Carta del Obispo de Almería a los diocesanos con motivo de la festividad de Santiago Apóstol.
Queridos diocesanos:
La fiesta de Santiago pasa en muchas partes desapercibida como consecuencia de las exigencias del calendario laboral. La pérdida de un mismo calendario religioso en todo el país puede ser vista con ojos laicistas como un hecho feliz, por lo que supone de quiebra social para la religión mayoritaria del país. La verdad es que la religión cumple una función de cohesión social significativa, pero resaltar esto ahora no es lo que debe preocuparnos, sino la voluntad manifiesta, a veces beligerante, de quienes pretenden tender un velo sobre nuestra historia, tan hondamente inspirada por la fe católica en un pasado que no es posible ocultar sin traicionar la verdad de nosotros mismos.
Somos un país de origen cristiano y de cultura cristiana, y el cristianismo ha sido la fuente de inspiración de los valores que han contribuido a ordenar nuestra visión del mundo y el concepto humanista de nuestra existencia, abierta a Dios como fundamento del orden moral y de la convivencia fundada sobre la justicia que da cimentación duradera a la paz social.
Recordar esto el día de Santiago, Evangelizador y Patrón de España, es un deber para con nosotros mismos, sin que esto suponga imposición alguna a quienes se han ido segregando en libertad de la comunidad histórica inspirada por la fe católica. No abogamos por la reinstalación nostálgica de un catolicismo nacional, sino por la conciencia refleja de nuestra historia y de nuestra situación en el concierto de las naciones. Decir que el mundo en el que hoy vivimos no sería el que es sin la voluntad compartida de los reinos peninsulares, de los albores del Medievo al Renacimiento, de recuperar la tradición cristiana como comprensión de la vida, es hacer justicia a la realidad histórica de España y de Europa con fechas como Lepanto y otras decisivas en la historia de España como la de las Navas de Tolosa, que acaba de cumplir ochocientos años sin que nos demos mucha cuenta. Pretender ignorar el pasado en aras de una comprensión del presente, que queremos diferente al pasado, nos llevará a cometer grandes errores en la ordenación de la sociedad actual, a la hora de afrontar los grandes retos del momento histórico que vivimos en España y en Europa.
El Evangelio que Santiago predicó en el siglo I sigue resonando entre nosotros como propuesta de paz y de convivencia, que hoy queremos con toda justicia como convivencia respetuosa con quienes no tienen la fe cristiana, sobre todo con la muy numerosa población musulmana con que cuenta Europa. Las guerras de religión no pueden tener cabida en un mundo asentado sobre el respeto a los derechos de las personas, de los grupos sociales y de los pueblos. Por eso tampoco podemos cerrar los ojos a la situación de los cristianos que viven en los países de mayoría musulmana. Debemos defender sus derechos y solidariamente amparar sus justas reivindicaciones, su protagonismo en una sociedad que se lo niega.
Hemos de actuar así para hacer creíble nuestro proyecto de paz social y nuestra voluntad de convivencia en los países cristianos con quienes no lo son, igual que con aquellos segmentos de la población que dicen no profesar religión alguna. La Unión Europea ha comprendido bien que las Iglesias cristianas y las religiones de arraigo histórico o social son interlocutoras que el bien común exige respetar y contar con su aportación al mismo.
La experiencia histórica y la razón nos proporcionan buenos argumentos que nos pueden ayudar, si paramos mientes en ello, a comprender el valor que tiene el diálogo entre las distintas confesiones religiosas. El diálogo interreligioso no supone, por lo demás, renunciar por nuestra parte a la luz esclarecedora del Evangelio, convencidos como estamos de que esa luz ilumina la convivencia de todos, proponiendo la común paternidad de Dios, razón de la común fraternidad que convierte a los seres humanos en miembros de la misma familia.
Es esta luz del Evangelio la que Santiago, amigo del Señor, aportó a nuestra historia para convertirse en el santo adalid, Patrón de las Españas, a quien suplicamos su intercesión y amparo para que, hoy como siempre, las Iglesias de España sean fortalecidas en la fe y cuantos creemos en Cristo nos mantengamos fieles a la predicación apostólica.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería