Queridos diocesanos:
La Navidad nos trae la paz del hogar y el rencuentro con las personas que nos son queridas. En Navidad la familia recobra la unidad que supera la dispersión de sus miembros durante el año, sobre todo cuando los hijos salen a estudiar fuera o comienzan los primeros trabajos que los alejan de la casa común que es el hogar, o cuando comienzan a contraer matrimonio, dando lugar a la creación de una nueva unidad familiar.
Jesús quiso nacer de la Virgen María y vivir en el seno de una familia puesta bajo la custodia de José, para ser solidario con nuestra condición humana y reforzar los lazos que unen a los miembros de una misma familia, como comunidad humana primera y fundamental; pues de ella depende en gran medida la estabilidad y la paz de la más amplia sociedad cívica en la que se desarrolla nuestra vida.
Vivimos tiempos de dificultades económicas, que afectan gravemente a la estabilidad de la sociedad al privar de trabajo a tantas personas, dando lugar a la crisis social que padecemos. En esta situación, la Navidad nos ofrece el modelo que la humanidad necesita para la superación de los males que la aquejan. En el Niño de Belén contemplamos al Hijo de Dios hecho carne por nuestro amor, mostrándonos la solidaridad ilimitada que representa la toma de nuestra condición humana.
Por eso, la Navidad nos invita a seguir el sendero del amor como camino seguro para la superación de todas nuestras dificultades, porque sólo anteponiendo el bien común a los particularismos egoístas podremos resultar todos beneficiados del esfuerzo que puede hacer cada uno. Si la crisis económica y social evidencian la grave crisis moral que ha conducido a nuestra situación actual, con la pérdida de millones de puestos de trabajo y la marginación de tantas personas, la Navidad nos invita a purificar el corazón de todo egoísmo, renunciando a la sobrestima de nuestros intereses, por legítimos que puedan ser, para dar cabida en nosotros al amor al prójimo urgido por necesidades perentorias, como la comida y el vestido, el hogar del que se carece y el trabajo sin el cual nada se sustenta. El bienestar no tiene atajos, es el resultado del esfuerzo y del sacrificio personal y comunitario. No hay bienestar duradero sin laboriosidad constante y espíritu de servicio, porque el bienestar es el fruto granado de una sociedad en la que todos sus miembros contribuyen a él sin dejar de servir a los que sufren y padecen las mayores necesidades.
La purificación del corazón es la única que puede ayudarnos a limpiar de corrupción la vida pública y a ordenar la sociedad conforme a leyes justas que salvaguarden el bien común, protegiéndolo contra la extorsión a veces cubierta de aparente legalidad. Es necesario que los que tienen en sus manos el ordenamiento y gobierno de la sociedad protejan la familia, escuela de transmisión de los valores humanos y cristianos; y se esfuercen por dar cabida en el sistema educativo a la educación moral de la infancia y de la juventud como medio de formación en la integridad de las personas. En una sociedad verdaderamente humana, la ley tiene que amparar del mismo modo los sentimientos religiosos de los ciudadanos, porque son la fuente de inspiración de la moralidad pública igual que privada.
En esta Navidad hagamos el propósito de renovar moralmente nuestra vida personal como medio necesario para renovar la convivencia social. Empecemos por no dejar que nadie sea marginado de los bienes comunes, de suerte que, gracias al esfuerzo personal y colectivo, lleguen a todos la comida y el vestido, el hogar y el cuidado de la salud, y la creación de trabajo necesario para que se logre una verdadera paz social.
En estas entrañables fiestas de Navidad tenemos muy presentes a los que más necesidades padecen: los inmigrantes, que carecen de los bienes necesarios y se hallan lejos de su tierras; los ancianos que viven solos y los enfermos, los niños sin familia estable, que padecen las rupturas de sus padres y a los que falta la alegría del hogar.
Hemos de tener muy presentes también a los padres y las familias de cuantos han muerto en defensa de la paz en escenarios de guerras que no cesan, a las que se han venido a sumar las fuertes convulsiones sociales de algunos países carentes de un orden justo. Pedimos a Jesús, nacido en Belén como Príncipe de la Paz, que en todos los lugares donde falta la paz social se pueda lograr el establecimiento de un ordenamiento justo de la vida pública, que garantice los derechos humanos de todos y el respeto a las leyes internacionales como fundamento de la paz.
Tenemos también presentes en nuestra oración a cuantas personas han muerto víctimas de la violencia doméstica, lacra que urge desterrar de nuestra sociedad; a los trabajadores que han fallecido en accidente laboral; y los que han muerto en acto de servicio para garantizar la vida y los bienes de todos, a los cuales debemos memoria y agradecimiento.
Pidamos todos, queridos diocesanos, a Jesús nacido en Belén, niño indefenso y pobre, por todos los niños del mundo nacidos en situaciones de sufrimiento y necesidad, y por los que han sido concebidos, para que puedan llegar a ver la luz de este mundo como respuesta al don amoroso de Dios que los ha llamado a la vida.
Deseo a los hermanos cristianos de otras confesiones y cuantos profesan fe en Dios, y a todos nuestros conciudadanos de buena voluntad unos días llenos de paz y felicidad, al calor del hogar bajo la luz de la estrella de Belén.
¡Feliz y santa Navidad!
Almería, a 24 de diciembre de 2011
Nochebuena
Adolfo González Montes
Obispo de Almería