
Con la solemnidad de Pentecostés, que celebramos este domingo, finaliza el tiempo de la Pascua. Atrás quedan cincuenta días intensos de contemplación de la Resurrección del Señor, misterio central de nuestra fe.
San Juan sitúa en un mismo día la resurrección y la aparición del Resucitado a sus discípulos haciendo notar que estos acontecimientos ocurren “el primer día de la semana” (20,19-23). San Lucas, leemos en la primera lectura, ubica el acontecimiento en la fiesta judía de Pentecostés, festividad que conmemora la recepción de la Torá en el Monte Sinaí.(Hch 2,1-11). Aunque ambos evangelistas emplean distintas secuencias temporales, lo importante es que las dos versiones coinciden en situar el envío del Espíritu Santo en un contexto comunitario y en un momento de ánimo bajo en los seguidores de Jesús. El miedo les lleva a encerrarse y a sumirse en la inoperancia dedicados a saborear las decepciones sufridas por el aparente fracaso del Maestro.
El pasaje de la aparición del Resucitado en san Juan es una síntesis de temas muy tratados a lo largo de su evangelio como son la situación de miedo de los discípulos a los judíos, el costado del Crucificado y el envío misionero.
El saludo de Jesús a los discípulos, recogido por el pasaje, ofrece el don de la paz. No es un fantasma quien se aparece. El Cristo vencedor de la muerte le enseña su identidad. El que se aparece ahora como Resucitado es el mismo que fue entonces Crucificado. Como muestra «les enseñó las manos y el costado». Los apóstoles le reconocen y, añade el texto, en consecuencia, «se llenaron de alegría», don y fruto primero del Espíritu Santo.
El encuentro con Cristo libera a los discípulos de sus miedos al tiempo que comienzan en comunidad a ser testigos de la Buena Noticia: «como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
La misión de la comunidad que ha recibido el Espíritu Santo la concreta san Juan en “perdonar” y “retener”. El evangelista considera al pecado, no como asunto puntual e individualista, sino como el rechazo de la revelación acontecida en Cristo. De ahí, que el rechazo de la predicación de los apóstoles, que actúan enviados por el Resucitado, sea el gran pecado.
En Pentecostés celebramos el día de la Acción Católica y Apostolado Seglar bajo el lema: «Testigos de esperanza en el mundo». En palabras del Papa Francisco, «la liturgia de hoy es una gran oración, que la Iglesia con Jesús eleva al Padre, para que renueve la efusión del Espíritu Santo. Que cada uno de nosotros, cada grupo, cada movimiento, en la armonía de la Iglesia, se dirija al Padre para pedirle este don» (19 mayo 2013).
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat