Homilía en la Fiesta de Nuestra Señora del Rosario de Fátima

Carta del obispo de Almería, Mons. Adolfo González

Lecturas bíblicas: Hech 13,44-52; Sal 97,1-4;Jn 14,7-14

Queridos hermanos y hermanas:

Ha querido la Providencia que esta visita del Obispo a la comunidad parroquial de Níjar coincida con el centenario de las apariciones de la Santísima Virgen en Cueva de Iría en Portugal; y que la memoria agradecida de los fieles congregue hoy en torno a la imagen de Nuestra Señora del Rosario de Huebro. Una imagen tan amada en estas poblaciones del Campo de Níjar, que reúne hoy en torno a ella a tantos hijos suyos, unos originarios de la querida población de Huebro, y otros, cientos de fieles devotos de la Virgen que la honran con particular amor venerando esta sagrada imagen. Por medio de ella, se hace hoy presente entre nosotros la Madre de Dios en medio de esta comunidad, que celebra con gozo estos cultos marianos del mes de mayo y le rinde homenaje.

Nadie puede apropiarse de las imágenes del Señor, de la Virgen María o de los santos, expuestas al culto público de los fieles, porque una pretensión así va contra la misma fe cristiana y desplaza de forma ilegítima lo que el derecho de la Iglesia confía al gobierno del Obispo y de los ministros del culto. Hay en algunos lugares un sentido de apropiación de las imágenes que es contrario a la fe eclesial y representa una desviación doctrinal que aparta de hecho de la comunión de la Iglesia. Una desviación doctrinal, porque no son las imágenes las que otorgan la misericordia divina y la gracia que nos salva, sino el Señor, la Virgen María y los Santos, a los cuales representan. La fe católica no puede amparar un culto que supone una desviación doctrinal que es necesario combatir con firmeza, para devolver el culto a las imágenes a la fe genuina y católica que ampara el culto de veneración por aquello que las imágenes representan.

Las imágenes de la santísima Virgen son siempre amadas, porque es a la Virgen a la que de verdad aman los fieles. La amamos porque ella nos dio al autor de la vida, Jesucristo nuestro Señor, Hijo eterno de Dios, verdadero Dios y verdadero hombre, engendrado desde la eternidad en el seno de Dios Padre y nacido en cuanto hombre de la Virgen María. Madre del Señor, María ejerce una especial maternidad espiritual sobre los discípulos de Jesús. Confesamos en la fe que sólo Cristo Jesús es el Mediador único entre Dios y los hombres, pero la misma fe de la Iglesia nos enseña que «la misión maternal de María para con los hombres de ninguna manera disminuye o hace sombra a la única mediación de Cristo, sino que manifiesta su eficacia» (VATICANO II, Const. Lumen gentium, n. 60).
Dios lo ha querido así al elegir a María como madre de su Hijo, creando con ello una singular relación entre Jesús y María. Por eso, con el mismo amor con el que se entregó en la fe para ser madre del Redentor, ejerce hoy su función de maternidad espiritual sobre la Iglesia y cada uno de sus miembros; y así, después de su asunción a los cielos, la Virgen María «continúa procurándonos con su múltiple intercesión los dones de la salvación eterna. Con su amor de madre cuida de los hermanos de su Hijo que todavía peregrinan y viven entre angustias y peligros hasta que lleguen a la patria feliz» (LG, n. 62).

María sigue acompañando la obra evangelizadora de la Iglesia, y en particular de los ministros del Evangelio, para que la palabra de Dios sea acogida por los hombres y convirtiéndose cada día a Dios, acojan la predicación evangélica y vivan como verdaderos discípulos de Cristo. Con toda justicia se ha llamado a la Santísima Virgen “Estrella de la evangelización”, título que le conviene de forma especial en estos tiempos en los que resuena con fuerza la enseñanza de los papas, que nos llaman a una nueva evangelización de nuestra sociedad. Hemos escuchado en el libro de los Hechos de los Apóstoles cómo Pablo y Bernabé, en su viaje misionero por el Asia Menor se dirigían primero a los judíos, para que escucharan el mensaje del Evangelio y de qué modo el rechazo de la predicación contribuyó decisivamente a extender el Evangelio entre los paganos, llegando al completo escenario del mundo hasta entonces conocido, aplicando a la predicación cristiana las palabras que el profeta Isaías aplica al Mesías, verdadero Siervo del Señor: «Yo te hago luz de las gentes, para que seas la salvación hasta el extremo de la tierra» (Hech 13,46-47; cf. Is 49,6).

Urge hoy proclamar con entera claridad y con valentía el Evangelio, pidiendo sin ambages la conversión a Dios y a Cristo como camino único de salvación. La Virgen Santísima les habló a los pastorcitos de Fátima, hoy canonizados por el Santo Padre Francisco, de la necesidad de la conversión para poder salvarse; motivo por el cual les pedía el rezo del Santo Rosario y la constancia en la oración por la conversión de los pecadores, invitándoles al sacrificio y a la penitencia. La Virgen les pedía aquello mismo que su divino Hijo Jesús había pedido de los que le escuchaban: hacer penitencia por los pecados y suplicar el perdón de los pecadores.

La Virgen María tiene una singular unión con la Iglesia, porque al estar unida en el designio de salvación que Dios ha querido para el mundo a su Hijo Redentor, es modelo de cada cristiano y figura de la Iglesia, cuerpo místico de Cristo. La Iglesia, imitando a la Virgen, desempeña su misión en el mundo y «también se convierte en Madre por la palabra de Dios acogida con fe, ya que, por la predicación y por el bautismo, engendra para una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por el Espíritu Santo y nacidos de Dios»; y al mismo tiempo que madre, igual que María, la Iglesia, a pesar de los pecados de sus miembros, «también ella es virgen que guarda íntegra y pura la fidelidad prometida al Esposo, e imitando a la Madre de su Señor, con la fuerza del Espíritu Santo, conserva virginalmente la fe íntegra, la esperanza firme y el amor sincero» (LG, n.64).

No se puede decir de manera más hermosa de qué modo la Iglesia es, al igual que María, madre y virgen. La Iglesia siempre ha de imitar a María y cada uno de sus miembros, cada bautizado, debe ser así como miembro de la Iglesia imitador de Nuestra Señora, que se duele de las ofensas hechas a Dios y se adhiere a Cristo mediante una conversión a Dios cada día más fiel, acogiendo la voluntad de Dios y llevando el mensaje de la misericordia divina a todos los hombres. La nueva evangelización de nuestra sociedad y cultura exige de cada uno de los fieles dar testimonio del amor misericordioso de Dios, llevando el mensaje de la salvación que Dios ofrece en Cristo a un mundo alejado de Dios por el pecado; para que así se cumplan las palabras del salmo podamos decir que, en verdad, «los confines de la tierra han contemplado la victoria de nuestro Dios» (Sal 97,1).

No es posible, sin embargo, llevar adelante la evangelización de nuestro mundo si nosotros mismos no estamos evangelizados por la palabra viva de Dios, si no hemos progresado en el conocimiento de Cristo y de la voluntad de Dios que es
obra del Espíritu Santo en nosotros. Hemos de tener claridad sobre Cristo, de forma que confesemos que es verdadero Redentor de la humanidad y Salvador del mundo porque es el Hijo de Dios y quien ha visto a Jesucristo ha visto a Dios Padre. Si a Dios nadie le puede ver, el camino para llegar a Dios es Jesús, que nos dice: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14,6), que añade: «Creedme: yo estoy en el Padre y el Padre está en mí» (Jn 14,11).

Hemos de pedir a Dios Padre por medio de María que nos dé el Espíritu Santo para poder conocer a Jesús y convertirnos un poco más al Evangelio cada día. Jesús resucitado no nos ha dejado huérfanos con su marcha al Padre después de su resurrección, sino que nos ha dejado el Espíritu Santo para que nos conduzca a la verdad plena (cf. Jn 14,26; 16,13), y nos transforme interiormente, siendo él el protagonista de nuestra conversión a Dios y a Cristo (cf. Jn 16,8-11).

La Iglesia invoca a María como Esposa del Espíritu Santo, porque María se dejó conducir siempre por el Espíritu de Dios, y también en esto es María figura de la Iglesia, que ha recibido la misión de transmitir el Espíritu Santo. María es la mujer que recibió el Espíritu para que creara en su seno la humanidad de Jesús, que nació de ella, y María estaba con los discípulos cuando descendió sobre ellos el Espíritu Santo que los impulsó a la proclamación del Evangelio, eliminando todo temor y miedo; y para que por la predicación y los sacramentos la Iglesia engendrara nuevos hijos para la vida eterna.
Si queremos imitar a María hemos de pedir de Dios Padre por medio de Jesucristo su Hijo el Espíritu Santo, para que transformándonos interiormente el Espíritu haga de nosotros nuevas criaturas, y demos testimonio ante el mundo del Evangelio, y los hombres vuelvan a Dios y se congreguen en la Iglesia con María la Madre de Jesús. Acudamos a la Virgen para llevarle nuestro deseo de ser mejores cristianos y ofrecerle los sacrificios que haya de costarnos ser cristianos convencidos y capaces de dar testimonio ante los hombres. María acogerá nuestras dificultades y nuestros sacrificios, nuestras penas, lágrimas y dolores para que su divino Hijo los alivie y nos ayude así a superar el mal del mundo mediante la fe. A cambio, ella nos alcanzará de Jesús la alegría de la esperanza cristiana y el ardor de la caridad. Nos ayudará son su maternal intercesión y como mujer del Espíritu orará con nosotros para que recibamos el Espíritu Santo y, con él, el consuelo de Dios y la fuerza necesaria para ser sus hijos y aparecer ante los hombres como discípulos y testigos de Cristo resucitado.

Acogiendo el mensaje de la Virgen en Fátima, que el rezo del santo Rosario nos ayude a meditar en los misterios de nuestra salvación, para mejor identificarnos con Cristo de la mano de María. Que los santos pastorcillos Francisco y Jacinta, que hoy han sido canonizados por el Papa Francisco, obedientes hijos de la Virgen, nos encomienden a Jesús y nos ayuden a mantenernos unidos a María la Madre de Jesús.

Unido al Papa Francisco, yo quiero en esta tarde poner a toda la diócesis a los pies de la Virgen María, y con el Papa decirle: «Tengo necesidad de tenerlos conmigo; necesito su unión (física o espiritual, lo importante es que sea de corazón) para mi ramo de flores … y unidos con “un solo corazón y una sola alma” (cf. Hch 4, 32), poder confiar a todos a la Virgen, pidiéndole susurre a cada uno: “Mi Corazón Inmaculado será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios” (Aparición de junio 1917)» (FRANCISCO, Mensaje de saludo al Pueblo Portugués, 12 mayo 2017).

¡Nuestra Señora del Rosario de Fátima, rogad por nosotros que recurrimos a Vos!

Iglesia parroquial de Santa María
Níjar, 13 de mayo de 2017
I Centenario de las apariciones de la Virgen María en Fátima

+ Adolfo González Montes
Obispo de Almería

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