Por la mañana, algunos días, salgo a andar por la orilla de la playa, y me cruzo con muchos y diversos caminantes, que por unas razones u otras tienen necesidad de esta práctica saludable. Hoy es fiesta, y mi camino está plagado de viandantes, de todas lenguas y razas, de todas las edades y tipologías, personas distraídas en sus conversaciones, músicas o emisoras de radios. Ir totalmente libre me ayuda a escuchar ráfagas de frases enredadas en mis pasos más lentos.
No dejo de dar vueltas a este artículo sobre presencia pública y compromiso en el mundo que me pide la Revista SIGNO de la Acción Católica General. Y no termino de plasmar una frase, que no sea un camino trillado, después de los diversos textos y reflexiones que he leído a lo largo del tiempo sobre este tema. Dos mujeres me adelantan y oigo decir a una de ellas, si escuchase otra cosa sería, pero no, siempre está a la defensiva. No sé por qué, pero en ese momento encontré la esencia de este escrito.
Después de la proclamación las Bienaventuranzas, en el relato del capítulo cinco de san Mateo, el Señor nos da la clave de nuestra presencia en medio de nuestra sociedad. Vosotros sois la sal y la luz del mundo. Creo que me quedo con este orden de preferencia. Debíamos de profundizar más sobre lo colocado en primer lugar, la SAL, y luego sobre lo segundo, la LUZ. Cuando era joven se hablaba mucho en nuestras reuniones, de los equipos de educadores del Movimiento Junior, sobre la necesidad de ser fermento en la masa, de no dar órdenes en nuestros grupos, sino de ser ejemplo: ¡eh! ¿Me ayudáis a recoger la sala? Un ejemplo cala más que un mandato, un estilo de vida llega más lejos que mil predicaciones o una acusación.
Ahora que estamos bajo las redes deshumanizadoras de arrastre masivo, donde los insultos, las medias verdades (no hay mayor mentira), la necesidad de estar en el candelero y tener multitud de seguidores (me niego a poner otras palabras en inglés) han elevado a la altura de la fama a personas sin relato que tan solo viven del deslumbramiento de una noticia fugaz que ya se encargan ellos de revestirla de las características de una literatura apocalíptica. Son cronistas del mal agüero. No construyen, son reaccionarios impulsivos, cuando en la mayoría de ellos sus vidas no responden a la pureza ideológica que manifiestan. Esto no es ni presencia pública ni compromiso en el mundo. Lo siento por ellos, pues algunos se tienen como adalid de la presencia e incluso de la autoridad cristiana. Si tuviéramos un grupo para discernir, si viviésemos más en comunidad, si orásemos de verdad, no seríamos seguidores de los Hijos del Trueno, Señor, envíales fuego y arrásalos, seríamos mucho mejores, como Jesús, más misericordiosos, a pesar de que le tratasen mal.
Hace más de cuarenta años escribí, en la revista Junior en Marcha, un artículo sobre la necesidad del relato, de la narración, que diría ahora el filósofo coreano Byung-Chul Han. El texto estaba basado en una experiencia de vida con el grupo de preadolescentes que acompañaba. Necesitamos volver a la narración evangélica. El Señor nos acompaña con sus relatos y sus obras. No es cuestión ni de leyes ni de normativas, que tantas veces nos arrastran a un espíritu farisaico y en ocasiones talibán, sino de la sabiduría del corazón. La esencia del corazón de Dios, manifestado en su Hijo Jesucristo, es la misericordia empapada de paciencia y de ternura. Narraciones como la del padre bueno y los dos hijos (uno de ellos manirroto, el otro un soberbio cumplidor), del buen samaritano, la del buen pastor, del sembrador, del trigo y la cizaña… nos dan las claves de nuestra presencia en medio de esta nuestra sociedad.
Para ser testigos en medio del mundo se necesita una verdadera conversión del corazón, a base de mucha escucha personal y comunitaria, para ser sal y dar sabor. En muchos de los mensajes de la red, piensan que son salvadores, hay demasiados prejuicios, proselitismo, supremacismo moral, desconfianza, superioridad y descarte. Somos muy influenciables por distintas corrientes sociales, ideológicas, políticas, religiosas… corrientes que nos condicionan y limitan la vida, nos convierten en sectarios, y que por otra parte ya se vivían en tiempos de Jesús. Cada persona tiene su propia historia, no te metas con los que son distintos o piensan diferente a ti, eso no es evangelizar, es alimentar el fuego del odio. Nada nuevo bajo el sol. La mejor homilía es la de Pablo en el Aerópago.
En aquel tiempo, Jesús tenía seguidores ocultos, por no perder el prestigio y por el qué dirán. Yo soy muy admirador del relevante Nicodemo, un miembro del partido de los fariseos, discípulo de la noche. Me paso al capítulo tres de san Juan. Me interesa el comienzo del diálogo del fariseo con Jesús: sé que Dios te ha enviado para enseñarnos, nadie en efecto, puede realizar los signos que tú haces, si Dios no está con él. Me cuestiona este nacer de nuevo, del agua y del Espíritu, con el que le responde Jesús. Si escuchara, otra cosa sería, pero no, siempre está a la defensiva, decía la mujer que me adelantó. Parece ser que Nicodemo escuchaba, en ese diálogo de intimidad con el Señor. Ahí, en el silencio acogedor de la escucha, la sal mantiene su verdadero sabor y luego sazonará aquello que toque, o simplemente nos hará mantenernos vivos, con ese punto de gracia que todos tanto necesitamos para ser también luz. En cocina la sal potencia los sabores y antiguamente, conservaba la esencia de los alimentos y les impedía malograrse. Potenciar, mantener la esencia, impedir que se malogren son tres actitudes que nos ayudarán en nuestro testimonio.
Vale, bien, a Nicodemo le gustaba visitar a Jesús de noche y entrar en diálogo con él. Pero, ¿dónde está su presencia pública? ¿No se encontraba con Jesús de noche por miedo al qué dirán y a perder su honorabilidad? ¡como tantos nicodemitas hoy en día! Aquí viene mi admiración. En el momento del abandono, de la perdida de todo prestigio, en el momento de la humillación y el fracaso, cuando más podía ser criticado por su acción, Nicodemo (junto a José de Arimatea, ¡otro que tal!) se atreve a dar la cara por Jesús. Aquí no hay prestigio, no hay multitud de seguidores, no hay palabras de agradecimiento, no hay reconocimientos públicos, no hay discursos apocalípticos, hay un hombre transformado que abraza con ternura el cuerpo ya muerto de su maestro, un ajusticiado, para poder darle sepultura. Lo acoge, lo abraza en el descendimiento, ni una palabra, ni un reproche, caridad en grado sumo.
Hay un nexo de unión entre los diálogos nocturnos y la última escena. Jesús le dijo que sería levantado como la serpiente de bronce de Moisés en el desierto, para que todo el que crea en él tenga vida eterna. Mientras acoge desde debajo de la cruz el cuerpo muerto de Jesús, Nicodemo es luz, para iluminar a todos. Así debe alumbrar vuestra luz ante los demás para que viendo vuestras buenas obras (no dice discursos, ni mensajes en red…) alaben a vuestro Padre del cielo.
Aun hay demasiados crucificados que bajar del madero. Escucha, no estés a la defensiva. El evangelio, Jesucristo, es la mejor propuesta, no una imposición. ¡Ánimo y adelante!
+Antonio, obispo de Almería