La experiencia del Sínodo sobre la Nueva Evangelización

Carta Pastoral del Obispo de Almería, Mons. Adolfo González Montes.

Queridos diocesanos:

El pasado domingo, 28 de octubre, se clausuraba la XIII Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos con la solemne misa en la basílica de San Pedro del Vaticano, presidida por el Papa y concelebrada por todos los padres sinodales. Había llegado el momento de hacer las maletas y regresar a la diócesis, después de un mes de ausencia ocupados con las deliberaciones del Sínodo.

La XIII Asamblea ordinaria del Sínodo de los Obispos ha dado amplia cabida a la lengua española por el gran número de obispos de Hispanoamérica, agrupados en dos apretados círculos menores, o grupos lingüísticos, que sin duda hubieran podido ser tres por el número de sus integrantes. Conforme al reglamento del Sínodo, la misión de estos círculos es estudiar el contenido de las intervenciones pronunciadas en las congregaciones generales de la asamblea sinodal, y aportar aquellas reflexiones necesarias para la elaboración de las propuestas que los Padres sinodales entregan al Papa al término de los trabajos.

Hubo congregaciones generales en las cuales las intervenciones de los obispos se sucedían una y otra vez en español, que con el italiano y el inglés fueron los idiomas más frecuentemente utilizados, aunque los dos textos importantes, llamados relaciones, la anterior al debate del Sínodo y la posterior al mismo, se presentan y leen en latín, igual que en latín se formulan las propuestas finales del Sínodo. Estas relaciones las encomienda el Papa al Relator general nombrado para la ocasión, y que en este caso ha sido el Cardenal Arzobispo de Washington, Mons. Donald William Wuerl. El latín, como lengua oficial de la Iglesia sirvió asimismo para establecer el iter de las actuaciones, que corresponde ordenar al Secretario general del Sínodo, con la aprobación del Papa.

La asamblea ha estado presidida por el Santo Padre, que acudía a las congregaciones generales con frecuencia, siempre que no tenía obligaciones de agenda propias de su ministerio, entre las que hay que contar las audiencias de los miércoles y las audiencias privadas de uno u otro tenor. La primera congregación general, como todas las demás, se abrió con el canto de la hora de tercia, recitada todos los días por los Padres sinodales al comienzo de las sesiones. La hermosa meditación del Papa, sin otro guion que su inspiración de pastor universal y fino teólogo, caló hondo en todos nosotros. Tras ella, cada día comenzábamos los trabajos sinodales con la meditación que nos dirigieron los obispos designados por el Secretario general, atendiendo a la representatividad de los continentes, los ritos y, en definitiva, las Iglesias particulares de origen.

La presidencia del Sínodo por el Papa se halló siempre asistida por los tres presidentes delegados, los Cardenales John Tong Hon, Obispo de Hong Kong (China), Francisco Robles Ortega, Arzobispo de Guadalajara (Méjico) y Laurent Monsengwo Pasinya, Arzobispo de Kinshasa (República Democrática del Congo). A los tres y por riguroso turno correspondió dirigir la oración y las intervenciones y debates de las congregaciones generales, y otorgar ordenadamente la palabra. Un trabajo aliviado por el auxilio de la dirección técnica de control, que registraba además la asistencia cotidiana de los sinodales y las inscripciones de los mismos para hablar, ya conforme al orden previamente establecido o de forma espontánea mediante transmisión informática a las pantallas de los presidentes. Se trataba de medir la presencia de los 259 padres sinodales al comienzo de cada congregación general y, en su momento, determinar el orden y control de las votaciones.

Se puede decir sin menoscabo de la realidad de las cosas que las intervenciones regladas y previamente preparadas por los padres sinodales durante las primeras sesiones se asemejaban mucho a una lluvia de ideas, exponiendo cada cual la forma en que percibía la importancia del tema sometido a reflexión y examen. En este sentido la relación anterior al debate (Relatio ante diseptationem) no parecía poder encauzar las intervenciones de los obispos, porque cada uno de los sinodales quería que se escuchara aquello que deseaba hacer notorio según lo dictaba el interés de la Iglesia particular de cada obispo que hablaba; o bien el estado de cosas del sector eclesial al que representaba, particularmente cada uno de los ámbitos de las congregaciones romanas y otros dicasterios de la Curia vaticana. Aparentemente era difícil evitar la impresión de que lo escuchado era de carácter heterogéneo, pero en realidad sólo así los sinodales encontraron el camino hacia la convergencia final, centrándose en lo más convergente y en aquello que, por su importancia, requería más claridad o necesitaba, si no urgente, sí necesaria solución.

La asamblea sinodal fue haciéndose eco del estado de la evangelización en los viejos países cristianos y en los países que cuentan con nuevas Iglesias, resultado de la acción misionera de la Iglesia universal. Se enumeraron los obstáculos y las dificultades planteados por la cultura dominante, agnóstica y laicista, en los países cristianos del primer mundo, amenazados por el riesgo de descomposición de la sociedad cristiana. Los obispos de latitudes donde la Iglesia está en minoría expusieron las dificultades cotidianas para mantener la fe y sobrevivir a la persecución y al acoso de movimientos religiosos extremistas, a la discriminación de los cristianos que no logra frenar el ordenamiento jurídico de dichas sociedades; ni tampoco lograr moderar, en el caso del fundamentalismo islámico que padecen algunos países, la voluntad sincera de cristianos y musulmanes que han sabido convivir en el pasado y tratan de encontrar una convivencia tolerante y constructiva. Son situaciones que no pueden, sin embargo, impedir la búsqueda de un entendimiento entre la Iglesia y las grandes religiones mediante el diálogo, como tampoco pueden las ideologías anticristianas impedir el progreso del diálogo de la Iglesia con la cultura contemporánea. Este diálogo es medio apto para avanzar en el programa y desarrollo de una nueva evangelización, que también reclaman los países que han recibido más recientemente el Evangelio, como los países africanos en particular, donde el fenómeno de la globalización instrumentada por los medios de comunicación amenaza también la estabilidad de las nuevas Iglesias, acosadas por el modelo de vida occidental que les llega a través de los medios de comunicación.

El debate sinodal consideró la importancia que tiene llevar a cabo el primer anuncio evangélico, la propuesta del kérygma cristiano, cuando el secularismo de la sociedad hace irreconocible ya el modelo cristiano de vida, sobre todo en los países donde el ordenamiento jurídico de la sociedad ha introducido el amparo de ley a comportamientos no cristianos, e incluso la legitimación de conductas que repugnan a la conciencia cristiana, como la práctica del aborto, la eutanasia, la equiparación de las uniones de personas del mismo sexo con el matrimonio; así como la normalización de conductas sexuales opuestas a la antropología bíblica y a la doctrina cristiana sobre el misterio del hombre a la luz del misterio de Cristo. Situaciones que se agravan con el abandono por parte de los cristianos, víctimas del secularismo dominante, de las asambleas dominicales y el abandono de la práctica religiosa y moral en la que fueron educados en la infancia.

El debate sinodal, en consecuencia, ha tenido que hacer frente al mismo tiempo a la necesaria renovación de la acción pastoral, particularmente atendiendo a un desarrollo más coherente de la iniciación cristiana conforme a la naturaleza de los tres sacramentos, cuyo culmen es la Eucaristía. Todo lo cual lleva consigo una honda revisión de la catequesis y su necesario estilo catecumenal, como lo viene haciendo la Conferencia Episcopal Española. Se trata de desarrollar una catequesi
s que asegure la coherencia de la vida cristiana tanto de los adultos que vienen a la fe como de los niños bautizados y educados en ella. En este sentido la parroquia se acredita como pieza fundamental de vida cristiana y de acción apostólica, integrando en ella comunidades y movimientos; sobre todo, porque la parroquia es el ámbito irrenunciable donde la familia cristiana tiene su lugar propio. Familia y escuela católica, pero también acción convergente con la parroquia de la enseñanza de la religión católica en la escuela estatal, son referentes fundamentales de la educación en la fe de la infancia y de la juventud. La relación posterior al debate (Relatio post diseptationem) así lo recogía con objetividad, al mismo tiempo que anotaba con fidelidad a las intervenciones el papel singular que corresponde, en la nueva evangelización, a las personas de vida consagrada, particularmente religiosos y religiosas, y a los nuevos movimientos y comunidades cristianas.

La nueva evangelización ha de ser una apuesta eclesial decidida por la renovación de la acción misionera y pastoral de las Iglesias particulares, cuya ordenación y orientación corresponde al Obispo diocesano, en estrecha comunión con el Papa y el Colegio episcopal. En esta renovación misionera o acción ad extra y acción pastoral ad intra de la Iglesia, la transmisión de la fe tiene un cometido principal, ya que sin ella no habrá verdaderos creyentes en la sociedad del mañana; cuenta habida de que la transmisión de la fe requiere de una pedagogía mistagógica. Se trata de introducir en la experiencia de Cristo y, por medio de él, Mediador único entre Dios y los hombres, llevar a los catequizandos a la experiencia del amor de Dios, obra del Espíritu Santo en los bautizados; porque, como ha dicho Benedicto XVI, nadie viene a la fe por una idea, sino por el encuentro con la persona de Jesucristo.

En esta necesaria renovación de la acción eclesial que lleva consigo la nueva evangelización los documentos del Concilio tienen una función iluminadora y orientadora. Un concilio no se asimila sino paulatinamente y con el paso del tiempo, cuando es posible contrastar su recepción y aplicación a la vida cristiana. El Papa así nos lo recuerda en su Carta apostólica Porta fidei, con la que convocaba en octubre de 2011 el nuevo Año de la fe, que hemos empezado a recorrer. Habla el Papa de una interpretación correcta del Concilio cuando se lee en continuidad con la gran Tradición de fe de la Iglesia. Fue de una singular emoción que los sinodales, juntamente con los presidentes de las Conferencias episcopales y los padres conciliares aún vivos pudiéramos repetir, al comenzar la gran concelebración presidida por el Papa, el pasado 11 de octubre, en el aniversario de la apertura del Concilio por el beato Juan XXIII, el mismo recorrido que hicieron en 1962 los padres conciliares para entrar en la basílica de San Pedro, dando comiendo a las sesiones conciliares. Era jueves y un día laborable, pero fue numerosa la asistencia de los fieles que llenaron media plaza de San Pedro.

En el debate sinodal la apelación a los santos y a los mártires ha sido una constante en las intervenciones de los padres. Las sesiones sinodales se abrían el domingo día 5 de octubre con la misa concelebrada en la cual fueron declarados doctores de la Iglesia universal san Juan de Ávila, el gran evangelizador en el siglo XVI de Andalucía y la España del sur, apenas reconstruida la unidad cristiana de la nación; y santa Hildegarda de Bingen, la mística y escritora que iluminó con su sabiduría de lo alto la Alemania medieval. Antes de acabar el sínodo, de nuevo los padres sinodales concelebrábamos con el Papa la misa de canonización de siete nuevos santos, entre ellos la religiosa española santa María del Carmen Sallés, nacida en 1848 en Vic y fundadora de las Misioneras Concepcionistas de la Enseñanza; y algunos mártires de la fe, que entregaron generosamente su vida mientras evangelizaban, como el joven catequista filipino Pedro Calungsod, nacido en 1655 y verdadero modelo para los jóvenes evangelizadores de hoy. La vida de santidad de este joven mártir a los 17 años encarna el ideal de fe tantos jóvenes que encontrarán en él un modelo de amor a Cristo, en un momento en que el empeño de la Iglesia por atraer a Cristo a los jóvenes es la siembra obligada de la fe cristiana de mañana.

Al final de la asamblea sinodal los padres colocamos en manos del Santo Padre las Propuestas (Propositiones) que recapitulan las aportaciones de los círculos menores, con la acción de síntesis y formulación última por parte de los relatores o secretarios de los círculos y la moderación arbitral del Relator general del sínodo. A estas propuestas se llegaba tras las enmiendas o modi de los padres, para ser presentadas a la aprobación de los sinodales en la vigésimo segunda y última congregación general del sínodo, el sábado 27 de octubre. El viernes día 26 por la tarde, en la vigésimo primera congregación general, los sinodales votaron el Mensaje del Sínodo de los Obispos al Pueblo de Dios, un texto que es deseable sea conocido por todos los diocesanos, pero sobre todo por cuantos se hallan comprometidos con la acción apostólica y pastoral con fe ilusionada y voluntad evangelizadora.

Finalmente, si tuviera que resumir esta experiencia sinodal que considero una verdadera gracia del Señor, tendría que poner el acento en que ha sido una experiencia en la cual hemos vivido todos los participantes la universalidad de la Iglesia y cómo es el Espíritu de Jesús el que alienta en ella. El sínodo ha supuesto para todos los obispos que hemos tomado parte en él una constatación singular de la colegialidad en el ejercicio del ministerio episcopal; colegialidad afectiva y efectiva, mediante la cual y bajo la autoridad y la orientación del Papa como sucesor de san Pedro, se hace visible la unidad de la Iglesia. Siendo obispos de generaciones distintas, todos hemos experimentado que esta unidad se prolonga en la vida de la Iglesia, en la diversidad de las culturas y de las generaciones, y permite reconocernos recíprocamente como integrantes del mismo colegio que sucede a los Apóstoles, en el que cada uno de nosotros entramos con nuestras propias Iglesias diocesanas. Por medio del ministerio episcopal las Iglesias particulares entretejen en la unidad de la Iglesia universal su singularidad propia, ubicada en el tiempo y en el espacio de una cultura que tiende hoy a la globalización, pero que no puede anular la identidad de los grupos humanos y, por eso mismo, tampoco la diversidad de las Iglesias, con sus ritos y tradiciones eclesiásticas propias.

Esta diversidad se expresaba en la concelebración de la Eucaristía, sacramento de la unidad de la Iglesia, en los ornamentos sagrados de los Obispos en la concelebración final con el Santo Padre el pasado día 28 de octubre, igual que así se manifestaba en cada una de las eucaristías mencionadas y que han tenido cabida en la agenda sinodal, porque toda la acción evangelizadora de la Iglesia tiende a la Eucaristía y todo en la evangelización dimana de ella, meta y fuente de la vida cristiana.

En todo momento nos ha acompañado la presencia de la Virgen María, que al igual que en Pentecostés, está en medio de la Iglesia orante y evangelizadora, intercediendo ante Cristo y alentando con su presencia la vida de la Iglesia. Las antífonas marianas de la tradición eclesial cantadas en latín por los padres sellaban cada recitación de la hora tercia con la que empezábamos los trabajos cada día, igual que la plegaria mariana a mediodía y al atardecer daba término a las sesiones de trabajo sinodal.

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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