Carta del Obispo de Almería, con motivo de la Festividad de la Sagrada Familia.
Queridos diocesanos:
La fiesta anual de la Sagrada Familia, siempre en el domingo dentro de la octava de la Navidad, nos ofrece la ocasión para volver sobre la pieza fundamental de la sociedad, justamente cuando más necesario es promover su consolidación como realidad humana básica. La familia, que surge del matrimonio entre un hombre y una mujer, es el ámbito natural, querido por Dios desde el principio de la humanidad tanto para la procreación de la vida como para el desarrollo y la educación de los seres humanos personas libres y sujetos de responsabilidad moral, por su propio origen divino y constitución abiertos al amor como forma suprema de realización personal.
La familia es un proyecto de Dios y como tal revela el misterio mismo de la divinidad: un único Dios y tres divinas personas, consumada comunión de amor interpersonal, a cuya imagen Dios quiso crear el ser humano: «a imagen de Dios los creó, varón y mujer los creó» (Génesis 1,27). La procreación human es, por tanto, más que mera reproducción animal, es participación del varón y de la mujer en la obra creadora de Dios; y es en esta participación en el poder divino de dar la vida donde tiene su origen la familia. Por eso, como proclama la Iglesia, la dignidad de la persona humana la hace sujeto de unos derechos que comienzan por la misma generación: el ser humano tiene derecho a tener padre y madre, a venir al mundo en aquella comunidad de amor que es presupuesto de un crecimiento favorable como persona y ámbito de desarrollo espiritual primero e insustituible.
Cuando no es así, el ser humano se ve ante el reto de superar la carencia, el trauma o el fracaso de sus progenitores. Por su condición personal y espiritual, con la ayuda de Dios el ser humano puede afrontar estas carencias y obstáculos; sobre todo, si cuenta con el amor de uno de los progenitores y el medio viene a colaborar con el crecimiento y el desarrollo personal de un ser humano necesitado de aquello que al nacer se le niega.
Las familias monoparentales han sido siempre objeto del amor de la Iglesia. Contra la inhumana práctica criminal del aborto, los cristianos se aprestan a socorrer a las mujeres necesitadas de apoyo material y moral, de ayuda amorosa que les permita sacar adelante el embarazo y el hijo de sus entrañas, que requiere de su amor y del amor de cuantos, por su cercanía a la mujer que va a ser madre, acogen y apoyan esa maternidad que da vida.
Hay también hermanos y parientes que conviven durante toda la vida en régimen de sociedad familiar; como hay comunidades de personas que han hecho de la vida en común una familia espiritual, personas que asociadas para un fin, como es la misma consagración de vida religiosa, expanden el espíritu familiar, porque la familia es paradigma de vida en el amor que genera fraternidad y refuerza los lazos interpersonales dando cauce a proyectos humanitarios, religiosos y sociales a un mismo tiempo, que redundan en beneficio de la humanidad. La Iglesia promueve la difusión del espíritu familiar, precisamente porque la familia es el gran modelo del amor humano, en el cual se refleja el origen del que procede, verdadera horma de la vida en el amor, que es el amor divino.
Lo que no promueve la Iglesia, porque es contrario al designio de Dios revelado en Evangelio de Jesucristo es la asimilación al matrimonio y a la familia de una relación entre personas del mismo sexo basada en la práctica de la sexualidad contraria a la voluntad y al designio creatural de Dios. La Iglesia no es homófoba, como se divulga sin razón. La Iglesia ni desprecia ni margina a las personas homosexuales. La fe, que no es contraria a la razón, se apoya en el análisis y reflexión de la razón y abriendo la inteligencia a la luz de la revelación, sabe que el proyecto de Dios para el mundo incluye la familia fundada sobre el matrimonio de hombre y mujer como pieza fundamental del tejido social. Por eso mismo, la enseñanza de la Iglesia ha visto en la familia la «eclesiola» o «iglesia doméstica», como la llama el Vaticano II, a partir de la cual no sólo se reproduce el tejido social, sino también la Iglesia, porque en la familia se inicia la fe de los hijos al ritmo de su desarrollo personal.
En Europa pareciera que todo se conjura contra la familia en un momento histórico en el que la cultura vigente de los europeos, minada por el relativismo, verdadero cáncer del pensamiento actual, parece querer despojarse de su visión cristiana de la vida. Nada es tan contrario a la dignidad de la persona humana como este genocidio silencioso que avanza minando el ordenamiento legal de la sociedad, en nombre de la libertad de la mujer y de uno supuesto derecho de ésta a deshacerse del hijo de sus entrañas. Esta enemistad declarada a la vida y el consiguiente envejecimiento de las sociedades europeas, que sólo tímidamente parecen reaccionar en algunos países, no auguran un futuro prometedor, sino de muerte lenta y paulatina.
Contra esta cultura de la muerte, la fiesta de la Sagrada Familia de Jesús, María y José viene un año más a iluminar el misterio de la vida y a manifestar, a la luz de la Navidad, que el amor divino que la alimenta es el futuro de la sociedad porque es el futuro del ser humano.
Con mi afecto y bendición.
+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería
Almería, a 27 de diciembre de 2009
Fiesta de la Sagrada Familia