que es un término obsoleto que nada tiene que aportar. La Iglesia lo custodia porque su acepción griega es extraordinariamente sugerente (consolador/defensor). En un mundo que se torna frio e incluso despiadado con sus prisas e indiferencias, más que nunca es necesario ser conscientes de esta percepción del término que no deja de ofrecer calor, compañía y esperanza para el alma agitada. El primer Defensor ha sido Jesús. No quiere que la soledad se apodere del grupo recién gestado. Nunca los cristianos han de sentirse huérfanos.
San Ireneo decía que el Hijo y el Espíritu Santo son como los dos brazos del Padre. Déjate envolver por un abrazo novedoso que tu vida anhela noche y día y que incluso puedes desconocer lo necesitado que estás de recibirlo. Un abrazo que debe generar en nuestro corazón mandamientos de amor. En la última cena el primer verso y el último repiten las mismas palabras: los que aman a Jesús son los que guardan sus mandamientos.
En el Evangelio y en las cartas de Juan los “mandamientos” no son imposiciones sino el resumen del legado de Jesús. ¡Qué cercanas nos suenan estas palabras!: “Este es mi mandamiento, que os améis los unos a los otros, como yo os he amado”. Viene a decir, disculpad esta licencia que me tomo, si de verdad me amáis, amaros vosotros. Si de verdad os amáis, entonces me estaréis amando de verdad. Además de la promesa del Envío del Espíritu de la Verdad que lo revelará todo: Dios y su proyecto de amor, el evangelista nos muestra una segunda promesa en la que anuncia su vuelta. La ausencia de Jesús no va a ser definitiva. La Paz que recibes en la Eucaristía es la misma que el Señor donó a los suyos. Es uno de los grandes signos de la presencia de Dios y de la llegada del Reino. Esta bendición es para ti… la Paz del Señor esté siempre con vosotros.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario