La puerta abierta

No se dan cuenta, pero lo empujan como si de un imposibilitado se tratara. Lo llevan por las calles entre cánticos y músicas procesionales como a un héroe que ha vencido, con su sacrificio, una gran batalla. Lo cubren de flores que lanzan desde las ventanas y balcones. Lo llevan en una carroza de plata y joyas profusamente adornada. Le acompaña un cortejo con sus mejores galas. En las aceras, algunos miran el espectáculo, por su belleza, pero nada tienen que ver con los que celebran el triunfo.

Visiblemente, esa lámina endeble de pan, rodeada de piedras preciosas, como dice la plegaria eucarística, se convierte para nosotros en el Cuerpo (y la Sangre) de Jesucristo, nuestro Señor. Esta es la razón de tanta fiesta, sacada de la crudeza de los jueves y viernes santos. Pero, quizás, no deberíamos olvidar lo esencial, que el pan es alimento, que se parte, comparte y reparte, que nutre a la familia y que, como en el ritual de la Cena Pascual, siempre debemos mantener la puerta abierta por si viene un peregrino necesitado para que no le falte de nada, para compartir nuestro pan. Pan para los pobres.

Los discípulos de Cristo, en nuestro testimonio de la fe, tenemos tres partes bastantes claras, las mismas que en la Última Cena del Señor:

Primero, el lavatorio de los pies, “el que quiera ser el primero que sea el último de todos”. Sin humildad no se va a ningún sitio.
Después, la institución de la Eucaristía: “Tomad y comed, esto es mi Cuerpo que será entregado por vosotros; tomad y bebed, esta es mi Sangre que será derramada por vosotros y por muchos…”.
Y, finalmente, “amaos como yo os he amado”. No hay que echar en saco roto el adverbio de modo, tan poco contemplado.
Cáritas, en este día del Corpus Christi, nos enseña que, además de abrir nuestro hogar, para que los necesitados entren en nuestra casa, como en la cena judía, también nosotros debemos salir al encuentro de los más pobres, con tantos y diferentes rostros de pobreza, que hemos ido olvidando a nuestro alrededor. Siempre me pregunto por qué los pobres se ponen en las puertas de nuestras iglesias y no en las de los bancos, que es donde está el dinero. Quizás es porque sabían que, después de compartir el Cuerpo de Cristo, éramos enviados a manifestar su amor, de una manera no solo afectiva sino efectiva, a aquellos muchos por los que también se ha entregado. Este es el misterio de la fe. ¡Ánimo y adelante!

+ Antonio Gómez Cantero

Publicado en la Revista Vida Nueva el 14/06/2025

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