SOLEMNIDAD DE LA SANTÍSIMA TRINIDAD, por Ramón Carlos Rodríguez García

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Lecturas: Dt 4, 32-34. 39-40. El Señor es el único Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra; no hay otro. Sal 32. R. Dichoso el pueblo que el Señor se escogió como heredad. Rom 8, 14-17. Habéis recibido un Espíritu de hijos de adopción, en el que clamamos: «¡Abba, Padre!». Mt 28, 16-20. Bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo.

Finalizado el Tiempo Pascual con el don de Pentecostés, La Sagrada Liturgia nos permite celebrar con gozo este domingo la fiesta de la Santísima Trinidad. Una oportunidad para zambullirnos (una de las preciosas acepciones del término “bautizar”) en el misterio de Dios. La celebración eucarística impide que nos perdamos en un mar de elucubraciones intelectuales y descarnados compendios de sabiduría. Ella hace posible vislumbrar el misterio como misterio de amor. Con el gesto sencillo y profundo busca nuestro corazón que en demasiadas ocasiones se desparrama confuso y hambriento del verdadero consuelo. Lo que es imposible conocer por el esfuerzo humano, se nos regala cada domingo en forma de generosa revelación amorosa.

El Antiguo Testamento comenzaba este itinerario, al reconocer a un único Dios frente a las múltiples deidades de los pueblos vecinos. Es el Dios que salva de veras y jamás abandona a los suyos. Acatar su voluntad no frustra la vida, sino que la torna en acontecimiento feliz ahora y por siempre. Jesús es quien fractura el cerco en que los hombres pretendemos etiquetar a Dios. Anuncia al Dios único en eterna comunión entre personas, al susurrar en lenguaje humano la verdad del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo.

El Apóstol Pablo anuncia con audacia que este misterio no nos es ajeno, pues vivimos sumergidos en la realidad trinitaria, descubriendo por gracia lo que significa ser hijos de Dios. Todos los domingos del año están dedicados a la Santísima Trinidad, pero es oportuno que nos detengamos a contemplar la grandeza del Dios que nos salva, festejando en una misma celebración toda la historia de la Salvación: la intimidad de Dios se regala enviándonos a su Hijo Jesucristo y a su Espíritu Santo. De esta manera nos santifica, librándonos del pecado. El Padre por el Hijo en el Espíritu Santo nos hace sus hijos. Atentar contra sus hijos no parece ser el camino que el Dios Uno y Trino “desea”. La guerra, las injusticias y cuanto violenta al ser humano, se opone a todo lo que Dios es. Gozar y celebrar la comunión Trinitaria, nos permite rescatar la verdadera imagen de la humanidad que es imagen de Dios.

Ramon Carlos Rodríguez García

Rector del Seminario

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