Lecturas bíblicas: Jr 31,7-9; Sal 125, 1-6 (R/. «El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres»); Hb 5,1-6; Aleluya: 2Tm 1,10 («Nuestro Salvador, Cristo Jesús destruyó la muerte, e hizo brillar la vida por medio del Evangelio»); Mc 10,46-52.
Queridos hermanos y hermanas:
Estamos en el domingo trigésimo del tiempo ordinario y, como todos los años en el penúltimo domingo de octubre, celebramos el Domingo Mundial de las Misiones (DOMUND), una jornada para recordar que la misión constituye la razón de ser de la Iglesia, que Dios ha querido sea sacramento de salvación para el mundo, constituida en testigo de la redención, acontecida en la muerte y resurrección de Cristo, y enviada para anunciar el Evangelio o Buena Noticia de salvación. La Iglesia es portadora de un mandato universal de Cristo a los apóstoles: «Id y haced discípulos de todas las gentes bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu San y enseñándoles a guardar todo lo que yo os he enseñado» (Mt 28,20). El Vaticano II declara que, por su misma constitución, la Iglesia como portadora de este anuncio con destino universal, es católica y, «obedeciendo el mandato de su Fundador, se esfuerza por anunciar el Evangelio a todos los hombres». Fue así desde el principio, por eso continúa el concilio: «En efecto, los mismos Apóstoles, en quienes está fundada la Iglesia, siguiendo las huellas de Cristo, “predicaron la palabra de la verdad y engendraron las Iglesias” (S. Agustín). Es deber de sus sucesores perpetuar esta obra para que la palabra de Dios se difunda y glorifique (2Ts 3,12) y se anuncie e instaure el Reino de Dios en toda la tierra»[1].
La misión es, por esto mismo, irrenunciable y constituye la razón profunda de la misión de la Iglesia en el mundo, a fin de que se cumpla el designio de Dios, «que quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento pleno de la verdad» (1Tm 2,4). El Plan de pastoral vigente en la diócesis nos propone «ser Iglesia en conversión misionera», y tiene una particular orientación evangelizadora, centrado en dar a los objetivos generales y específicos de la Iglesia diocesana en estos años una orientación particularmente misionera, siguiendo las pautas del magisterio de la Iglesia: del Papa Francisco y de los obispos, que nos invitan a ser coherentes con la fe que profesamos y testigos de Cristo en el mundo. La misión no está sólo en la frontera de tierras de misión, sino que es tarea personal de cada bautizado, de las comunidades parroquiales y educativas. Todos estamos comprometidos con la misión[2].
El lema que se nos propone para este año, al celebrar la nonagésima quinta jornada o domingo mundial de las misiones es el de «Cuenta lo que has visto y oído», basado en el evangelio de este domingo y explicado y comentado por el mensaje del Santo Padre Francisco para esta importante jornada de la Iglesia. También es importante tener presente que la Iglesia en España viene renovando sus planes pastorales proponiendo a los católicos una toma de conciencia del sentido misionero y evangelizador de la vida cristiana, que pasa por el testimonio de Cristo en la sociedad de hoy; y orientando sus acciones pastorales con espíritu misionero, en fidelidad al mandato de Cristo.
En el evangelio de este domingo veamos a Jesús como hace de las curaciones que lleva a cabo en cojos y paralíticos y en ciegos incluso de nacimiento un signo de salvación que nos remite a su misión como enviado del Padre para devolver al mundo la salud perdida por el pecado. Jesús está movido a compasión por el estado de los enfermos que cura, y en sus sentimientos de compasión se revela la misericordia de Dios que perdona el pecado de los hombres devolviendo la salud a los enfermos por la palabra de su Hijo. De esta manera Jesús aparece como el enviado de Dios en los tiempos últimos, es decir, en los tiempos escatológicos o finales, cuando Dios mismo lleve a plenitud el mundo marcado por el pecado venciendo la enfermedad y la muerte. Una transformación anunciada en las curaciones de Jesús.
No se trata en la curación de una acción mágica, sino del poder recreador de la palabra de Dios operativa en la palabra de Jesús, verdadera Palabra encarnada de Dios. Esta palabra obra como respuesta a la fe de los enfermos que acuden a Cristo con la confianza puesta en el poder de la palabra divina. La súplica humilde del ciego Bartimeo, que pedía limosna sentado al borde del camino de Jericó a Jerusalén, es verdadera confesión de fe en Jesús por la que el ciego invoca la vista que espera recibir de Jesús al que confiesa como Hijo de David, que es tanto como profesar fe en la misión mesiánica de Jesús, reconociendo en él al Mesías. La alegría de Bartimeo de haber sido llamado por Jesús le pone en pie de un salto y una vez su fe es respondida por la palabra de sanación de Jesús, le sigue por el camino, se incorpora al seguimiento de Jesús. La fe le ha llevado a la experiencia de la salvación recobrando la vista, y esta experiencia de salvación mueve al ciego a incorporarse al camino (Mc 10,52).
La fe movió asimismo a los israelitas que retornaban gozosos a la patria perdida por la cautividad a esperar la salvación que les liberaría de la cautividad babilónica, a la que la desobediencia a la palabra de Dios les había conducido. El fragmento que hemos escuchado del profeta Jeremías nos habla de cómo esta fe se mantuvo en el “resto” de Israel, el núcleo creyente que espera en su debilidad, sometidos los israelitas al poder de Babilonia, en el retorno que profetiza Jeremías: cuando este resto creyente se transforme en el centro de las naciones y sean castigados por el Juez supremo de los pueblos los que sometieron a Israel. Un retorno contemplado como un nuevo éxodo, como repetición de la gesta que dio origen a la liberación de los hebreos por Moisés, que fueron conducidos por la mano de Dios de la esclavitud de Egipto a la libertad, abriendo el camino hacia la tierra prometida[3]. Un nuevo éxodo de una comunidad de fe que retorna del “norte”, de los “confines del mundo” (Jr 31,8) de los límites del país con Asiria, donde habían estado cautivos y de donde vuelven gozos, transformándose a su paso la naturaleza, acontecimiento milagroso de recreación del desierto, del cual manan torrentes de agua. Los expertos ven en los prodigios del primer éxodo, cuando Moisés sacó agua de la roca (Éx 17,1-7; Nm 20,1-3) en trasunto de la descripción del retorno de los desterrados en la visión profética de Jeremías; y entre los que retornan «hay ciegos y cojos, preñadas y paridas: una grana multitud retorna» (31,8). Se fusionan debilidad y cuidado por el pastor de las ovejas, que a todas socorre y guarda, en oposición bien marcada frente a los malos pastores (cf. Jr 23,1s; cf. Ez 34,11-16→Jn 10,11-14): Dios se comporta como padre amoroso del resto de Israel, de los débiles y pobres y sólo él es el pastor del rebaño, junto al cual las ovejas estarán seguras. Se cumple así la imagen del retorno que canta el salmista: «al ir, iban llorando, / llevando la semilla, / al volver vuelven cantando, / trayendo sus gavillas» (Sal 126,6). Hemos contestado a esta primera lectura recitando el salmo responsorial, que se recapitula todo el versículo del estribillo: «El Señor «ha estado grande con nosotros / y estamos alegres» (126,3).
El contenido profético de cuanto Jeremías y los profetas de Israel anuncian se hace realidad definitiva con la irrupción del reino de Dios en Jesucristo, en el gozo y la alegría de los sanados por su palabra poderosa. Dios está en medio de su pueblo: él viene y nos salvará. Nos ha salvado mediante la entrega de su propio Hijo a la muerte por nosotros. El autor de la carta a los Hebreos presenta a Jesús participando en debilidades de los hombres, a los que ha venido a salvar como sumo sacerdote que, «tomado de entre los hombres, está capacitado para «comprender a ignorantes y extraviados, porque también él está envuelto en flaqueza» (Hb 5,2). Jesús ejerce el sumo sacerdocio ofreciendo por el perdón de los pecados el sacrificio de su propia entrega para rescatar a los pecadores. Él tiene el sumo ministerio de la reconciliación (cf. 2Cor 5,18-21), no por haberlo recibido por herencia, como sucedía en la antigua alianza, ni tampoco por haberse arrogado su ejercicio de sumo sacerdote, sino en razón de aquel que le constituyó sumo sacerdote según el orden de Melquisedec (Hb 5,6). La carta a los Hebreos alude así a la ofrenda de pan y vino que el rey y sacerdote del Dios Altísimo Melquisedec, hizo a Abrahán cuando volvía de combatir a sus enemigos (cf. Gn 14,18-ss). Este misterioso personaje sagrado aparece ante el autor de la carta como la figura del sumo sacerdocio que ejercería el propio Mesías Jesús, mediante la ofrenda de sí mismo, que él quiso adelantar en la entrega del pan y del vino en sus discípulos en la última Cena.
La Eucaristía se convierte así en el gran sacramento del ministerio sacerdotal de Jesucristo, que sigue haciéndose presente mediante el ministerio que el sacerdote ejerce en la persona del mismo Jesucristo, que la Iglesia celebra para que la acción redentora del Señor llegue a todos los que se incorporan su Iglesia acogiendo el anuncio misionero del Evangelio.
S.A.I. Catedral de la Encarnación
24 de octubre de 2021
+ Adolfo González Montes, Obispo de Almería
Ilustración. Duccio di Buonisegna. Curación del ciego Bartimeo en el camino de Jericó. Retablo La Maestà (1308-1311). Catedral de Siena.
[1] Vaticano II, Constitución sobre la Iglesia Lumen gentium, n. 1; cf. San Agustín, Enarr.in Ps. 44,23: PL 36,508; BAC 246 ed. bilingüe Obras completas XX (2º) (Madrid 22018, rev.) 254.
[2] Mons. A. González Montes, Ser Iglesia en conversión misionera. Plan pastoral para el cuatrienio 2019-2023 (Almería 2019) 19-21.
[3] G. P. Couturier, CSC, «Jeremías», en R. E. Brown-J.A.Fitzmyer-R. E. Murphy (eds.), Nuevo Comentario bíblico San Jerónimo. Antiguo Testamento (Estella, Navarra 2005), n.18:84.