El Obispo de la Diócesis, Don Amadeo Rodríguez Magro presidió la celebración Eucarística del domingo de Pentecostés en la Catedral de Jaén.
Habitualmente, cada domingo de Pentecostés son muchos los adolescentes y jóvenes que celebran el sacramento de la Confirmación en el primer Templo de Jaén. Este año, debido a la pandemia provocada por el Coronavirus, se han tenido que ver aplazada la administración de este sacramento.
La Eucaristía contó en las lecturas con la participación de Rafael de Vargas y Juan Marín, acólitos de la Catedral y el Evangelio lo proclamó el canónigo D. Emilio Samaniego que concelebró junto al Prelado.
Homilía
El Prelado jiennense comenzó la predicación en el día que se conmemora la venida del Espíritu Santo sobre los apóstoles diciendo que en este año, «Pentecostés es quizá el más parecido al primero que se celebró. Los apóstoles, la Virgen y cuantos estaban con ellos, estaban confinados. Estaban con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Aquella era la pandemia- expresó Don Amadeo- la nuestra el Coronavirus. Para el Espíritu no hay puertas ni hay miedos, para el Espíritu Santo cualquier momento es bueno para llegar al hombre, al corazón del ser humano y hacer, si se deja, transforma la vida de las personas y transforma también en novedad la vida de la Iglesia, y lo hace siempre».
Después, el Obispo de Jaén prosiguió explicando que «Pentecostés se está realizando permanentemente, y actúa hoy en nosotros. Nosotros vivimos de la acción del Espíritu Santo. Pentecostés nos ofrece la fe. No esa fe puramente teórica, que recita y no vive, sino la fe que enamora, que nos hace encontrarnos con Él y que vive en nosotros. La fe que es encuentro personal con Jesucristo».
El Prelado hizo referencia en sus palabras a lo que la secuencia de Pentecostés, previa a la proclamación del Evangelio, dice que lo que «el Espíritu del Señor hace en nuestra vida débil, frágil y dolorida, en nuestra vida con problemas, con dificultades, con llantos… y lo que está haciendo en este momento de miedo, de preocupación, de dolor, de desesperanza para muchos, pero de esperanza para otros. Por eso le hemos dicho ‘ven dulce huésped del alma, descanso de nuestro esfuerzo, tregua en el duro trabajo, brisa en las horas de fuego, gozo que enjuga las lágrimas, y reconforta en los duelos’. Este texto recoge de alguna forma la vida humana con sus dificultades, pero también con la fuerza y la ayuda del Espíritu del Señor, que nos renueva, que nos da una vida que nos hace nuevos. Ese don del Padre y del Hijo que para nosotros es un don de amor.
Del mismo modo, el Obispo afirmó que «el Espíritu Santo viene también a hacernos profetas. Nos da el don de las lenguas, nos da el don de decir las cosas de Dios, de alabarlo, de manifestar su grandeza como hacían los Apóstoles. Como les decía Jesús: la grandeza de Dios con nuestra propia lengua, con nuestro propio testimonio, con nuestra propia vida…
Porque el Espíritu Santo viene a la Iglesia para enriquecerla, como hemos escuchado en San Pablo a los Corintios, con dones y carismas que son y reparte entre todos. Siempre, naturalmente, en la unidad del Espíritu porque somos miembros de un solo cuerpo y tenemos que vivir en un solo espíritu. Pero, reparte dones para que seamos testigos del Señor».
Haciendo referencia a la homilía del Papa: quiere que seamos en la Iglesia del mundo y, en nuestro caso, en la Iglesia de España, que acabamos de celebrar un Congreso de Laicos importantísimo, testigos del Señor en el mundo con nuestras palabras y con nuestra vida.
El Prelado recordó que en Pentecostés también «celebramos el Día del Apostolado Seglar, de la acción de los laicos en la vida de la Iglesia y el día de Acción Católica que también está renaciendo en nuestra Diócesis». Por lo que Don Amadeo pidió a los presentes que se abran «a la acción de Espíritu para que transforme nuestra vida en el amor, para que nos haga profetas, para que seamos en el mundo testigos del Señor, siempre conscientes de que el Espíritu es el que ilumina el que mueve y anima la vida de la Iglesia. Con la compañía siempre de la maternidad de María, en este caso de María Madre de la Iglesia».
El aforo en la fase dos se ha aumentado a la mitad del Templo, por lo que hubo un incremento en el número de personas que participaron en la Santa Misa respecto a los domingos anteriores. Igualmente, Los fieles, mantuvieron en todo momento las medidas de higiene y seguridad para la prevención del COVID-19.