“Ramoncico, tómate el Actimel”. Quien habla es mi madre y lleva 30 años dándome la matraca. Como a ella le “funciona”, quiere que yo la imite. Aunque, dicho sea de paso (y pidiendo perdón desde aquí a DANONE ESPAÑA), a mí me parece una solemne tontería y llevo desobedeciendo a mi madre (y a los pseudo-nutricionistas) 30 años que se dice pronto.
Y es que, familia, todos queremos hacer a los demás a nuestra imagen y semejanza. Intentamos extender hacia el otro nuestro propio yo, conquistar su vida para hacerla “como debe ser”. Cuando comenzamos una relación, inconscientemente pensamos: “Ya lo haré yo a mi medida”. Que piense como yo, que le gusten las mismas cosas, que desayune lo que a mí me parece que tienen que desayunar… Al final, uno de los dos, el más débil (me meto en un fregao, ¿suele coincidir con el varón?) cede ante la presión y acaba, con el paso de los años, pensando lo que nunca imaginó y viendo la novela turca todas las tardes.
¡Qué necesidad de gastar energías y tiempo! A la larga, sufriremos los dos. Porque, en la gran mayoría de los casos (aquí viene la mala noticia), ni tu pareja, ni tu hijo… van a ser como tú deseas, y al “otro” no se le permite ser quien es. Cuántas peleas absurdas porque “no puede comer espaguetis por la noche” o porque “esas películas que te gustan son una tontería”. Empezamos por lo pequeño, pero, en el fondo, queremos conquistar su alma: lo que debe creer, pensar y vivir. Es el modelo de la MIMETIZACIÓN.
Frente a ese modelo de relación, el Jefe propone otro: la COMUNIÓN. Es la celebración de la diferencia, el amor que respeta la diversidad. Unidos, pero no iguales. Con la misma dignidad, sin tener que imponer mi propio criterio. Así lo contemplábamos en la Fiesta de la Trinidad, y a mí me parece de una sabiduría inmensa. Podemos querernos mucho, ser incluso UNO sin tener que arrasar la diferencia del otro.
A los que intentamos caminar en esto de la espiritualidad cristiana os propongo un reto: AMAR A SU MANERA, relacionarnos como Él lo hace. Juntos, pero en libertad. Respetando ritmos y diversidades. Aceptando lo “bonito” de ser diferentes. Que estar uno con el IPAD viendo a Nadal y el otro en el cuarto de al lado tragándose “Servir y proteger” no es una tragedia, sino un acto de amor en comunión. Lo importante es estar unidos en lo fundamental.
Es un AMOR EN SINFONÍA. Porque no tenemos que tocar la misma nota. Con generosidad, evitando estúpidos celos, admirándose de lo enriquecedor que es ser distintos, descubriremos que, bien armonizados, las distintas notas producen una melodía preciosa: LA MÚSICA DE DIOS.
Ramón Bogas Crespo
Director de comunicación del obispado de Almería