Homilía en la ADMISIÓN A ORDENES SAGRADAS de Juan Manuel Orta y Antonio Navarro

Lectura del Profeta Jeremías 1,4-9

4 Aquel día me habló el Señor en estos términos: 5 «Antes de formarte en el vientre materno, yo te escogí; antes de que salieras del seno, yo te consagré, te había constituido profeta para las naciones». 6 Yo respondí: «¡Ah, Señor! Mira que no sé hablar, porque soy demasiado joven». 7 El Señor me dijo: «No digas: «Soy demasiado joven», porque tú irás adonde yo te envíe y dirás todo lo que yo te ordene. 8 No les tengas miedo, porque yo estoy contigo para librarte –oráculo del Señor –». 9 El Señor extendió su mano, tocó mi boca y me dijo: «Yo pongo mis palabras en tu boca».

Palabra de Dios

HOMILÍA

Querida comunidad del Seminario, y sobre todo queridos Juan y Antonio, y vuestras familias y amistades. Un recuerdo agradecido a vuestras parroquias: la Preciosísima Sangre de Aguadulce y san José de los Gallardos.

Hoy nuestra diócesis de Almería da gracias a Dios por vuestra llamada y por vuestra entrega que ahora se hace más patente de una forma especial por estos ritos. Sabéis, por vuestros estudios, que el profeta Jeremías tuvo una arriesgada vida interior. Una existencia llena de persecuciones y luchas interiores que le hacían vivir en una constante tensión para mantenerse fiel.

Cuando contemplaba a su pueblo, que se precipitaban al vacío empujados por sus propios dirigentes (ya sean sacerdotes o políticos), cuando ve la injusticia que sufrían los más débiles y los más pobres, cuando ve la sombra del mal que oscurecía la historia de la salvación de su pueblo… entonces las lágrimas del desconsuelo surgían de sus mejillas. Pero hermanos, el llanto de Jeremías es el llanto del mismo Dios por su pueblo. Un pueblo que le ha vuelto la espalda y ha malgastado los dones que había recibido.

Porque conocéis esta historia, sabéis a lo que hemos sido llamados, tanto vosotros hoy como nosotros un día. Porque conocéis esta historia, sabéis que, aunque os estáis preparado adecuadamente durante varios años, es el Señor quien os ha entretejido y pensado en vosotros, lo cual exige una respuesta distinta a la que exigiría una mera carrera intelectual.

Vosotros habéis sido llamados, como Jeremías, a ser “profetas del corazón de Dios”. Y esto supone mucho más que una sola preparación intelectual. Aprendamos hoy del profeta Jeremías, que Dios le puso sus palabras en su boca, de inexperto joven, para que condujera a su pueblo a la necesidad de una constante renovación, pues habían sido empujados a la catástrofe y al caos, al sinsentido, porque desconocieron a Dios.

Y no se refiere a un conocimiento de la inteligencia, sino del Amor, que está fundamentado en estos tres verbos: te escogí, te consagré, te constituí. Antes de nada, antes de que tu pienses qué voy a hacer con mi vida, antes de que tu programes y decidas tu propia historia. Pero siempre cuenta con nuestra libertad y nuestros peros… Pero Señor, soy aún joven, que puede significar muchas cosas: déjame disfrutar de la vida como lo hacen los demás, no me responsabilices tan pronto, manda a otros. O mira que no se hablar: esta es la negación a la vida profética, a ser testigos del amor de Dios, es la falta de confianza, porque todavía no me he vencido, no me he dejado en sus manos, porque aún confío en mis propias fuerzas y para esa tarea me veo demasiado débil o quizás pecador.

La respuesta de Dios a todas nuestras trabas es siempre la misma: “Yo estoy contigo” nada has de temer.  Otra vez la confianza. Y cuando nuestro corazón cede, cuando se deja tocar por la mano del Señor, es cuando, por si había alguna duda te dice: “Yo pongo mis palabras en tu boca”.

Es entonces, si las palabras son de Dios, que nos envía y nos ordena, si no son nuestros proyectos por muy justificados que nos parezcan, cuando podrás, como Jeremías, anunciar un camino de conversión pastoral –que comienza por nuestra propia conversión personal– para renovar la justicia social, las actitudes personales de los que pertenecen a la comunidad que os han entregado, las situaciones políticas no respetuosas y también el culto. Releer con paciencia a Jeremías nos ayudará mucho para aprender a ser pastores. Eso sí, de él evitemos las subidas de tono y los cabreos, que pertenecen más al Antiguo Testamento, que, a la Imagen de Cristo, el Buen Pastor.

En la oración final de este rito comienza así: Concede Señor a estos hijos tuyos que conozcan y vivan el ministerio de tu amor con plenitud siempre creciente. Este es mi deseo para vosotros y para toda nuestra iglesia de Almería. Amén.

+ Antonio Gómez Cantero, Obispo de Almería

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