Mensaje de Navidad del Obispo de Almería

Queridos diocesanos:

La Navidad viene a llenar de gozo nuestro corazón, para que no sucumbamos a la tristeza que las dificultades de la vida generan en nosotros, las carencias materiales y angustias que nos inquietan. Hemos vivido un año difícil y somos conscientes de que la superación de toda situación de dificultad que podamos padecer requiere siempre espíritu de sacrificio y dar prioridad al bien común.

La Iglesia no tiene la solución técnica para poder aplicarla a la crisis económica y social que vivimos, pero tiene criterios morales que pueden ayudarnos a salir de esta situación de dificultad. La Navidad, en efecto, viene a recordarnos que la clave y el secreto del éxito humano es el amor, mientras que la indiferencia ante las necesidades de los más marginados y de cuantos se han visto reducidos a la pobreza, el desamor y el odio sólo pueden causan dificultades mayores, perpetuando el malestar social.

El nacimiento de Jesús en Belén nos trae el mensaje de paz que sólo podrá fructificar en nosotros si somos «hombres de buena voluntad»; si sabemos dar cabida en nuestra vida al prójimo que necesita de nosotros y llama con su sola presencia a la puerta de nuestro corazón.

La Iglesia Católica ha intentado por todos los medios hacer valer un año más la dignidad de la persona humana, que deriva del hecho de haber sido creados los seres humanos a imagen y semejanza de Dios. Todos los derechos de la persona emanan de esta dignidad que le confiere un valor trascendente. Es verdad que podemos darnos normas morales de comportamiento que defienden de la arbitrariedad y de la violencia impositiva de los malvados, pero no es menos verdad que estas normas de conducta que podemos dictarnos a nosotros mismos tienen un recorrido muy precario. Son normas que por sí mismas no constituyen criterio de moralidad y están de hecho expuestas al juego de las mayorías en una sociedad cambiante y sometida a la presión de las ideologías y de los intereses. Por eso, hemos de tener muy claro que nadie puede conferir derechos a nadie si de derechos fundamentales se trata, porque todos los derechos fundamentales son constitutivos de la dignidad de la persona y su respeto es, por eso mismo, criterio de moralidad en el comportamiento personal y social.

Jesús, el Hijo de Dios hecho carne en las entrañas de la Virgen María, ha querido nacer en el seno de una familia, revelando así tanto la naturaleza del amor humano y el valor trascendente de la unión matrimonial entre un hombre y una mujer como fundamento de la familia. Nacido de lo alto, porque venía de Dios, Jesús quiso, sin embargo, quiso tener ante la ley padre y madre, para que así se manifestara el plan de Dios sobre el género humano.

Las leyes que niegan algo tan fundamental nada pueden contra la evidencia de los hechos naturales constitutivos de nuestra común humanidad. Es pernicioso para la especie humana y para la paz social privar al hombre y a la mujer que deciden fundar una familia del derecho fundamental a ser considerados esposo y esposa por su alianza matrimonial. ¿A quién puede extrañar que la Iglesia haga valer en libertad tan fundamental concepción de la más básica comunidad de amor como es el matrimonio verdadero entre hombre y mujer, origen de la familia como bien social?

El respeto a la libertad de los ciudadanos exige, por otra parte, considerar la práctica de la religión fundamentada en la visión trascendente de la vida, entendida así en todas las culturas como un hecho universal. La religión es un medio de humanización y progreso moral de la sociedad y, por eso, el derecho básico a la religión no es algo que el Estado pueda conceder, sino algo que está obligado a reconocer, respetar y favorecer. La religión se enraíza en la libertad de la conciencia y tiene un valor de humanidad por sí misma y no sólo por lo beneficiosa que pueda resultar desde el punto de vista social o cultural.

La privación de la libertad religiosa que se da en algunas sociedades todavía hoy representa un escarnio inaceptable a la dignidad de la persona. La comunidad internacional no puede tolerar que se ponga en grave riesgo la vida de los cristianos, a los que se fuerza a abandonar el propio país para salvar la vida o no tener que soportar la merma o supresión de sus derechos ciudadanos.

La Unión Europea, de la cual formamos parte, garantiza legalmente el diálogo con las Iglesias y las comunidades religiosas no cristianas socialmente significativas, en el convencimiento de que las confesiones religiosas son interlocutores experimentados en humanidad. Después de haber participado en la cumbre de líderes religiosos del pasado verano, he podido constatar por propia experiencia el valor que las instituciones europeas dan a la práctica religiosa.

En los países cristianos como el nuestro, la Navidad tiene un fundamento religioso sin el cual nuestra propia cultura pierde sus raíces y la razón de ser de nuestro desarrollo histórico. Esto debería llevarnos al convencimiento de la necesidad de garantizar la educación religiosa de las escolares, porque la religión no es un compartimento estanco en el desarrollo de la persona, sino realidad trasversal que tamiza el crecimiento de los conocimientos y el desarrollo personal de los niños y de los jóvenes.

Pienso, por lo demás, en estos días en cuantos siguen sin encontrar trabajo, sobre todo me preocupa vivamente que el cincuenta por ciento de los jóvenes en edad de trabajar carezcan de puesto laboral. Tengo también muy presentes a las familias que han perdido la casa familiar a causa de la crisis económica que dejó sin trabajo a todos sus miembros, y en especial a tantos miles de inmigrantes y a sus familias. Quisiera llevar a todos un mensaje de solidaridad esperanzada, incluyendo en mi solicitud pastoral el cuidado de los enfermos y de los ancianos, y la atención de cuantos viven en soledad.

Quiera el Niño Dios y la Virgen Madre que el Año 2013 nos traiga, además de los sacrificios que será necesario realizar, la luz de la salida de la crisis económica y el restablecimiento de criterios morales en nuestra sociedad. Así se lo pido al Príncipe de la Paz, al que encomiendo con afecto a todos los diocesanos y a nuestros hermanos cristianos ortodoxos y evangélicos, que con nosotros celebran el nacimiento en nuestra carne del Hijo de Dios. A todos ellos y a cuantas personas de buena voluntad se alegran con nosotros en estas fechas de gozo y esperanza les deseo las bendiciones del Niño Dios. ¡Santa y feliz Navidad!

24 de diciembre de 2012

Nochebuena

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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