“Retazos del himno”

Damos gracias a Dios porque, un año más, estamos celebrando a nuestra Madre y Patrona: la Virgen del Mar. Recordamos con amor a los devotos que durante este año han fallecido y a las personas impedidas que, por diversos motivos, no pueden participar de esta celebración.

Querida Hermandad de la Virgen del Mar, Hermana Mayor, Camareras y Horquilleros que servís a nuestra Señora con tanto esmero. Representantes de las distintas Hermandades, Padres dominicos, personas Consagradas, Sacerdotes y Diáconos, Seminaristas y jóvenes que lleváis a Santa María del Mar en vuestro corazón. Ilustrísima Alcaldesa, ayuntamiento de Almería, autoridades civiles, militares, judiciales y portuarias. Querida comunidad. Hermanas y hermanos todos.

Caminamos, como Nuestra Señora, sobre las olas. Almería se asoma al mar en su gran bahía y en su tradición más antigua abraza a todo el que llega, como la Virgen con su hijo en brazos sobre las aguas. Acogedora como en tiempo de los mercaderes fenicios, acogedora de las primeras comunidades cristianas romanas y africanas, acogedora de 149 nacionalidades en estos tiempos. Almería nos abraza desde las salinas del Cabo de Gata a las salinas de San Rafael. Son espacios de sal y de faros de luz, memorias evangélicas para ser Luz y Sal de la tierra, acogedora y protectora de todo el que llega por su interior y por sus costas. La Virgen, como tantas personas y también madres, nos llegó por el mar.

Pero no es fácil caminar sobre las olas. Aun así, cantamos el himno de la Virgen del Mar balanceados al ritmo de barcarola, ritmos musicales inspirados en canciones marineras. También la imagen de nuestra Iglesia es una barca, que navega por el mundo y por la historia. Demasiadas coincidencias. Sólo cuando miramos al Señor, que algunas veces parece que está dormido, o suplicamos a su madre, que le lleva en brazos, es cuando podemos superar tanta aflicción, tantos oleajes, escollos y borrascas que en muchas ocasiones nos hacen pensar que nos vamos a hundir para siempre, como la experiencia de la Covid de la que estamos saliendo. Solo la solidaridad nos hace humanos. Si persistimos en miramos demasiado a nosotros mismos seguramente naufragaremos abandonados en nuestra falta de humildad. La soberbia nos destruye, la unidad nos construye, y el amor de Dios nos cimienta y edifica.

Mi corazón me pide levantar hoy una súplica por nuestras iglesias hermanas: más de 360 millones de cristianos sufren altos niveles de persecución y discriminación por su fe… como en Afganistán, Corea del Norte, Nigeria, Mali, Somalia, Yemen y también en otras naciones con comportamientos más sutiles. Pido también por Nicaragua y su pueblo, por las comunidades cristianas y sus pastores, en estos difíciles momentos de opresión. No quiero tampoco que olvidemos a los más de 60 países, que sufren la guerra y los conflictos armados entre su población, a tantos y tantos refugiados y desplazados por la guerra y la hambruna. Ucrania aún sigue presente entre nosotros. Solo queremos, Señora y Reina, que nos protejas.

Estas intenciones no son para aguarnos la fiesta, sino para tomar conciencia del amor al prójimo que nace del mismo corazón de Cristo, como el principal y el nuevo mandamiento. Para que los pies de Nuestra Señora, la Virgen del Mar, tornen las grises arenas en oro: oro de amor y de esperanza.  Los apóstoles insistían a las primeras comunidades cristianas que se preocuparan y se ayudaran unas a otras y nosotros, cristianos de hoy, estamos obligados a mantener viva la más verdadera y más radical tradición: el amor, incluso a los enemigos. El hecho de que san Indalecio acompañe a la Virgen del Mar en nuestra procesión, nos recordarán nuestras raíces apostólicas y sus enseñanzas sobre el verdadero amor y sus implicaciones.

Cuando hace 71 años, en la explanada del puerto, la imagen de la Virgen del Mar fue coronada, pusimos en su corona, como dice el himno:  promesas, vida, fe ciega y amor. Todos necesitamos mucho amor. En nuestra sociedad, cuando los tambores de guerra y recesión resuenan en nuestro horizonte, necesitamos hacer promesas de hermandad y solidaridad, para que nuestra vida sea más humana. Y nuestra fe abrirá los ojos a todos los que nos necesiten. Y nuestra Iglesia seguirá siendo “samaritana”, en cada uno de nosotros, con aquellos que han quedado malheridos al borde del camino. La Iglesia, con las puertas abiertas, nos espera y alienta para servir y amar. Sólo queremos, Señora, tu bendición. Amén.

+ Antonio, vuestro obispo.

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