Maternidad saludable

Carta pastoral del Obispo de Almería, D. Adolfo González Montes. Queridos diocesanos:

La fiesta de la Anunciación del Señor, celebrada el pasado lunes día 31, por  haber coincidido esta festividad en los días  de  la adelantada  Semana Santa  de este año,   es la nueva jornada que la Iglesia ha dedicado a la defensa de la vida, fruto de la maternidad con la que Dios ha querido asociar al ser humano a su obra creadora y enaltecer a la mujer. A lo largo de todo este año, la campaña de Manos Unidas reza así Madres sanas, derecho y esperanza. Impresiona ver en los fotogramas y documentales de las ONGs  las imágenes de siempre, cargas de drama y exponente de la cruel realidad del corazón humano marcado por el pecado. Son imágenes de una maternidad frustrada, porque si esas mujeres famélicas han dado a luz a hijos famélicos no podrán alimentarlos si ellas mismas no pueden alimentarse.

Sabemos que estas imágenes pueden ser lesivas de la dignidad de la persona humana y de países enteros, pero no por el utilitarismo, sectario incluso, con que a veces se utilizan y divulgan las imágenes dejan de ser expresión de una cruda realidad. Al lado de esas imágenes cabe alinear otras: las de otra maternidad igualmente frustrada por una sociedad moralmente permisiva y violenta, asentada sobre el principio del placer como método y objetivo, en la cual mujeres y muchachas jóvenes se ven arrastradas a una maternidad no deseada o prematura, abocadas al aborto como régimen de control de una natalidad imprevista, madres que, por supuestos que la ley puede llegar a contemplar, eligen este mismo camino de muerte para el fruto de sus entrañas.

Si unimos los fotogramas de una maternidad frustrada y sin compensaciones, propias de esta sociedad opulenta, a los fotogramas de una maternidad por el hambre y la enfermedad, el resultado es desesperanzador. ¿Qué hacer ante una y otra situación? La maternidad no es cosa sólo de la mujer, porque de ella depende el presente y futuro de la especie y el bienestar general de la humanidad, el desarrollo espiritual de todos y cada uno. La maternidad es competencia, derecho y deber del varón igual que de la  mujer, es tarea y vocación de ambos, proyecto de realización personal y social de los esposos. Por esta razón, la doctrina social de la Iglesia es enteramente favorable a compaginar la maternidad con la promoción personal y social de la mujer y a acrecentar la colaboración del varón en las etapas de la maternidad. Esto exige leyes laborales justas, igualdad en la estimación del papel social y del trabajo de uno y otro sexo.

La doctrina social de la Iglesia, en efecto, orienta y propone la acción de los católicos en los dos mundos, Norte y Sur, en que la maternidad se ve amenazada. En el Norte, se trata de combatir el egoísmo de una cultura hedonista, que está llevando al envejecimiento de poblaciones que se cierran a un futuro esperanzador, asfixiadas por una cultura de la muerte. En el Sur, se trata de combatir enérgicamente la enfermedad y la muerte promoviendo la justa distribución de la riqueza, para evitar que el hambre, aliada con los programas de control de natalidad contrarios a la dignidad de la persona, oprima la maternidad y amenace con diezmar poblaciones enteras; porque, “si bien es cierto que la desigual distribución de la población y de los recursos disponibles crean obstáculos al desarrollo y al uso sostenible del ambiente, debe reconocerse que el crecimiento demográfico es plenamente compatible con un desarrollo integral y solidario” (Compendio de la doctrina social de la Iglesia, n.484).

En este sentido, la preservación de la salud maternal no puede ser pretexto para un control de la natalidad que soslaye y trate de paliar la falta de medidas de justicia en la distribución de la riqueza, encaminadas a la promoción integral de la mujer y al desarrollo de las poblaciones. La salud está al servicio de la maternidad, la promueve y la custodia para bien de cada ser humano y de la superior salud espiritual de toda la humanidad. De ahí que la maternidad llegue a constituir por sí misma una vocación y un modo de realizarse como persona dando a luz la vida y amparando su desarrollo y promoción. Su lugar propio es el matrimonio y la familia, institución con la que Dios ha provisto a la humanidad de la escuela para la vida y la pedagogía para el verdadero amor. La maternidad sana es, tal como Dios la ha querido, la garantía de un futuro de esperanza.

Con mi afecto y bendición.

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

Almería, a 25 de marzo de 2008

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