
San Juan Pablo II regaló a la Iglesia la Carta Encíclica, Ecclesia de Eucaristía dirigida a todo el pueblo de Dios. Cuando en ella el Papa habla de la Iglesia nos recuerda que «la Iglesia vive de la Eucaristía», y ésta «encierra en síntesis el núcleo del misterio de la Iglesia» (n.1). El teólogo Henri de Lubac expresaría esta realidad, años antes del II Concilio del Vaticano, con la acertada síntesis eclesiológica: «La Iglesia hace la Eucaristía, y la Eucaristía hace a la Iglesia». La Eucaristía, por tanto, no es un sacramento más, sino la fuente y cumbre de la vida cristiana. Los primeros cristianos, a pesar de las dificultades, cuando los tribunales les preguntaban la razón del incumplimiento de la ley del emperador, contestaban con convencimiento: «Sin el domingo, no podemos vivir».
El pasaje de la multiplicación de los panes y los peces que proclamamos este domingo (Lc 9, 11b-17) es anuncio de la donación total de Jesús en el misterio del pan y vino consagrados. La misión de la Iglesia, el encargo de Jesús de «haced esto en memoria mía», convierte la cotidianidad en un banquete alternativo y, al tiempo, inclusivo de fraternidad y esperanza. El evangelista, por una parte, sitúa el episodio en el núcleo de la actividad de Jesús y, por otra, adelanta la vocación de la Iglesia: «Dadles vosotros de comer».
San Carlos de Foucauld escribió que «Una sola Misa glorifica más a Dios que el martirio de todos los hombres, unido a las alabanzas de todos los ángeles y santos». San Juan Crisóstomo, complementa esta verdad, en la homilía 50 sobre san Mateo cuando invita a que nuestra vida y acción se conviertan en una eucaristía: «¿Queréis de verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consintáis que esté desnudo. No lo honréis aquí con vestidos de seda y fuera le dejéis padecer de frío y desnudez (…) ¿Qué le aprovecha al Señor que su mesa esté llena toda de vasos de oro, si Él se consume de hambre? Saciad primero su hambre y luego, de lo que os sobre, adornad también su mesa (…)» (Cf. Obras de San Juan Crisóstomo (Madrid 1956) II, 80- 82). En verdad, el Jesús que dijo: «Esto es mi Cuerpo, esta es mi sangre» es el mismo que dijo «lo que hagáis a uno de estos mis hermanos más pequeños, conmigo lo hacéis». La contemplación, por tanto, tiene dos polos indisolubles que son Cristo en la Eucaristía y Cristo en el hermano de tal suerte que la exposición del Santísimo, y ante el Santísimo, nos ha de llevar a una vida expuesta y comprometida con los demás para, a semejanza del Señor, dejarnos triturar y comer por los demás.
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat