Homilía en la Cena del Señor

Otro año más estamos aquí alrededor del altar. En esta cena íntima de Jesús para despedirse de sus discípulos, dos días antes de la Pascua Judía. ¿Sabrían los apóstoles que estaban celebrando la auténtica Pascua de reconciliación de Dios con la humanidad?

Los gestos de Jesús, tan conocidos por todos, fueron elocuentes. Estaban celebrando la pascua, una cena ritual, que durante siglos habían repetido el pueblo judío en memoria viva de la liberación de la esclavitud y el regalo de la tierra prometida.

Jesús fue cambiando el ritmo de la cena con nuevos gestos y nuevos significados. El lavatorio purificatorio de las manos, después de la segunda copa, lo convirtió en el signo de mayor entrega y sumisión conocido, la tarea del esclavo que lavaba los pies a su señor. Y una aclaración: “Os he dado ejemplo para que vosotros también lo hagáis”.

Antes de la tercera copa, al final de la cena coge un trozo del pan sin levadura, que el padre de familia reservaba simbólicamente para comer en el camino, en recuerdo de la salida de Egipto, lo bendice y se lo entrega “Esto es mi cuerpo, entregado por vosotros” cambia totalmente el signo y anticipa la muerte en Cruz.

Finalmente, la cuarta copa de la cena judía, se reservaba simbólicamente para el profeta Elías, se colocaba en el centro de la mesa, y se abría la puerta de la casa, para que entrara el profeta Elías y anunciase el fin del sufrimiento, la opresión y la guerra y se volvieran los corazones de los hijos hacia sus padres y de los padres hacia sus hijos, y comenzara el tiempo mesiánico esperado desde siglos por el pueblo de Israel. Fue entonces, cuando Jesús tomó la copa y dijo: “esta es la copa de la nueva alianza derramada por vosotros…” haciendo referencia a la sangre del verdadero cordero pascual sacrificado por su pueblo. El mismo Jesús. ¡Veis qué emoción embargaría el corazón de Cristo! “Llegada la hora de pasar de este mundo al Padre…”  este es el verdadero paso, esta es la verdadera Pascua, para Jesús y para todos.

San Juan establece una relación estrecha y directa entre el amor de Dios al mundo y el amor de Jesús a sus hermanos.  De aquí brota el mandamiento del amor. Y para explicar que no es cualquier amor que podamos inventarnos, como hacemos con tantas cosas, hace una referencia original en el Padre y en el amor que el mismo Cristo nos tiene: “Como el padre me amó, así os he amado yo, amaos unos a otros como yo os he amado”. Aquí no hay ninguna duda amemos con el Padre y su Hijo mayor, nos aman y no hagamos componendas de otro tipo.

Y el mandato: “haced esto en memoria mía”. El sacerdocio, se hace sacrificio, entrega, donación de la propia persona. Ya no es el ser plenipotenciario que ritualiza los sacrificios, es el propio Cordero que se inmola con Cristo cada vez que dice: “esto es mi cuerpo… esta es mi sangre”, haciéndose uno con el Maestro que se entregó sólo por amor.

Al final, en este día, querida comunidad, tenemos el resumen de toda nuestra fe, contenida en una comida de hermanos, una cena de despedida, un memorial de la entrega, del verdadero cordero de Dios que quita el pecado del mundo. Por eso, Señor, cada vez que entorno a tu altar, comemos de tu pan y bebemos de tu cáliz, anunciamos tu muerte, proclamamos tu resurrección hasta que vuelvas. ¡Ven Señor Jesús!

+ Antonio, vuestro obispo

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