
Mirad, hace casi dos mil años que la Luz de una vida nueva ha salido a borbotones de la oscuridad de una tumba. Cuando ya no esperábamos más que el vacío y la nada, todas las cosas se han empapado de esta luz: el cielo, la tierra y las fosas abisales más profundas. ¿Pero nosotros vemos esta luz?
Hermanos, esta luz que es vida nueva se nos regaló ya el día de nuestro bautismo, el día en que “por el bautismo fuimos sepultados con Cristo en su muerte, para que lo mismo que Cristo resucitó de entre los muertos, por la gloria del Padre, así también nosotros caminemos en una vida nueva.” Rm 6,4
En Pascua celebramos la resurrección de Cristo como algo que nos ha transformado, que nos ha cambiado la vida y nos la sigue cambiando. Ahora, en esta Noche Santa, seis adultos han pedido a la Iglesia el Bautismo: Jessica, Jaime, Miguel, William, Miguel y José Antonio. En el bautismo cada persona es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca, ni en la vida ni en la muerte, porque esta compañía de amigos es la familia de Dios, que lleva en sí la promesa de eternidad. Esta compañía de amigos, esta familia de Dios, en la que ahora son insertados, les acompañará siempre, incluso en los días de sufrimiento, en las noches oscuras de la vida; les brindará consuelo, fortaleza y luz.
Ahora, en esta Noche Santa, seis adultos han pedido a la Iglesia el Bautismo: Jessica, Jaime, Miguel, William, Miguel y José Antonio. En el bautismo cada persona es insertado en una compañía de amigos que no lo abandonará nunca
Esta compañía, esta familia, le dará palabras de vida eterna, palabras de luz que responden a los grandes desafíos de la vida y dan una indicación exacta sobre el camino que conviene tomar. Esta compañía brinda a estos catecúmenos el consuelo, la fortaleza, el amor de Dios incluso en el umbral de la muerte, en el valle oscuro de la muerte. Les dará amistad, les dará vida. Y esta compañía, siempre fiable, no desaparecerá nunca. Ninguno de nosotros sabe lo que sucederá en el mundo, en Europa, en los próximos cincuenta, sesenta o setenta años. Pero de una cosa estamos seguros: la familia de Dios siempre estará presente y los que pertenecen a esta familia nunca estarán solos, tendrán siempre la amistad segura de Aquel que es la vida, porque creemos en Cristo resucitado que nos cuidará y estará con nosotros hasta el fin del mundo.
Mirad, escuchad, como ellos y cada uno de nosotros hemos recibido el don de esta vida nueva y la facultad de acogerla, así como la gracia suficiente para vivirla. Eso sí, por qué no nos preguntamos: ¿Realmente queremos vivir como hijos de la luz? Es sorprendente, pero nuestra fe se cimienta en ese cambio radical que nos introduce hasta los tuétanos en la vida divina. Pues Cristo ha cambiado hasta la naturaleza de la propia muerte. No miréis la vida con mezquindad, no busquéis metas raquíticas, nos os conforméis con ir tirando, no os amarguéis por las cosas perecederas… Dios ha transformado nuestras tragedias, a veces cómicas, en una victoria total. Por favor, estáis bautizados, ¡sonreíd y alzad la cabeza! Cristo no ha dado este paso, esta Pascua, para que sigamos como paganos poniendo la esperanza en las limitaciones y las fronteras de nuestra propia debilidad. No viváis como humillados sin futuro, vivid como Hijos de Dios. ¿O es que pensáis que hay algo más grande que este amor derramado?
No miréis la vida con mezquindad, no busquéis metas raquíticas, nos os conforméis con ir tirando, no os amarguéis por las cosas perecederas… Dios ha transformado nuestras tragedias, a veces cómicas, en una victoria total.
Cada vez más los creyentes nos negamos a nosotros mismos como Pedro, calentándose en la pequeña hoguera del patio del palacio del gobernador; cada vez que los católicos nos mostramos como los discípulos en el cenáculo con las puertas cerradas por miedo a los de fuera… y al qué dirán… nosotros mismos nos ponemos los límites y perdemos el sentido de nuestras vidas, preocupados por el día a día, tan raquítico como el siguiente, y poco a poco se va apagando la llama pascual de nuestras vidas –la misma que cada año portamos en nuestras manos y renovamos en la vigilia pascual– para que como muertos vivientes alcancemos una meta desprovista de significación, y lo que es peor, falta de vida. Sin Cristo, nos estrellamos al hueco vacio del sepulcro.
Creemos que ocultando y olvidando la muerte nuestra vida será más agradable, pero siempre será más absurda porque la muerte es inevitable. Estemos atentos, porque, aunque estemos bautizados, podemos vivir de vacío como si Cristo no hubiera muerto y resucitado por nuestra salvación. Y, si no, ¿dónde está nuestra alegría pascual? ¿Dónde nuestro gozo de criaturas salvadas? ¿Dónde nuestro gusto por las cosas eternas, imperecederas? ¿Dónde se trasparenta en nuestras actitudes cotidianas la plenitud de la VIDA, con mayúsculas?
En esta noche santa, hermanos, vamos a pedirle al Señor del fuego y de la luz, que brille siempre en el mundo el fuego del amor servicial y generoso. Encendamos en el corazón de todas las personas del mundo la luz y la llama de este cirio pascual, la Luz de Cristo, para que arda e ilumine la vida de todas las personas de buena voluntad.
¿Y si no, para qué estamos bautizados?
+ Antonio, vuestro obispo
PASCUA 2022