Hay dos tipos de estudiantes. El primer grupo es el que cree “sabérselo todo”. No les hace falta repasar más, para qué marear la perdiz. Creen tener dominada la materia (aunque, a veces, se pegan un buen castañazo). El segundo (entre los que me incluyo) son aquellos estudiantes que siempre creen que les falta tiempo para repasar una vez más, los agoreros de una pléyade de miedos antes de sentarse al examen. Cientos de horas perdidas creyendo que, a lo mejor, esto entraba en el examen, que no copiaron bien los apuntes…
Pasa lo mismo en la vida. Hay personas que creen que lo hacen todo muy bien. Henchidas y convencidas de haber hecho lo correcto en su matrimonio, con sus padres, en el trabajo… El otro tipo de personas (creo que la mayoría) son las que siempre están algo insatisfechos con lo que hicieron. Podían haber estado más con sus padres, haber sido más cariñosos con su mujer… Un “reconcome” existencial que les hace creer no estar a la altura del todo, ni dar la nota correcta y quién sabe si “aprobarán” o no ante el examen final.
Uno de los dogmas de la Iglesia (del que se habla ya poquísimo en nuestras parroquias y reuniones) es el JUICIO FINAL. Se nos presentó en tiempos pasados como algo temido, indeseable y terrorífico. Quizás debemos reconocer, humildemente, que se pudo utilizar (y ahora lo siguen haciendo algunas sectas) para el propio beneficio de la Iglesia: El miedo como arma. Pero la realidad es totalmente opuesta. Jesús, el Maestro, es de los típicos buenazos que nos adelanta las preguntas del examen, los temas que entrarán. Solo caerá una pregunta: EL AMOR. Ya nos lo dice en el Evangelio de San Mateo: “Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos, mis humildes hermanos, conmigo lo hicisteis” (Mt 25,40). De una manera más poética, también lo escribe San Juan de la Cruz: “Al atardecer de la vida, nos examinarán del amor”.
No me imagino el juicio como un lugar donde pagar FACTURAS. Más bien una conversación relajada en la que se desvelará toda la ternura que fuimos capaces de dar y de caer en la cuenta de los mimos que dejamos pendientes. Ese “temible” juicio será más un ABRAZO que un proceso, en el que repasaremos lo vivido y lo amado con ese padrazo que valora cada pequeño gesto que hicimos por los demás. Ese día será un tiempo de aceptar que no somos perfectos (¡Nadie lo es!) y que Dios tiene en cuenta todo lo bueno, lo bello y amable que hayamos hecho aunque, a veces, creamos que cae en saco roto.
Me preparo para el examen. Un examen que está “chupao” (como decíamos cuando éramos niños). Solo una pregunta caerá. Voy a intentar repasarla y estudiarla, disfrutando del camino. Y, al final, el Maestro bueno me dará sin dudar un ABRAZO ETERNO de esos “achuchaos”.
Ramón Bogas Crespo
Director de la oficina de comunicación del obispado de Almería
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