Cruces, rosarios, velos, aureolas, estampas de vírgenes, referencias bíblicas… estamos asistiendo a un auténtico revival de lo religioso. España, Francia e Italia encabezan este reciclaje de la herencia religiosa en clave contemporánea. Los cantantes utilizan símbolos religiosos, los famosos hablan sin tapujos de su fe en Dios, los periodistas comienzan a preguntar con cierta curiosidad y siempre con respeto. Pero ¿podemos decir que detrás de todo esto hay fe? ¿es devoción, provocación o marketing?
No es arriesgado decir que Dios ha regresado. Pero, como todo lo que regresa, lo hace convertido en tendencia. No se trata de una conversión masiva, tampoco un regreso disciplinado a los sacramentos. Es otra cosa. Una religión posmoderna, estética, fragmentada y provocadora. Los símbolos religiosos no están ligados a una vivencia de la fe, no piden obediencia, solamente llaman la atención.
El marketing del famoseo lo ha entendido a la perfección. La religión aporta un halo de solemnidad, misterio y trascendencia, mucho más potente que los mensajes políticos que además causan división. Dios funciona porque es un símbolo universal capaz de escandalizar y emocionar al mismo tiempo. El lugar idóneo para esta puesta en escena es Europa, pues en ella se conserva la estética que durante siglos se ha nutrido de la fe religiosa. Lo espiritual ha regresado, pero no como un dogma, sino como un ambiente o una atmósfera.
La fe es un relato que tiene poder en un mundo sin grandes causas ni narrativas. Sin duda, nos encontramos ante un signo de los tiempos que se repite. En épocas de colapso lo espiritual remonta. Pero detrás de ello hay más de cultural que de religioso, quizá porque primero hay que recuperar lo humano. Hay banalización de lo sagrado, pero indiscutiblemente también es una señal de hambre espiritual. En un mundo en el que todo es fugaz, Dios ofrece gravedad.
Es cierto, Dios ha vuelto, pero resignificado, con una imagen renovada. Este hecho es un reto para nosotros los creyentes. La fe ofrece profundidad frente a tanta banalización. Sin embargo, como Iglesia corremos el riesgo de diluir la esencia y quedarnos en lo accesorio, no ofrecer a Cristo sino solamente experiencias que resultan tan vacías como los rosarios en la alfombra roja.
Jesús Martín Gómez
Párroco de Vera
