“¡QUÉ BIEN ME SIENTO!”, EL ENGAÑO DEL CRISTIANISMO TERAPÉUTICO

Diócesis de Almería
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La diócesis de Almería es una sede episcopal sufragánea de la archidiócesis de Granada, en España. Su sede es la Catedral de la Encarnación de Almería.

Cuántas veces las señoras que vienen a misa o a la adoración del Santísimo de los jueves salen diciendo cosas como: “Qué paz”, “Qué bien me siento”, “vengo a relajarme”. Creo que asistir a misa o a una adoración me provoca todo lo contrario, más bien veo todo lo que me falta por querer al Señor como debo y me animo a seguir luchando, pero ese bienestar creo que no lo he sentido nunca.

En las últimas décadas el cristianismo terapéutico ha ido abriéndose camino entre nosotros. Se trata de entender la fe cristiana desde el bienestar emocional del individuo, lo que provoca el desplazamiento de las dimensiones esenciales del Evangelio: conversión, entrega, obediencia a la voluntad de Dios y la exigencia moral que comporta el seguimiento de Cristo.

Así solo se logra convertir el cristianismo en una herramienta de autoayuda que diluye su radicalidad y a Dios en un facilitador de ese bienestar. El centro lo ocupa el yo y no Cristo, el pecado se convierte en bloqueo psicológico y la conversión en la técnica para alcanzar serenidad interior. Se pierde, por tanto, la dimensión teologal convirtiendo la fe en una experiencia subjetiva.

Seguir a Cristo significa renuncia, lucha contra el pecado, apertura generosa al prójimo y aceptación de la voluntad divina. La cruz es mucho más que una metáfora del crecimiento personal y la pregunta por la voluntad de Dios no puede reducirse a buscar qué me hace sentir bien. La búsqueda del bienestar desvía de la auténtica búsqueda que debe ser el amor, que muchas veces requiere abnegación, servicio y fidelidad en los momentos difíciles.

Buscar una fe sin exigencias nos lleva a una vida superficial. Cuando el cristianismo se queda en experiencia emocional desaparece la llamada a la auténtica conversión, el sentido del pecado, la moral se reduce al sentimiento y la vida sacramental deja de ser encuentro transformador con Dios. Esta fe sin exigencias, al final, es incapaz de sostener al creyente ante las pruebas que plantea el sufrimiento real.

Una espiritualidad auténtica está llamada a integrar afectividad y exigencia. Dios sana el corazón llevándonos a buscar la verdad sobre uno mismo y vivir según su voluntad. La fe madura vive la lucha interior y se esfuerza por la santidad. Oración profunda, vida sacramental, dirección espiritual y lectura del evangelio para ir al núcleo de la fe: “no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42).

Jesús Martín Gómez

Parroco de Vera

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