Homilía en la Fiesta de San Joaquín, en Garrucha

Homilía de Mons. Adolfo González, Obispo de Almería, en la Fiesta de San Joaquín, en Garrucha.

Lecturas bíblicas: Eclo 44,1.10-15

Sal 131,11.13-14.17-18

Mt 13,16-17

Querido Señor Cura párroco y hermanos sacerdotes;

Ilustrísimo Sr. Alcalde, respetadas Autoridades;

Hermanos y hermanas en el Señor:

La comunidad parroquial de Garrucha celebra la fiesta de su Patrono san Joaquín, esposo de santa Ana y padre de la santísima Virgen María, según la tradición cristiana que se remonta al siglo II; tradición que los escritos piadosos han llenado de contenido devocional. Los nombres que la tradición asigna a los padres de la Virgen María tienen fecha muy temprana, y el culto a santa Ana aparece ya asegurado en los calendarios litúrgicos de la Iglesia oriental en el siglo VI; de estos calendarios orientales pasó a los calendarios occidentales, conociéndose en la alta Edad Media las primeras manifestaciones latinas del culto a santa Ana. El culto a san Joaquín es más reciente, pero las noticias sobre su personalidad, que se hallan vinculadas a la historia de la Sagrada Familia, dependen, como biene s sabido, del llamado Protoevangelio de Santiago, un escrito apócrifo no posterior al siglo IV, que recoge sin embargo noticias sobre la familia de la santísima Virgen algunas de las cuales son ya conocidas en el siglo II.

Joaquín y Ana conciben a María en su ancianidad, según el patrón de los nacimientos prodigiosos de la Sagrada Escritura. Entre ellos destaca sobre todo el nacimiento de Isaac, concebido por Abrahán y Sara ya en su ancianidad (cf. Gn 21, 1-3). También el nacimiento del profeta Samuel, cuya madre se llamaba asimismo Ana, esposa de Elcaná, a la cual encontramos en el templo del Señor en Siló suplicando con lágrimas la descendencia de un hijo durante el servicio del sacerdote Elí. Dios bendijo a Ana, dándole a Samuel, que fue consagrado al Señor y entregado al servicio del templo (cf. 1 Sam 1,9-20), como Ana se lo había prometido al Señor.

Estos relatos de la historia sagrada han influido en la narración de la infancia de la Virgen María. Joaquín y Ana reciben también en la ancianidad el don de la descendencia en la niña María, cuya educación a partir de los tres años confiarán al templo de Jerusalén, hasta que sea entregada como prometida a José, el esposo de la Virgen María. Detrás de estos relatos se hallan las noticias de la tradición cristiana sobre el nacimiento virginal de Jesús de la inmaculada Virgen María que los hagiógrafos tratan de explicar describiendo la preparación y vida de consagración de María destinada a tan alto designio divino.

Lo que estos relatos afirman verdaderamente importante es la humanidad real del Verbo de Dios, su humanidad santísima recibida de la Virgen, en cuyo nacimiento de Joaquín y Ana es ya contemplada como destinada a la maternidad divina del Hijo de Dios. Sus orígenes son, por eso mismo, unos orígenes que sólo responden al designio de Dios sobre ella. Joaquín y Ana dan vida a una criatura inmaculada que ha de ser la madre del Mesías, al cual se orientan los ojos de todo Israel.

Jesucristo, el hijo de María, «nacido de la descendencia de David según la carne» (Rom 1,3), es verdadero Dios y verdadero hombre, pues «cuando llegó la plenitud del tiempo, envió Dios a su Hijo, nacido de mujer, nacido bajo la ley, para que recibiéramos la adopción filial» (Gál 4,4).Es el acontecimiento de gracia para el mundo que esperaron contemplar las generaciones del pueblo de la promesa. Lo hemos escuchado en el evangelio de san Mateo que hemos proclamado. Dijo Jesús a sus discípulos: «¡Dichosos vuestros ojos, porque ven, y vuestros oídos, porque oyen! Os aseguro que muchos profetas y justos desearon ver lo que veis vosotros y no lo vieron, y oír lo que oís y no lo oyeron» (Mt 13,16-17).

Abrahán deseó ver el día del Señor y con la esperanza en este día, alimentado por la fe, se confió plenamente al designio de Dios, que lo mandó salir de su tierra y de la casa de su padre en busca de la tierra prometida, con la esperanza de ver multiplicarse su descendencia. San Pablo habla de la fe de Abrahán, padre y prototipo del verdadero creyente: «Apoyado en la esperanza, creyó contra toda esperanza que llegaría a ser padre de muchos pueblos, de acuerdo con lo que se le había dicho: «Así será tu descendencia» (…) pues estaba persuadido de que Dios es capaz de hacer lo que promete, por lo cual le fue contado como justicia» (Rom 4,18.21). A su vez, el autor de la carta a los Hebreos elogia a los antepasados por su fe, recordando la historia de Abrahán y Sara, a la cual también elogia por haberse fiado de Dios, aun cuando era estéril y ya anciana, pero Dios le dio como descendencia a Isaac, padre de Jacob, origen de las doce tribus de Israel.

Los relatos sobre la ancianidad de Joaquín y de Ana y el nacimiento de la Virgen de ambos justos, se inspira en esta verdad fundamental de la historia de nuestra salvación: que Dios, creador y redentor del hombre, eligió a María para ser madre del Mesías. La redención de la humanidad por medio del hijo de María, que es al mismo tiempo el Hijo de Dios, se nos ofrece a la fe para que podamos salvarnos, porque sólo mediante la fe en Jesús concebido virginalmente en santa María hallamos salvación, sin que podamos apuntar a nuestro favor otro mérito que el de la fe en el poder de Dios. Así se lo dijo a la Virgen el ángel Gabriel, refiriéndose al nacimiento de Juan Bautista de su también anciana prima Isabel, la esposa del sacerdote Zacarías: «También tu pariente Isabel ha concebido un hijo en su vejez, y ya está de seis meses la que llamaban estéril, porque para Dios nada hay imposible» (Lc 1,36-37).

El nacimiento virginal de Cristo no cuestiona su humanidad, sino que es afirmada con fuerza al entroncarla con la descendencia de David y de esta manera confesar la fe en que Jesús es, en verdad, el Mesías prometido a los israelitas nuestros padres. Ambas cosas son contenido de las palabras del ángel a María: nada hay imposible para Dios, que hace dar a luz a las estériles; y al hijo que nacerá virginalmente de María «se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33).

La humanidad de Jesús es así templo verdadero donde Dios mora, como reza el salmo: «Ésta es mi mansión por siempre, / aquí viviré, porque la deseo» (Sal 131,14). María, nueva arca de la alianza, es toda ella obra de Dios. Todos los relatos bíblicos y apócrifos que estamos contemplando miran al nacimiento de Cristo de las entrañas purísimas de la Virgen María como obra del Creador y morada donde habita el Hijo de Dios. Dios crea en María una nueva humanidad, la humanidad del nuevo Adán, Jesús, contrapuesta a la humanidad pecadora de del viejo Adán. Es el misterio de la encarnación del Verbo lo que se nos ofrece a la fe, cuyo paradigma es la fe de Abrahán y la fe de los justos del antiguo Testamento. Todos ellos, los justos del Antiguo Testamento, que entran en las narraciones de la infancia de Jesús como pórtico que nos apara dar paso a la nueva alianza y al tiempo nuevo de la salvación que llega por su medio, conforme al designio de Dios, como cumplimiento de las promesas hechas a los padres.

Es, por esto mismo, de importancia para nuestro bien espiritual considerar la fe de los justos elogiados por el autor del libro del Eclesiástico, que hemos escuchado como primera lectura. Vivieron en la esperanza del cumplimiento por Dios de las promesas hechas a los padres. Por eso, el reproche de Jesús a sus adversarios es su falta de fe en el poder de Dios capaz de cumplir lo prometido. Jesús les dice a los judíos: «Abrahán, vuestro padre, saltaba de gozo pensando ver mi día; lo vio y se llenó de alegría» (Jn 8,56).

Los justos como Joaquín y Ana tuvieron, en efecto, la fe de Abrahán y se entregaron al designio de Dio
s sobre ellos, jalonando con su fe la historia de nuestra salvación. Como dice el libro del Eclesiástico: «Fueron hombres de bien, su esperanza no se acabó; sus bienes perduran en su descendencia, su heredad pasa de hijos a nietos» (Eclo 44,10-11). Padres de la Virgen María y abuelos de Jesús, Joaquín y Ana son las raíces en las que hunde su humanidad el Verbo hecho carne; y la justicia de su fe en el misterio que se les confió es la clave de su vida enteramente puesta bajo la divina providencia del Dios. Joaquín y Ana entran así en la historia de la salvación como mediación querida por Dios para salvarnos, de los cuales Dios recabó la fe que los convierte en protagonistas de esta historia: la fe de Abrahán, la fe de José y la fe de María. José, por la fe acoge en su casa a su esposa María, aun cuando el misterio de lo ocurrido en ella superar la inteligencia de los hombres. María, por la fe, fiando sólo en Dios, responde al ángel: «He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra» (Lc 1,38).

La familia de Jesús se convierte de este modo en ejemplo de santidad y es consagrada por la humanidad del Hijo eterno de Dios como origen, regazo y amparo de la vida que viene de Dios, hontanar de todo cuanto respira y alienta. Por eso, al celebrar hoy, en esta fiesta de san Joaquín, los misterios de nuestra salvación, hacemos el elogio del justo que Dios eligió para padre de santa María Virgen y vemos en san Joaquín y en su esposa santa Ana a los abuelos del Señor que lo entroncan con la estirpe de David, haciendo visible en Jesucristo al Dios invisible (cf. Col 1,15). Ellos como José, el esposo de María, son la expresión de la justicia de la fe, que acompañó la fe de María destinada a ser la madre del Hijo de Dios.

Pidamos por intercesión de estos santos a los que Dios eligió para familia de su Hijo que proteja la verdadera familia cristiana, capaz de transmitir la fe y haga fuertes a los esposos cristianos en medio de una sociedad que se aleja de la inspiración de la vida que nos viene del Evangelio de Jesús. Pidamos por intercesión de estos santos familiares de Jesús, cuya fe elogia la Escritura, que esta misma fe alimente a los niños y oriente a las jóvenes generaciones para afrontar el futuro con sentido y esperanza en Dios, origen y fundamento de la vida y de los valores y virtudes que hacen posible la verdadera paz social. Que por intercesión de san Joaquín y santa Ana esta villa que necesita del mar para vivir, vea acrecentado el trabajo que haga posible un futuro de fraternidad y bienestar para las familias de los pescadores y los trabajadores de la industria mercante de este puerto mediterráneo.

Que Santa María Virgen, madre de Dios y señora nuestra acompañe la oración que elevamos ante su divino Hijo.

 

Iglesia parroquial de San Joaquín

Garrucha (Almería)

+Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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