Que desconcertante resulta encontrar en nuestro tiempo de “caos del amor”, uno que nunca se desmiente, sino que, por lo que siente hacia nosotros, está dispuesto a ir hasta el final. Tenemos tan introyectado en nuestro inconsciente cultural el esquema de culpa y castigo que no podemos imaginar que haya alguien tan humano o tan divino que se acerque a nosotros de forma distinta a ese juego tan antiguo y tan actual del “ojo por ojo y diente por diente”. Quién no recuerda de pequeño cuando nos castigaban mandándonos a la cama sin cenar por algo malo que hubiéramos hecho. Y lo considerábamos normal. Estamos tan acostumbrados a esta visión de las cosas que vemos del todo razonable que se multe, que se sancione, que se juzgue, que se prive de libertad e incluso, que se utilice la represión y la violencia que sean necesarias para corregirnos y salvaguardar así el modo y orden de nuestro vivir.
Y, sin embargo, esta es la paradoja del viernes santo: aquel al que se nos invita a mirar en este día, el crucificado, de su boca no sale ninguna palabra de reproche hacia nosotros por nada que hayamos hecho. Él está dispuesto a soportarlo todo, a dejarse atravesar por todas nuestras violencias, hasta disolverlas todas en ese amor que no se desdice, en ese amor crucificado.
Qué bien lo expresa San Pablo, verdaderamente, en Jesús <<Dios está a favor nuestro>>. Y lo está de tal manera que llega incluso a batirse en duelo con todas las dificultades, angustias, persecuciones, espadas, que quieran hacernos daño, incluso con la muerte (Rm 8,31-38).
Pero aún más gráfica me parece todavía la imagen del salmo 103,11 cuando afirma: “como se levanta el cielo sobre la tierra, así se levanta su bondad sobre sus fieles”. Siempre que lo rezo me viene la imagen de este día: una bondad infinita, la de Dios en la persona de Jesús en cruz, levantándose para siempre sobre nosotros, a modo de toldo o de velo, para cubrirnos y protegernos de toda clase de maldad y de violencia con que la vida o cualquiera pudiera agredirnos.
Quizás el aprendizaje del viernes santo consiste en algo tan sencillo como no olvidar ninguno de los días de nuestra vida salir de casa con ese paraguas o protector. En un lugar como Almería, llevar a diario, en el bolso o mochila, un paraguas para la lluvia sería de locos, me diréis. Pero si de lo que hablamos es del grado de crispación que llueve sobre nuestra convivencia, entonces, tendremos que reconocer, que esta lluvia tóxica también es frecuente en nuestra provincia, ciudad, pueblos, barrios, familias, y hasta en nuestras comunidades y hermandades cristianas.
Pues bien, la cruz no es otra cosa que ese paraguas en el cual puedo encontrar protección y cobijo no solo de todas las violencias e injusticias que cada día pueden sobrevenirme, sino también de aquellas que yo puedo arrojar sobre otros. Unas y otras siempre amortiguarán y podrán sufrir un proceso de transformación en el paraguas o velo bajo el que la cruz nos cubre.
Quizás con esta imagen entendemos mejor porque nuestra fe cristiana sostiene para todo el que quiera entender, que solo en la cruz, solo en aprender a vivir como ese amor crucificado, se encuentra el signo de victoria, sobre todas nuestras violencias, que al final acabará reinando.
¡Feliz viernes santo!
Seve Lázaro, SJ