Homilía en la Fiesta de San Esteban Protomártir

Homilía de Mons. Adolfo González, Obispo de Almería, en el 523º Aniversario de la Entrega de la Ciudad a los Reyes Católicos.

Excelentísimo Cabildo Catedral;

Ilustrísimo Sr. Alcalde;

Miembros del Cuerpo de Policía local;

Autoridades civiles y militares;

Queridos hermanos y hermanas:

La fiesta de san Esteban protomártir de la fe viene, en este Año de la Fe promulgado por el Papa Benedicto XVI, a ayudarnos a afianzar nuestras convicciones de fe en un tiempo de particular incertidumbre, tiempo en que la duda y el descrédito que arrojan sobre la fe los adversarios del cristianismo contribuyen a generar un cierto «malestar doctrinal», que se manifiesta en la incredulidad, a veces teórica y siempre práctica, y en el desconcierto de quienes a veces no saben a qué atenerse. Son muchos los cristianos poco formados en la fe que tienen que afrontar las campañas mediáticas, que se desarrollan a veces con aparente inocencia, pero por lo general bien pensadas y dirigidas contra la firmeza de las convicciones cristianas.

Conviene, por todo esto, promover entre los cristianos más conscientes de su fe la necesidad de ahondar la formación cristiana, que no sólo obliga a los sacerdotes y ministros de la Iglesia, a los religiosos y religiosas o a los laicos de vida consagrada, sino a todos los bautizados. La formación en la fe se realiza mediante la asidua lectura de la sagrada Escritura y la progresiva adquisición de la cultura bíblica que esta lectura proporciona. Un medio óptimo de contacto con la sagrada Escritura es la participación en el culto cristiano, en el cual la homilía lleva consigo una verdadera instrucción en la palabra de Dios, que explana todo el plan bíblico de cada año litúrgico. Con el nuevo año litúrgico, que tiene sus primeras semanas en el Adviento, tiempo que nos ha prepara para la celebración de la Natividad del Señor, hemos comenzado a leer el evangelio de san Lucas, el tercer evangelista sinóptico, después de haber leído en los dos años anteriores los evangelios de san Mateo y de san Marcos. La lectura del evangelio de san Juan se realiza en algunos tramos de los tiempos fuertes del año, particularmente en la Pascua.

Si hoy hemos leído a san Mateo es porque este es el evangelio que corresponde a la fiesta de san Esteban. Los dos evangelistas de la infancia de Jesús son Mateo y san Lucas, y ambos, cada uno con sus propias fuentes y conocimientos propios, narra de qué modo sucedieron los acontecimientos que están en el origen de la fe cristiana. Contando de un modo semejante y coincidiendo en hechos fundamentales, cada uno de los dos evangelistas procura acentuar hechos que mejor pongan de relieve aquello que el evangelio que escriben tiene por objeto comunicar. San Mateo escribe para cristianos procedentes del judaísmo y presenta a Jesús como el nuevo Moisés que interpreta con autoridad propia la Ley, pero que es más que un profeta: es el Hijo de Dios y el Emmanuel, que lleva a cumplimiento pleno la Ley y confirma con textos de la sagrada Escritura que él es el Mesías esperado.

San Lucas se detiene con profusión en la ascendencia de Jesús como hijo de David, porque su principal interés en mostrar cómo Jesús, que es el Mesías de Israel, es también el Salvador de las naciones, que realiza el misterio pascual de salvación en Jerusalén, donde descenderá sobre los Apóstoles el Espíritu Santo y desde donde partirá la predicación universal.

Ambos, pues, quieren poner de manifiesto que Jesús es el Hijo de Dios, al que José, según san Mateo, «le pondrá por nombre Jesús, porque salvará a su pueblo de sus pecados» (Mt 1,21). San Lucas afirmará también la filiación divina de Jesús poniendo en la boca del ángel Gabriel que este niño, que María ha concebido en sus entraña por obra del Espíritu Santo y que llevará por nombre Jesús, «se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David su padre; reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin» (Lc 1,32-33).

Ayer contemplábamos la realeza de Jesús en la profecía de Isaías, que en la misa de medianoche hablaba proféticamente del nacimiento de Jesús diciendo: «Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado: lleva al hombro el principado y es su nombre: Maravilla de Consejero, Dios guerrero, Padre perpetuo, Príncipe de la Paz» (Is 9.6).

En la misa del día escuchábamos también al autor de la carta a los Hebreos decir de Jesús que es el Hijo por medio del cual Dios nos ha hablado, después de habernos hablado a lo largo de la historia de la salvación por medio de los profetas, para concluir afirmando el poder de la Palabra encarnada, del Verbo eterno de Dios, «al que (el Padre) ha nombrado heredero de todo» (Hb 1,2) y ha entregado el imperio sobre el mundo universo, aplicándole las palabras del salmo real: «Tú eres mi hijo mío eres tú: yo te he engendrado hoy. / Pídemelo: te daré en herencia las naciones; en posesión los confines de la tierra» (Sal 2,7b-8).

La realeza de Jesús y la forma en que Jesús hereda el trono de David y reina para siempre no es de este mundo, como Jesús mismo aclaró al gobernador romano que lo interrogaba: «Mi reino no es de este mundo» (Jn 18,36). El trágico malentendido sobre la realeza de Jesús quedó para siempre visible en el letrero que Pilato hizo colocar sobre la cruz de Jesús: «Jesús Nazareno, el Rey de los judíos» (19,19).

Este malentendido es el que quiere deshacer el diácono y protomártir Esteban, pero los judíos no pueden aceptar su palabra, sin «lograr hacer frente a la sabiduría y al espíritu con que hablaba» (Hech 6,10) de Jesús como aquel a quien el Padre ha entregado el poder sobre la historia y la salvación, en el cual se cumplen las profecías recogidas en las sagradas Escrituras; profecías que son promesa de salvación que jalonan la historia de la esperanza de Israel. Los judíos presentarán contra Esteban las mismas acusaciones que contra Jesús: «Este individuo no para de hablar contra el Lugar Santo y la Ley» (Hech 6,13). Esteban será acusado de blasfemia contra el templo y la ley mosaica y será ejecutado por lapidación, condenado a una de una crueldad que nos sobrecoge.

Esteban que ha tratado de hacerles caer en la cuenta de que la entera historia de salvación es historia de Jesús, porque las Escrituras habla de él, y alcanza su plenitud en él (cf. Lc 24,27); porque Jesús es el Hijo del hombre que por su resurrección de entre los muertos es contemplado como aquel que viene sobre las nueves con poder (cf. Dn 7,13), como contestó Jesús al sumo sacerdote Caifás, que le preguntaba si era el Mesías, el Hijo de Dios: «Tú lo has dicho. Más aún, yo os digo: desde ahora veréis al Hijo del hombre está sentado a la derecha del Poder y viene sobre las nubes del cielo» (Mt 26,64).

Es la visión que contempla Esteban y sus enemigos a muerte no pueden sufrir. En su combate final Esteban dice: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (Hech 6,56). Esteban sella de esta suerte la sentencia de su muerte cruenta y su sangre será vertida como la de Jesús por causa de la divinidad de Cristo.

En estos tiempos de tanta dificultad los cristianos estamos llamados confesar nuestra fe con convencimiento; estamos llamados a confesar que Jesús es verdadero Hijo de Dios, luz de luz, Dios verdadero de Dios verdadero. Así declaramos nuestra fe en el Credo, el símbolo que formula la fe y del que vive la Iglesia dando testimonio de Cristo ante los hombres.

Hoy la misión de la Iglesia tropieza con un escepticismo generalizado, con una situación de permanente duda sobre las convicciones más fundamentales de la fe, sin las cuales pierde sentido trascendente la vida del hombre: que Dios nos ha creado por su Palabra, que existía antes del tiempo y estaba junto a Dios y era Dios; que su Palabra se hizo carne y hemos contemplado su gloria, porque el Verbo «habitó entre nosotros» (Jn 1,14); que hemos sid
o salvados en la sangre de la alianza nueva y eterna del Cristo de Dios y que en su muerte hemos sido reconciliados.

Este Jesús, hijo de María y confiado a la fiel custodia de José, es el Hijo de Dios, cuya humanidad fue concebida virginalmente por obra del Espíritu Santo, porque venía de lo alto, venía de Dios y había de volver a Dios al resucitar de entre los muertos. Este Jesús nacido en Belén es el lugar donde Dios ha aparecido para el mundo y en él, en su humillación, al revestirse de nuestra carne, la luz ha brillado para un mundo en tinieblas y sombras de muerte.

Es misión del cristiano dar testimonio de Jesús y llevar al mundo la buena noticia del nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne, para que hombre descreído de hoy encuentre por la misericordia de Dios la firmeza de la fe que le salva. Tomemos como ejemplo a Esteban, que no dudó en afrontar la muerte por Jesús; porque, aunque no hayamos de ser mártires como Esteban, sí hemos de ser testigos. Como Jesús advierte en el evangelio que hemos escuchado, podremos ser perseguidos de una u otra forma por su causa, ser incluso odiados por el nombre de Cristo, pero entonces seremos bienaventurados. Es verdad que los cristianos de hoy no podemos resistir este discurso con demasiada facilidad, pero si somos discípulos de Jesús, hemos de tener presente que no es mayor el discípulo que el Maestro.

Hoy, al celebrar un nuevo aniversario de la restauración de la fe cristiana en los territorios en los que el Evangelio se predicó en libertad y se selló con la sangre de los varones apostólicos, evocamos los orígenes de nuestra historia y, sin descrédito para la fe de los demás, afirmamos nuestra fe en Cristo Jesús, porque de la plenitud de Cristo «todos hemos recibido gracia tras gracia; porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo» (Jn 16-17).

S.A.I. Catedral de la Encarnación

Fiesta de San Esteban Protomártir

 Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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