Homilía en la Solemnidad de la Encarnación

Sr. Deán y Cabildo Catedralicio, diácono permanente, vida consagrada, querida Comunidad.

El evangelio de la “Anunciación” es, sin duda, el centro de la historia y el reverso de la página del Génesis. Cuando Dios quiere actuar de una forma nueva, extraordinaria e inaudita para arreglar este mundo que hemos desestructurado, entonces es la mujer la que se abre a Dios y a la gracia.

Debemos fijarnos en el lugar y en las personas que aparecen.

El lugar es Nazaret, un pueblo de unos 300 habitantes, según los arqueólogos, en el que vivían en cuevas. Entonces, cerca, se seguía construyendo la ciudad romana de Séforis, a menos de una hora andando desde Nazaret, y muchos de los habitantes de Nazaret trabajaban en la reconstrucción de la ciudad como obreros, artesanos, carpinteros, etc.  La casa de María en Nazaret también es una casa cueva. Nazaret significa “lo que brota”. Os dais cuenta: todo es pequeño, todo es humilde, todo es sencillo.  Todo en esta aldea es desconocido, el nombre, la existencia, e incluso la persona de María. Es claro que, desde ahora, Nazaret es punto clave de la historia de la salvación de Dios. Es el eje por donde se dobla la Historia de la Salvación. Es verdad que es el comienzo y no es final. Pero los comienzos son significativos. El relato tiene todo el simbolismo que se necesita para hablar de las verdades profundas de fe y de nuestro camino espiritual.

La figura central es María de Nazaret, esta joven de este pueblo perdido en el mundo, comprometida en matrimonio con el joven José, de la casa de David. María es la primera discípula del Señor, pues comenzó a serlo ya cuando concibió a su hijo en su seno. “Bienaventurada por que escucha la palabra de Dios y la pone en práctica” Lc 11,28. No es fácil seguir la voluntad de Dios en algunos momentos, pero se fio, se dejó en las manos de Dios. Hay un fuerte contraste entre la mujer del Génesis que se carga de culpabilidad y la mujer de la Anunciación, que resuelve el problema desde el proyecto del Amor de Dios. Los comienzos de la “historia” de la humanidad se manchan de orgullo, soberbia y miedo, de acusaciones y de despropósitos. Aquí, en los comienzos del misterio de la “encarnación”, lo maternal, el útero materno generador de vida, es la respuesta a la gracia y abre el camino a la humanización de Dios. María presta su seno materno a Dios para engendrar una nueva humanidad desde la gracia y el amor.

Este relato es asombroso. Todo lo que acontece pertenece a Dios, pero no se da en un escenario religioso, ni tiene una presentación litúrgica. Es un relato que no está compuesto a base de citas bíblicas, aunque sí de títulos cristológicos: “Grande”, “Hijo del Altísimo”, “Heredero del trono de David su padre”. Todo eso es demasiado para una pobre muchacha de Nazaret. Además, seguro que todo ocurre de distinta manera a como ella lo había pensado. Ella pensaba tener un hijo, ¡claro, como cualquiera de las chicas del pueblo! pero que fuera grande, Hijo del Altísimo y rey (mesías en este caso), iba más allá de sus expectativas.

Pero muchas veces es difícil comprender a Dios. Para eso está el mensajero, el ángel Gabriel, segunda persona importante en el relato. Mirad que Gabriel significa “el hombre fuerte de Dios”. La primera vez que aparece en la Biblia, es en el libro de Daniel, en los capítulos del 7 al 12. Unos capítulos cargados de revelaciones, llamadas “las visiones de Daniel”.  El profeta no entendía nada, y decía: “me sentía agitado por dentro a causa de esto, y me turbaban las visiones de mi mente” Dn 7,15.  Dios dijo: “Gabriel, explícale la visión” Dn 8,16 Gabriel es el mensajero de las buenas noticias. Después aparece de nuevo, ante Zacarías, para explicarle el nacimiento de su hijo Juan el Bautista, y se presenta como “el que está delante de Dios; enviado para hablarte y comunicarte esta buena noticia” Lc 1, 19.

Fijémonos, en estos 500 años del comienzo de la construcción de nuestra Catedral, bajo la advocación de Nuestra Señora de la Encarnación, en este relato revelador de la esencia de nuestro Dios. No vamos encontrar la salvación en la grandeza, en los honores, en las ansias de poder, en la soberbia de nuestros primeros padres. Pero cuando Dios interviene en nuestras vidas lo normal puede ser extraordinariolo marginal se hace revelador. Esa es la diferencia entre fiarse de Dios como hace María de Nazaret o fiarse de “una escurridiza serpiente” como hizo la primera Eva. El Señor siempre nos habla, a nosotros nos queda escuchar con el corazón. ¡Ánimo y adelante!

Santa y Apostólica Iglesia Catedral de Almería

8 de abril de 2024 (solemnidad trasladada)

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