
Con el texto del evangelio que se proclama en la liturgia del VII Domingo de Pascua (Jn 24, 46-53) se cierra el ciclo de las apariciones. Este domingo celebramos la fiesta trasladada de la solemnidad de la Ascensión del Señor.
Los primeros versos del pasaje dejan entrever las dificultades de los apóstoles para superar el fracaso de la cruz y aceptar la resurrección del Señor antes de convertirse en testigos. La predicación a todas las naciones, como cumplimiento de las Escrituras, es asunto principal del quehacer misionero de la comunidad. De este modo, al tiempo de las promesas del Antiguo Testamento sigue el tiempo de Jesús como centro del tiempo, y más tarde, desde el acontecimiento de la ascensión, se inicia el tiempo de la Iglesia, tiempo de testimonio y misión.
Los apóstoles son testigos del cumplimiento de las promesas, testigos de la muerte y resurrección de Jesús, testigos de su encargo misionero y del envío a anunciar la salvación a todas las gentes. Cristo ofrece a los apóstoles para esta misión la ayuda del Espíritu Santo. El patriarca de la Iglesia greco-ortodoxa de Antioquía, Ignacio IV Hazim, ya difunto, hizo notar que: “Sin el Espíritu, Dios está lejos, Cristo pertenece al pasado, el evangelio es letra muerta, la Iglesia es una simple organización, la autoridad es dominio, la misión es propaganda… Pero, en el Espíritu, el cosmos bulle y gime con los dolores del Reino se hace presente Cristo resucitado, el evangelio es fuerza de vida, la Iglesia significa la comunión trinitaria, la autoridad es servicio liberador, la misión es Pentecostés”.
Los discípulos, después de la despedida de Cristo, vuelven a Jerusalén con “gran alegría”. Sorprende después de todo lo que han pasado y sufrido. ¿Cómo pueden alegrarse los apóstoles cuando se aleja de ellos Jesús? Las razones para la alegría son evidentes: Cristo ha resucitado y rebrota la primavera de esperanza porque un mundo nuevo ha comenzado. Cristo ascendido al cielo «ha querido precedernos como cabeza nuestra, para que nosotros, miembros de su Cuerpo, vivamos con la ardiente esperanza de seguirlo en su reino» (Prefacio I de Ascensión).
Cristo que no había bendecido nunca a los apóstoles ahora en su despedida les da su bendición. El acto de levantar las manos muestra a Jesús como sacerdote. San Lucas comienza la narración del Evangelio con un sacerdote que, después de ofrecer el sacrificio no pudo bendecir a causa de su duda (1,22). El ministerio de Zacarías era una liturgia inacabada. Al final del Evangelio aparece de nuevo un sacerdote, que pone fin a su misión terrena con su bendición. Los días de las apariciones del Resucitado han llegado a su fin. Ha comenzado el tiempo de la Iglesia.
Manuel Pozo Oller
Párroco de Montserrat