Homilía en la admisión a Órdenes Sagradas

LECTURAS DEL 2º DOMINGO DE CUARESMA “C”

Querida comunidad de Garrucha y su párroco José María.

Comunidad del Seminario: Rector y Director Espiritual de Murcia, Rector de Almería, seminaristas. Sobre todo, queridos Raúl y José Antonio, y vuestros padres, hermanos, familiares y amigos. Un recuerdo agradecido a vuestras parroquias: de Macael y de Olula del Río y a vuestros párrocos José Rubén y Federico, y a aquellos sacerdotes que han pasado por vuestra vida. Un agradecimiento especial a los Alcaldes y autoridades que han venido de vuestros pueblos, y a D. Pedro de Garrucha que nos acoge, muchas gracias.

Saludo a las Hermandades, a la Acción Católica y al Coro Parroquial de la Virgen del Carmen junto al de los niños de san Joaquín. A los sacerdotes, al diácono permanente y a los servidores del altar.

Hoy nuestra diócesis de Almería da gracias a Dios por vuestra llamada y por vuestra entrega que ahora se hace más patente de una forma especial por este rito de la Admisión a las Ordenes Sagradas.

Porque conocéis, por vuestros estudios, la Historia de la Salvación, sabéis a qué hemos sido llamados, tanto vosotros como cada uno de todos nosotros que participamos en esta celebración. Porque conocéis esta historia, sabéis que, aunque os estáis preparado adecuadamente durante varios años, es el Señor quien os llama como a Abrahán y piensa en vosotros, lo cual exige una respuesta distinta a la que exigiría una mera carrera intelectual. Vosotros habéis sido llamados, como los profetas y los apóstoles. Y esto supone mucho más que una sola preparación de la mente, sino también del corazón. Aprendamos hoy de la Palabra de Dios.la humanidad está necesitada de personas con visión que sepan llevarnos por caminos de encuentro, de diálogo, de perdón, que sepan trazar puentes entre nosotros y hacia Dios.

Siempre, la humanidad está necesitada de personas con visión que sepan llevarnos por caminos de encuentro, de diálogo, de perdón, que sepan trazar puentes entre nosotros y hacia Dios. ¿Pero, dónde encontrarlos? En este domingo la Palabra de Dios nos ofrece dos clases de personas –sin visión– que pasaron a ser verdaderos testigos: Abrahán, y –no casualmente– los dirigentes de la primera Iglesia: Pedro, Santiago y Juan.

La primera visión le sucedió a Abran, que era un hombre que iba de un lado a otro sin meta, sin visión, sin sentido. Iba preocupado tan solo en sus asuntos. Cuando Dios le cambia el nombre por Abrahán, le había sido concedida también la nueva visión: comenzó el tiempo de su fecundidad, hasta llegar a ser padre de un gran pueblo, tan numeroso como las estrellas del cielo, como las arenas del mar. Quien lo iba a decir siendo hijo de Teraj, que significa: el que engendra muerte. ¿Qué le ocurrió a Abrahán para dar un cambio tan profundo?

Pues que aceptó en medio de su noche la Alianza del Amor. Vio cuando ya no podía ver, porque se confió… “el sol se había puesto y vino la oscuridad y un sueño profundo le invadió y un terror intenso y oscuro cayó sobre él y una antorcha ardiente pasó por el sacrificio”. Aquella noche de su vida recibió Abrahán la fecundidad, como Adán cuando se despertó del sueño, y el fuego de Dios aceptó su sacrificio, el del altar y el de su vida.

La segunda visión les sucedió a los tres amigos de Jesús, Pedro, Santiago y Juan. Aquellos que llamaba para los momentos importantes de su vida: la resurrección de la hija de Jairo, la noche de Getsemaní. Algo muy serio tenía que haber ocurrido para que Jesús decidiera separarse de los demás y subir con ellos a una alta montaña para orar. Jesús iba camino de Jerusalén y se debía enfrentar con la violencia religiosa, el miedo de la noche sin sentido, la injusticia, la calumnia, el abandono, el rechazo de la cruz…”si es posible aleja de mí este cáliz”. Otra vez la muerte… Jesús se entrega a la oración y se convierte él mismo en antorcha ardiente –luz que desde dentro invade su cuerpo y sus vestidos– y su vida es aceptada por Dios, como la de Abrahán, aquella noche.

Los tres amigos –acosados por un sopor intenso, como Abrahán, como Adán, – ven a Moisés y a Elías, que conversan con Jesús sobre su muerte. Este es el tema central del Evangelio de hoy. Moisés el hombre que lucha y que arrastra a su pueblo hacia una tierra de libertad. Y Elías, el profeta que lucha contra toda clase de idolatría, el perseguido por los adoradores de los falsos dioses. Un tema en juego: esclavitud e idolatría, de otra manera, Dios y Salvación. Es decir, los tres conversan sobre el sentido de la vida y de la muerte. Pero en un momento desaparecen. Pedro quisiera retenerlos, pero no entiende que son simple indicadores, no son la solución, ¡se queda Jesús solo!

Los tres se sienten estremecidos por una nube que los envuelve y una voz que les interpela: “Este es mi Hijo, el elegido, escuchadle”. Las palabras les ayudan a superar las dudas, sus tentaciones de abandono, no olvidéis que iban a Jerusalén. Pedro, Santiago y Juan descubren la identidad de Jesús y por tanto el sentido de sus vidas, el sentido del camino que han de recorrer.

Qué gratificante es saber que las personas que dirigieron la primera Iglesia, la iglesia apostólica, fueron creyentes con visión, por ser auténticos testigos, por ser personas que desde las señales del pasado (Moisés y Elías) supieron abrirse al futuro por muy oscuro que éste se prefigurase. Sabían que el Dios comprometido con su pueblo –no como los ídolos– estaría empujándoles hacia la salvación –como Moisés–. Jesús fue para ellos la “antorcha ardiente” en la oscuridad de sus vidas.

El Tabor, no es el monte donde pasar unos días de vacaciones espirituales. Es el espacio del discernimiento, de la superación de las dudas y el afianzamiento en la fe. Es el lugar del encuentro con el Dios Padre y de la escucha de sus palabras esenciales en su Hijo. En el Tabor se superan las tentaciones de mirar atrás, a los tiempos del desierto, ¡hagamos tres tiendas!  Para escuchar sólo a Jesús y con él retomar el camino hacia abajo, hacia la llanura donde está la gente, el sufrimiento humano, el sinsentido… porque el mismo Jesús se abajó, tomó nuestra pobreza y se hizo uno de tantos. Queda clara nuestra misión, como personas y como iglesia, por si acaso tenemos otras tentaciones de poseer, de gloria, o de poder, como vimos el pasado domingo.

Deberíamos descubrir, cada uno de nosotros, en qué momento hay que dejar todo y salir, de la oscuridad de nuestras noches, y subir a lo alto, al encuentro con nuestra historia y con nuestro Dios.

No se trata de un conocimiento de la inteligencia, sino del Amor, que está fundamentado en estos tres verbos: te escogí, te consagré, te constituí, que diría al profeta Jeremías. Antes de nada, antes de que tú pienses qué voy a hacer con mi vida, antes de que tú programes y decidas tu propia historia. Pero siempre cuenta con nuestra libertad y nuestros peros… Pero Señor, soy aún joven, que puede significar muchas cosas: déjame disfrutar de la vida como lo hacen los demás, no me responsabilices tan pronto, manda a otros. O mira que no se hablar: esta es la negación a la vida profética, a ser testigos del amor de Dios, es la falta de confianza, porque todavía no me he vencido, no me he dejado en sus manos, porque aún confío en mis propias fuerzas y para esa tarea me veo demasiado débil o quizás demasiado pecador.

La respuesta de Dios a todas nuestras trabas es siempre la misma: “Yo estoy contigo” nada has de temer.  Otra vez la confianza. Y cuando nuestro corazón cede, cuando se deja tocar por la mano del Señor, es cuando, por si había alguna duda te vuelve a decir: “Yo estoy contigo, no tengas miedo”.

Es entonces, si las palabras son de Dios, que nos envía y nos ordena, si no, son nuestros proyectos por muy justificados que nos parezcan, cuando podrás, anunciar un camino de conversión pastoral –que comienza por nuestra propia conversión personal– para santificar, para renovar las actitudes personales de los que pertenecen a la comunidad que os han entregado, las situaciones políticas no respetuosas, la justicia social y también el culto, el modo de celebrar comunitariamente a Dios. Releed con paciencia el Evangelio, miraros en Cristo, como nos ha dicho la segunda lectura, no en nuestras propias debilidades, y aprenderemos a ser pastores. Eso sí, evitemos las subidas de tono y los cabreos, que pertenecen más al Antiguo Testamento que, a la Imagen de Cristo, el Buen Pastor.

En la oración final de este rito comienza así: Concede Señor a estos hijos tuyos que conozcan y vivan el ministerio de tu amor con plenitud siempre creciente. Este es mi deseo para vosotros y para toda nuestra iglesia de Almería. Amén.

GARRUCHA, 16 marzo 2025

 

+ Antonio Gómez Cantero, Obispo de Almería

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