
Lecturas: Is 61, 1-2a. 10-11. Desbordo de gozo en el Señor. Salmo: Lc 1, 46-50. 53-54. R. Me alegro con mi Dios. 1 Tes 5, 16-24. Que vuestro espíritu, alma y cuerpo se mantenga hasta la venida del Señor. Jn 1, 6-8. 19-28. En medio de vosotros hay uno que no conocéis.
Este domingo nos recuerdan que la alegría es el don del Espíritu que debe caracterizar la vida de todos los cristianos (San Pablo). La comunidad experimenta severas dificultades procedentes del entorno social que no comprende ni acepta la forma de vivir de los seguidores de Jesús. Sin embargo, esta alegría es posible porque Dios permanece junto a ellos. Dicha alegría tiene un nombre: JESUCRISTO. Esto es lo que tienen que celebrar cada vez que se reúnan para orar. Tienen que permanecer fieles al Evangelio sin aislarse de su cultura. Deben vivir su inserción, quedándose con todo lo bueno que su sociedad les ofrece y siendo luz para las tinieblas que cada tiempo gusta repartir. Una de sus “armas” será el gozo rebelde que no se aferra a la tentación del pesimismo y que sabe sacudir con destreza todo aquello que la quiere recluir en la sombra de la duda. Este regocijo aprendió a nadar en medio de tormentas y sus brazadas apartaron sin cesar todas las desesperanzas que suspiran por morar en el corazón de los hombres. Contagiosa y traviesa, espera hacerse un hueco en tu sonrisa, esa que a veces olvidamos y en otras ocasiones fingimos.
¡Dios nuestro! Gracias por el don de la Alegría, gracias por el don de tu Hijo. Él la hace posible. Este domingo sácala a rezar y a pasear, no olvides sentarla junto a ti y muy cerquita de los demás durante la celebración dominical. Estarás en un asiento privilegiado, al otro lado del Jordán para ser testigo de un animado interrogatorio. Un hombre tiene que bucear en su identidad para poder dar testimonio de una nueva LUZ.
Clamará sin descanso en los desiertos de los hombres y a pesar de su aparente arrogancia no se consideró digno de la misión encomendada: Juan el Bautista. Fundamenta su existencia en relación con el Mesías. No es su nombre, sino su fe. Ciertamente fue grito en el desierto. Aullido y desgarro que no dejan de clamar y se adueñan de este tiempo de Adviento. Pero es la PALABRA quien verdaderamente transmite vida y no el bramido. Ella articula armoniosamente un mensaje que precisó de una garganta entregada y sacrificada. Esta PALABRA que habita en medio de nosotros no puede ser desconocida: NUESTRO SEÑOR.
Ramón Carlos Rodríguez García
Rector del Seminario