Homilía en la fiesta de San Juan Evangelista

SAN JUAN EVANGELISTA

Jn 20, 1a. 2-8

Hay un óleo en el Museo d’Orsay de París. «Los discípulos Pedro y Juan corriendo al sepulcro en la mañana de la resurrección» que siempre me ha impresionado. Hoy el evangelio nos trasporta a aquel momento que con tanta fuerza pintó Eugène Burnand, en 1898.

San Esteban y San Juan no están colocados por que sí en la liturgia después de la Natividad del Señor. Son los primeros, porque uno entregó la vida, solo por amor, como el maestro y el segundo fue el único que no abandonó al maestro y se llevó a “la madre” a su casa.

El discípulo del Señor, el amado, es Juan y con Pedro busca los signos de vida en las grutas del mundo. Las grutas de la vida la de Belén y la del Calvario, la Vida con mayúsculas. Las grutas de la amistad verdadera, las grutas que tienen entradas como lugar de encuentro, como espacio de iluminación y también tienen salidas para testimoniar que el Señor nos ama, nos acompaña, está con nosotros hasta el final de los tiempos. La primera Apóstol, María Magdalena, es la que creen que han robado al maestro, pero que luego, la primera entre todos, que se encuentra con él y le reconoce sólo cuando pronuncia su nombre: ¡María!

Volvamos al evangelio de hoy:

El texto dice muy de mañana cuando aún estaba oscuro. Sin duda nadie va a oscuras a un sepulcro. Tampoco se podía referir a Jesús que ya había resucitado. Sin duda ese cuando aún estaba oscuro, se refería a la fe de los discípulos, como nos ocurre muchas veces a nosotros.

Para María Magdalena hay dos grupos involucrados: “ellos”, que se han llevado el cadáver del Señor, y “nosotros”, que no sabemos dónde lo han puesto. La situación de incredulidad de María se caracteriza por la confusión y la ausencia de fe, pues el grupo formado por María Magdalena, Simón Pedro y el otro discípulo, se encuentra aún en la tiniebla.

Aunque Juan llega el primero al sepulcro, espera a Pedro, que llega poco después, y le deja que entre al sepulcro: ¿Por qué espera Juan antes de entrar en el sepulcro? Desde el principio se ve la primacía de Pedro sobre el resto de los apóstoles, como lo había remarcado Jesús.

El evangelista se detiene en describir con detalle la situación en que se encuentran los lienzos en los que fue envuelto Jesús y el sudario (el pañuelo que cubría su rostro). Los lienzos están en el suelo y el sudario “plegado en un lugar aparte”. ¿Por qué son tan importantes esos detalles para que los escribiera Juan en su evangelio? El sudario doblado excluye el robo del cadáver. Un ladrón no hubiera dejado las cosas tan ordenadas. Lo normal es que se llevaran el cadáver envuelto en los lienzos.

Cuando Juan finalmente entra en el sepulcro, y ve el estado en que se encuentra éste, el evangelio, que no olvidemos fue escrito por él mismo, dice que Juan “vio y creyó”, pues “Y es que entonces no habían comprendido lo que dice la Escritura, que Jesús debía resucitar de entre los muertos”. Daros cuenta que lo dice en plural: “no habían comprendido”. Ellos son los primeros. Se hizo la luz. Como a los discípulos de Emaús cuando vieron partir el Pan.

Sabemos que Juan era impulsivo, que no se andaba con rodeos, que el Señor le llamó por su carácter “hijo del trueno”. Echar una ojeada a la situación y tener todo claro fue un instante. Esto también lo descubrimos en la pesca milagrosa en el capítulo siguiente, que el Señor se aparece a siete de sus discípulos: “Entonces, aquel discípulo al que Jesús tanto quería le dice a Pedro: ¡es el Señor!” Otra vez Pedro y el impulso de Juan.

En contraposición están las dudas de Tomás tan sólo en los versículos anteriores: “Si no veo en sus manos las heridas de los clavos, si no meto mi dedo en ellas y mi mano en su costado, no creeré”. No sé si lo habéis pensado, pero es conmovedor, me imagino a Tomás con las lágrimas en los ojos.  Juan el que ve. La visión según san Juan. Tomás el que toca. San Juan dice en la primera frase de su primera carta: “Os escribimos (dice en plural) … de lo que hemos oído, de lo que hemos visto con nuestros propios ojos y de lo que hemos tocado con nuestras propias manos”.

San Jerónimo nos cuenta como San Juan al final de su vida, repetía incansablemente a los primeros cristianos lo que constituye la esencia del mensaje evangélico: «Queridísimos: amémonos unos a otros, porque el amor procede de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios, y conoce a Dios» (1 Jn 4,7). Como los discípulos de san Juan le preguntaban, por qué repetía tanto esto, el evangelista respondía: «Porque este es el precepto del Señor y su solo cumplimiento es más que suficiente».

No podemos olvidar que el diálogo del amor, de Pedro y el Señor por la playa del Tiberíades, fue escuchado por Juan, pues iba detrás de ellos.

Un día, en una estampa de pascua con la foto de un sepulcro vacío, leí este texto, con el que quiero terminar esta homilía:

“Los resucitados son aquellos que, donde todos ven ausencia y vacío, robo y violencia, fracaso y muerte… los discípulos del Señor vemos una nueva oportunidad, un nuevo camino en nuestras vidas, que nos hace comprometernos con esa realidad dolorosa que nos interpela, pero que abrazamos como un tesoro de salvación”.

+ Antonio Gómez Cantero, Obispo de Almería

 

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