Misa de Acción de gracias de las misioneras de acción parroquial

Homilía del obispo de Almería, Mons. Adolgo González

Lecturas bíblicas: Ef 1,3-14; Salm: 1 Cro 29,10-12; Aleluya: Ef 1,3; Lc 17,11-19

Queridas Hermanas Misioneras de Acción Parroquial, que celebráis hoy con esta misa de acción de gracias setenta y cinco años de vuestra fundación; Religiosas que nos acompañáis y fieles laicos; Hermanos y hermanas en el Señor:

Es motivo de alegría celebrar esta misa de acción de gracias por los setenta y cinco años transcurridos desde la fundación de las Hermanas Misioneras de Acción Parroquial. La fundación fue obra en 1942 de Mons. Luciano Pérez Platero, Obispo de Segovia, obra que pudo poner en marcha aquel benemérito y santo Obispo Platero, como era conocido, gracias a la estimable colaboración de una mujer excepcional, que sería cofundadora de la nueva congregación religiosa. La Madre Genoveva Cuadrado, que adoptó en religión el nombre de Madre Inmaculada.

Las hermanas Misioneras de Acción Parroquial pusieron en marcha su carisma en Carbonero el Mayor, con la ayuda de su apostólico párroco don Bernardino Arribas, de santa memoria. La monumental iglesia parroquial y otros edificios patrimoniales han dado personalidad histórica a una población que vivía del campo y la ganadería al ritmo de las celebraciones de la fe, en un momento de gran vitalidad de la Acción Católica, animada por el párroco. El apostolado parroquial fue el ambiente fundacional para unas jóvenes a las que el Obispo de Segovia ofrecía el marco estatutario diocesano, necesario para convertirse en instituto religioso, cuando llegase el momento.

Las monjas “carboneras” no dejarían su pueblo de origen fundacional hasta hace todavía poco tiempo, pero fueron adquiriendo un protagonismo nuevo, en el despegue histórico de la nueva congregación religiosa, con el traslado a Burgos en 1944 del obispo de Segovia Mons. Pérez Platero. El nuevo arzobispo de la ciudad cabecera de Castilla ofrecía un nuevo campo de acción a la nueva fundación religiosa.

El lema de la empresa acometida fue desde su origen el de «hacer de la parroquia, de cada parroquia, la gran familia de Dios». Con este lema comenzó a extenderse una obra de apoyo y colaboración con la acción pastoral de los ministros ordenados de gran estima de los prelados y sacerdotes que le dieron hospitalidad beneficiándose de su servicio generoso a la acción parroquial. Pasado este tiempo, el instituto religioso se ha extendido por todo el mundo, estando presentes allende nuestras fronteras, también en Brasil, Venezuela, Chile, México, Mozambique y Angola, su última fundación.

Hoy, las Misioneras de Acción Parroquial quieren hacer partícipes de su alegría a toda la diócesis, porque ―como ellas dicen― sienten que su carisma y su vocación son un regalo inmenso que tienen la obligación de dar a conocer y ofrecer a las personas que se relacionan con ellas, y especialmente a las jóvenes. En nuestras comunidades es hoy muy difícil suscitar vocaciones femeninas a la vida consagrada, y es preciso presentar a las adolescentes y jóvenes vinculadas a los grupos parroquiales y movimientos apostólicos el carisma de la consagración de vida, que en la vida apostólica activa siempre va de la mano de una dedicación especial al servicio a los demás. En el caso de estas religiosas, a la colaboración con la acción pastoral de las parroquias y algunos de los servicios más característicos de la comunidad cristiana como la catequesis y la formación en la fe de niños, jóvenes y adultos; la atención a los enfermos y los ancianos, el cuidado de los pobres. Un servicio que quiere hacer parroquia, atraer a la comunidad parroquial y en ella servir a los que en la parroquia se congregan para vivir la fe y celebrarla, para comunicarla a los demás mediante el apostolado y el testimonio de vida. Un carisma, en fin, que se resume en revitalizar y fortalecer la vida en las parroquias donde están presentes, dando en ellas testimonio de vida evangélica y resaltando el sentido profundo de Iglesia, de comunión y participación.

Las religiosas ya han celebrado su 75º aniversario en diversas comunidades, entre ellas las de Jaén y Mancha Real, aquí en nuestra región de Andalucía. Era preciso que también pudieran celebrar su pública acción de gracias las misioneras parroquiales de Almería, porque en nuestra diócesis hemos tenido más de una comunidad durante décadas. Las monjas que permanecen en Huércal de Almería prolongan hoy una presencia que no sólo tiene historia en las parroquias de esta próspera población del alfoz capitalino, sino también la presencia durante décadas de la comunidad de la parroquia de San Pío X, en la capital de la provincia, donde su apostolado y compromiso de colaboración con la acción pastoral merece nuestro reconocimiento. Se lo agradecemos de corazón, como agradecemos que destinaran durante años a una de sus religiosas para colaborar en la Notaría de nuestro Tribunal Eclesiástico estrechamente con la Curia Episcopal de Almería.

Como hemos escuchado en el primer libro de la Crónicas, en nuestra celebración eucarística, al igual que David en la época en que preparaba y hacía acopio de los materiales que habían de ser utilizados en la construcción del templo de Jerusalén por su hijo Salomón, queremos dar gracias a Dios por el servicio que esta Congregación de Misioneras ha prestado a la obra del Evangelio en nuestra diócesis, en España y en el mundo.

El apóstol da gracias a Dios, como hemos escuchado en el himno cristológico de Efesios, por el designio de salvación de Dios realizado por medio de Jesucristo. La acción apostólica y misionera de la Iglesia tiene por finalidad dar a conocer la Verdad y, por eso, conocedores de la «la extraordinaria noticia» de que hemos sido salvados, y hemos creído, nos asociamos a la acción de gracias por «haber sido marcados por Cristo con el Espíritu Santo prometido» (Ef 1,13).

Si es verdad que las vocaciones religiosas han retrocedido entre nosotros, crecen en las nuevas poblaciones cristianas gracias a la acción apostólica y misionera, y por este crecimiento del conocimiento de Cristo y del seguimiento del Evangelio hemos de dar gracias a Dios. San Pablo exhortaba al agradecimiento a los colosenses al tiempo que les invitaba a observar los preceptos generales de la vida cristiana, a apreciar el cultivo de las virtudes y a vivir en la paz fundada sobre la aceptación recíproca y el perdón, para concluir: «Y sed agradecidos» (Col 3,15).

Hemos de ser agradecidos por haber sido agraciados por Dios con el conocimiento de la Verdad y ser hechos partícipes de la vida divina, por haber sido llamados l seguimiento de los consejos evangélicos y al apostolado comprometido con la urgencia de dar a conocer los dones de la redención. Sin este agradecimiento por la fe recibida, ¿cómo podríamos disponer de un corazón nuevo para agradecer todo el bien que nos hacen los demás? No podemos ser como los leprosos desagradecidos de los que nos habla el evangelio de san Lucas, de cuya cond
ucta se lamentaba Jesús, que los había curado. Dice el evangelio que fueron curados en número de diez, pero sólo uno de ellos, y además un extranjero, volvió para dar gracias a Jesús por haber sido curado. Jesús se lamenta: «¿No han quedado limpios los diez?; los otros nueve ¿dónde están? ¿No ha vuelto más que este extranjero para dar gloria a Dios?» (Lc 17,17-18).

Hoy, una mentalidad reivindicativa de derechos nos impide ver en cuánto y cómo hemos sido inmerecidamente agraciados; y por eso mismo tampoco somos a veces capaces de percibir lo que debemos a los demás. Somos deudores de una sociedad fundada sobre derechos, algunos ciertamente inalienables por ser derechos fundamentales de las personas, otros son derechos civiles y hay derechos concertados y recíprocamente reconocidos, pero que son sólo resultado de relaciones contractuales. En todas estas clases de derechos, siempre hay también obligaciones que son abandonadas y preteridas.

Al agradecer al Señor el don de sus carismas, démosle gracias por el amor con que somos servidos y enriquecidos por los carismas de la vida religiosa y la generosa entrega de tantas personas consagradas al servicio de los demás, en la Iglesia y en la sociedad en general. Hoy damos gracias al Señor, porque ha enriquecido a su Iglesia con el testimonio de fe y el servicio de estas hermanas nuestras misioneras parroquiales, que agradecidos encomendamos a Cristo Jesús y su santísima Madre, suplicándole para ellas nuevas vocaciones, que le sean concedidas para proseguir su obra evangélica.

S.A.I. Catedral de la Encarnación
Almería, 14 de octubre de 2017

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

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