Damos gracias a Dios porque, un año más, estamos celebrando a nuestra Madre y Patrona: la Virgen del Mar. Recordamos con amor a los devotos que durante este año han fallecido y a las personas impedidas que, por diversos motivos, no pueden participar de esta solemne celebración.
Querida comunidad. Hermanas y hermanos todos. Almería mira al mar y la Virgen del Mar mira a Almería.
La evangelización a nuestros antepasados llegó hace casi dos mil años por el mar. A nuestras playas llegaron marineros y mercaderes que habían sido evangelizados en otros tantos puertos del Mediterráneo, por aquellos jóvenes que salieron de la provincia romana de Judea, en aquellos tiempos del rey Herodes Agripa.
Seguro que eran jóvenes entusiastas, llenos del Espíritu Santo. Seguro que no fue fácil explicar la vivencia que ardía en sus corazones. Y conocemos bien la dificultad de la evangelización por los innumerables mártires, que también en nuestra tierra, no fueron bien recibidos.
Jesús, en sus tres años de vida pública, educó a sus discípulos, aquellos jóvenes pescadores, visitando las aldeas que rodeaban el Mar de Galilea, curando a los enfermos, liberando a los oprimidos, trabajando en la mar, orando en la montaña, confrontando la vida con la voluntad de Dios.
María, su madre, estrella de los mares y de la evangelización, nos enseña con su vida un camino que, en este tiempo de cambio e incertidumbres, ilumina y discierne nuestro camino de bautizados. Os habéis preguntado alguna vez ¿Qué aporto yo como creyente a mi sociedad almeriense? No sea que paganicemos nuestra fe, convirtiéndola tan solo en un sentimiento personal e individualista. Y, querida comunidad, el mandamiento del amor, o se difunde o se pudre en un egoísmo sin salidas.
En María, Madre del Consuelo, descubrimos actitudes de salir de sí, de sus propias ocupaciones, para entregarse, como lo hace cualquier madre con sus hijos. O cualquier buena persona con los que le rodean. La prontitud, a carreras, para auxiliar a su prima Isabel fue un acto de caridad afectiva y efectiva, como respuesta a una necesidad externa que se le presentaba. El amor al prójimo, incluso a los enemigos, está por encima de cualquier filosofía, teología o ideología y forma parte del ADN de los discípulos de Cristo. Quizás, los que nos sentimos y somos cristianos debíamos preguntarnos mucho sobre cómo es nuestra fe y las actitudes que manifestamos. Hay muchas “visitaciones” a nuestro alrededor que necesitan de nuestra proximidad y ayuda, aunque sea sólo para escucharnos y darnos un abrazo, una caricia fraterna.
En María, Madre de los Afligidos, vemos a la madre del dolor en aquellas situaciones de injusticia y sufrimiento. No podemos dulcificar la dureza de su vida de emigrante y refugiada en otro país. No podemos obviar el desgarro de ver a un hijo criticado por la maledicencia, perseguido, condenado injustamente y en el suplicio de la cruz. También entre nosotros hay personas que han tenido que venir a nuestra tierra y bien creo que por necesidad apremiante. Estar al lado de las cruces de tantos y tantos “calvarios”, de los que sufren por cualquier causa es nuestra misión. Es nuestra tarea de reparación, tarea de la Iglesia, de nuestras comunidades, hermandades y asociaciones. Ante el dolor y la muerte de tantos hermanos nuestros, las palabras sobran y estamos necesitados de hechos.
En María, Madre de la Iglesia, descubrimos como después de la resurrección, se mantiene en medio de la comunidad de su Hijo, aquellos apóstoles y discípulos arropados por el grupo de mujeres. La descubrimos en oración en medio de ellos -y según distintas tradiciones- animándoles en el desánimo de la misión, como a Santiago, nuestro apóstol. En diferentes épocas difíciles de la Iglesia, cuando todo se oscurece, ya sea por los vaivenes sociales, la actitud de los propios obispos y sacerdotes, o del pueblo de Dios, surgen hombres y mujeres reformadoras en torno a María. Cuando el mundo se debilita en su estructura social, siempre una visita de María, a personas muy sencillas y pobres, pone una palabra de ánimo para salir adelante. Niños y niñas de zonas rurales que no tienen ni idea, por desconocimiento, de cómo está el mundo, son trasmisores de mensajes de paz y conversión, porque han visto a una Señora.
También se entregó a nosotros, aquel 21 de diciembre que llegó a nuestra casa. No no podía ser de otro modo que, desde la mar bendita, camino y surco de evangelizadores. El año 1502 no era fácil para nuestros antepasados: ni social ni religiosamente. Eran unos años de mucha inestabilidad. Las reconquistas, de las que la mayoría de nosotros somos herederos, traen también mucho sufrimiento e inseguridad. Santa María del Mar se acercó flotando sobre las olas. El pueblo fiel hizo el resto.
Querida comunidad, ya termino. Dios llega a nosotros de muchas maneras. Los corazones que aman, son los que descubren estos signos de Dios. Son la gente sencilla, laboriosa, la que lucha cada día por el pan nuestro, el de TODOS; las personas, que, como María, saben descubrir y vivir los deseos del corazón de su Hijo. Os invito, ante la Virgen del Mar como testigo, a reavivar la llama de nuestra fe.
¡Ánimo y adelante!
+ Antonio, vuestro obispo