Yo que soy muy moderno, tengo el deber de informaros que está de moda subir al roof. Los que tuvimos la oportunidad de viajar a EEUU hace décadas veíamos que la mayor atracción turística de New York era subir al último piso del Empire State o al restaurante situado en la última planta de la Torre Sears de Chicago. En España, como casi siempre tarde en todo, se ha puesto de moda en los últimos años. Los roofs (“terraos” de toda la vida en Almería) de los hoteles madrileños y de otras ciudades, ocupados durante décadas por chimeneas grasientas o aparatos de aire acondicionado, ahora se han convertido en los mejores lugares para tomar una copa, cenar y ver el horizonte de la ciudad.
Y me sorprende cómo no nos habíamos dado cuenta hasta ahora. Desde los roofs se contempla la ciudad completa, su entorno natural, las grandes avenidas… Nos habíamos acostumbrado tanto a vivir “abajo”, que se nos había olvidado que, desde arriba, la vida se contempla mejor, con más perspectiva. Mucho me temo que la inercia nos hace convertirnos en HABITANTES DE LAS LLANURAS, sin la visión adecuada para comprender, espectadores miopes demasiado pegados a lo concreto, a lo pequeño, olvidando que solo en perspectiva comprendemos el sentido de las cosas.
También nos pasa en las cosas de la vida. Cuando una adolescente nos cuenta angustiada que le falta el aire porque el chico que le gusta no le contesta a sus mensajes de Instagram, nos reímos por dentro pensando: “Cariño, no te preocupes, que habrá muchos amores en la vida”. Pero a los adultos nos ocurre algo parecido. También hacemos un mundo cuando tenemos obra en el cuarto de baño o llega una pandemia. Se nos olvida mirar la película entera, elevarnos sobre la llanura de la vida. Es lo que hizo Jesús en el Tabor con los discípulos: “Coged perspectiva, mirad desde lo alto, esa es la clave”. Y es que nosotros también podemos tener nuestro monte Tabor cercano, ese lugar donde, desde la fe, contemplemos la vida con sentido.
Y es que mucho me temo, familia, que vivir y creer no es otra cosa que “aprender a ver”. Saber alejarse con la distancia oportuna, como hacemos con los cuadros impresionistas. Demasiado cerca, solo son manchas de color.
Por eso te pido, Señor, que no vuele demasiado bajito. Que sepa tomar distancia y altura de mis “micro dramas”. Que no desperdicie la vida viviendo demasiado a ras del suelo. Me subiré contigo a la montaña para que me enseñes a ver la vida con perspectiva, desde lo alto, a tu modo…
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
