Carta del Obispo de Almería, D. Adolfo González Montes. Queridos diocesanos:
Se han cumplido noventa años desde aquel 30 de mayo de 1919, día en que el Rey Alfonso XIII consagró España al Sagrado Corazón de Jesús en el Cerro de los Ángeles. Con este motivo quiero dirigirme a todos los diocesanos e invitarles a renovar la consagración de la vida personal y comunitaria de nuestra Iglesia al Corazón de nuestro Salvador. Al hacerlo así, no pretendo reivindicar con ello ningún tipo de confesionalismo, sino alentar la vida cristiana de la comunidad eclesial diocesana poniéndola al amparo del amor de Aquel que nos ha amado hasta la cruz.
El culto al Corazón de Cristo se ha desarrollado históricamente marcando fuertemente la religiosidad católica, y caló con hondura en España. Aquel hecho de 1919 fue manifestación pública de la tradición católica de España frente a las tendencias de disolución de la fe que irrumpían con fuerza a principios del pasado siglo. Aun cuando hoy tienen cabida legítima en nuestra sociedad otras comunidades religiosas, minoritarias en comparación con la comunidad católica, ofrecer a Cristo el amor incondicional de cuantos creemos en él y ofrecerle nuestras vidas como respuesta a su amor crucificado por nosotros, forma parte de nuestra manera de estar en el mundo como cristianos, testigos de Cristo crucificado y resucitado.
Con la consagración de 1919 cobraba expresión el sentimiento cristiano de un pueblo que ofrecía a Cristo un Reinado espiritual que inspirase el conjunto de la vida social, y diese así fundamento a la paz pública, asentándola sobre los principios del Evangelio. El Reinado social del Corazón de Jesús inspiró durante décadas el deseo colectivo de los católicos de que Cristo fuera norte y orientación del progreso de toda la sociedad y de la convivencia de las personas y grupos que la forman. La voluntad de que Cristo reine en la sociedad es un componente de nuestra fe religiosa que con Cristo pide a Dios Padre la realización de su designio de amor sobre el mundo.
La agresión que pocos años después padeció el monumento al Corazón de Jesús, víctima de la persecución religiosa, no pudo acabar con el amor que lo había erigido, más poderoso que la muerte y, por eso, capaz de llevar hasta el martirio. De nuevo ahora se ha emprendido una campaña contra los signos religiosos. ¿Qué sentido puede tener la eliminación de imágenes y signos religiosos en una sociedad que hoy quiere ser abierta y plural? La tolerancia no se construye sobre la previa aniquilación de los signos de la fe, sino sobre su respetuosa aceptación como expresión de las creencias y de la fe religiosa que ha dado vida a la historia de las comunidades de los pueblos y a las naciones. Los monumentos al Corazón de Cristo y a la Virgen María, los miles de cruces que pueblan la geografía española y se alistan junto a las catedrales e iglesias son la expresión de una trayectoria histórica marcada por la fe en Cristo y el amor a la divina persona del Salvador.
Contra la ideología del laicismo actual, que se opone tenazmente a la pervivencia de la simbología católica en ámbitos públicos, es preciso reafirmar la libertad religiosa reconociendo lo que es significa. Libertad religiosa no sólo es libertad de creencias y convicciones, sino libertad de practicar la religión, que se expresa, ciertamente, en ritos, pero que incluye además y de forma sustantiva, para poder mantenerse como libertad de religión, modos y maneras de conducta personal y pública que identifica a una colectividad religiosa.
Ignorar que las religiones se manifiestan en ámbitos geográficos que delimitan la historia de las naciones, para poder afirmar que las “creencias y convicciones” han de contar todas con el mismo estatuto, es contrario a la sociología y la historia de los pueblos, porque es ignorar deliberadamente el significado histórico y social de cada religión. Esto va contra la realidad misma de las cosas, mientras la simbología presente en la geografía y en los espacios públicos responda a la implantación objetiva de una fe religiosa viva. No significa negar libertad a las demás confesiones, ni menos todavía los derechos individuales de las personas, sino tratar cada cosa según su realidad. Es preciso tratar del mismo modo realidades iguales, pero no se puede tratar por igual realidades desiguales. Lo pide el sentido de la justicia.
El culto al Corazón de Jesús, en especial durante este mes de junio, nos ayuda a los católicos a tomar conciencia del significado histórico y social de la fe del catolicismo en España. Por eso, pido a todos los diocesanos que honren personal y públicamente a Cristo, y le confiesen como verdadero Señor de nuestras vidas, a quien ofrecemos el homenaje de nuestro amor sin que con ello podamos responder a su amor crucificado por nosotros.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Almería, a 19 de junio de 2009