Homilía del Domingo de Pascua de Resurrección

Mons. Adlofo Gozález Montes, Obispo de Almería.

Lecturas bíblicas: Hech 10,14a.37-43

Sal 117, 1-2.16ab-17.22-23

1 Cor 5,6b-8

Jn 20,1-9

Queridos hermanos sacerdotes y diáconos;

Queridos seminaristas y cofrades de las distintas hermandades;

Hermanos y hermanas:

La Pascua de la Resurrección que celebramos fortalece nuestra fe en Cristo resucitado, renueva nuestra vida cristiana y da un nuevo impulso a la misión de la Iglesia en el mundo. Después del ejercicio de la Cuaresma, el agua que hemos vertido sobre nuestras cabezas hace memoria del bautismo que un día recibimos. Es un agua que renueva en nosotros el deseo de vivir de la nueva vida que Dios nos otorgó en Cristo por el agua del bautismo y la unción con el santo Crisma que nos comunicó el Espíritu Santo.

Esta aspersión del agua adquiere durante toda la cincuentena pascual, de hoy a Pentecostés, el hondo significado de hacer memoria de la renovación de nuestra vida que supuso el bautismo, aunque lo recibiéramos después de nacer, porque el bautismo se realizó con la promesa de la educación en la fe de los que fuimos bautizados de infantes, y fuimos en tierna edad fuimos recibiendo los otros sacramentos de la iniciación cristiana: la Confirmación y la Eucaristía, siendo así incorporándonos progresivamente de forma cada vez más consciente a la Iglesia, en la cual nos introdujo la gracia del bautismo injertándonos en Cristo.

Hoy la celebración gozosa de la resurrección del Señor, después del santo ejercicio de la Cuaresma, viene a fortalecer nuestra fe y a impulsar la misión apostólica, que es tarea de todos los bautizados. Nuestra sociedad necesita el testimonio de los cristianos, para que la palabra de Pedro y de los Apóstoles siga resonando en el mundo. A nosotros Cristo resucitado nos envía a dar cuenta de la vida divina que Dios nos otorga por la muerte y resurrección de Jesucristo. Nos envía a proclamar en nuestra sociedad y cultura que Cristo vive y ha sido arrancado de la muerte por el poder de Dios misericordioso, que ama a los hombres de todas las generaciones y tiene paciencia con todos, «no queriendo que algunos perezcan, sino que todos lleguen a la conversión» (1 Pe 3,9).

La primera lectura de esta misa del libro de los Hechos de los Apóstoles deja en claro que Dios ha querido hacer de los Apóstoles testigos de cómo Dios ha resucitado a Jesús y «lo ha nombrado juez de vivos y muertos» (Hech 10,42), tal como lo habían anunciado los profetas; y cómo por su muerte y resurrección, cuantos creen en Jesús «reciben, por su nombre, el perdón de los pecados» (Hech 10,43). La fe en Cristo trae consigo el perdón, porque la aceptación de la redención de Cristo como don de Dios es fruto de la fe que nos salva. La respuesta a la revelación de Dios, que manifiesta su perdón en la muerte y resurrección de Jesús, es la fe; y el fruto de la fe es el testimonio apostólico: «Nos mandó que predicásemos al Pueblo» (Hech 10,42). Los creyentes somos enviados a comunicar esta Buena Noticia de la salvación en Cristo, aunque no hayamos visto en la primera hora de la mañana de la Pascua el sepulcro vacío, como lo vio Pedro; como el discípulo amado de Jesús lo «vio y creyó, pues hasta entonces no habían comprendido que según la Escritura Jesús tenía que resucitar de entre los muertos» (Jn 20,9). Nosotros creemos por la palabra de los Apóstoles sellada en su sangre, pero creemos asimismo porque Dios nos ha dado la fe en Cristo y la fe nos da la certeza de que vive en el Padre y deja sentir en nosotros su presencia salvadora. Por eso somos enviados también a ser testigos de la v ida del Resucitado.

Somos enviados a comunicar al mundo la Buena Nueva de la salvación, que es la redención como contenido del misterio pascual de Cristo. Si es verdad que la levadura hace fermentar la masa del pan, como dice san Pablo evocando la salida de Egipto de los israelitas, aquella noche en fueron liberados de la esclavitud y no pudieron dejar fermentar el pan porque no tenían tiempo para ello, porque tenían que salir de prisa camino de la libertad; si es así, el Apóstol nos recuerda que la libertad de Cristo requiere de nosotros que retiremos la levadura vieja que da como resultado el pan del mundo pecador y apartado de Dios. Para alcanzar la libertad, los israelitas tuvieron que comer panes ácimos y el Apóstol nos pide que seamos nosotros mismos como panes ácimos. Dice: «Celebremos la Pascua, no con levadura vieja (levadura de corrupción y de maldad), sino con los panes ácimos de la sinceridad y la verdad» (1 Cor 5,8).

Vivimos en una sociedad en la que abunda el mal el pecado, la corrupción y el crimen, el comercio de seres humanos y todo se mercantiliza, también las armas que matan. Una cultura que pone entre paréntesis a Dios es hostil a la religión y al Evangelio, y aunque a veces esta sociedad aplaude los actos humanitarios que pueden realizar los cristianos y apreciar cuanto de bueno podamos hacer en el campo social, el hombre de hoy no está abierto al mensaje de salvación, no acepta de buen grado la llamada a la conversión y al cambio profundo de la vida sin Dios en la que transcurre el día a día de millones de personas. Vivimos en un mundo en el que ser cristiano tiene obliga a afrontar la sistemática beligerancia de un laicismo a ultranza, la oposición de una cultura hostil a la presencia de Dios y de la religión en el ordenamiento social.

Nosotros no reivindicamos una sociedad confesionalmente cristiana, sino abierta a la novedad de la religión, imposible de encerrar en el ámbito de lo privado, porque la religión alcanza la totalidad de la conducta humana y marca la vida, porque el creyente vive y propone en libertad el sentido trascendente de la vida humana, el destino sobrenatural del ser humano. Un derecho que nadie puede coartar y menos los que reivindican supuestos derechos que no lo son, como suprimir la vida de las personas concebidas y no nacidas. Esto sucede en sociedades supuestamente avanzadas, donde campea el laicismo que hace difícil la vida a los cristianos sin poner en riesgo la vida. Hay otros lugares donde millones de los cristianos son marginados y perseguidos por serlo. Unos 135.000 cristianos mueren asesinados cada año por el hecho de serlo, como ha sucedido ahora en Kenia. El acoso de minorías fanatizadas y del fundamentalismo islámico a los cristianos en sociedades donde están en minoría nos interpela a nosotros, cómodamente instalados en una sociedad de bienestar.

Queridos fieles, si la Semana Santa que hoy culmina con la Pascua que empezó con la Vigilia pascual dejara en nosotros el compromiso de una vida cristiana renovada, cuántas cosas podríamos cambiar en esta sociedad. A pesar de la brillantez de nuestras procesiones, mañana volveremos a la vida de cada día en una sociedad en la que sin imágenes en la calle y bajo la presión de una cultura laicista, Dios es puesto entre paréntesis por miles y miles de conciudadanos. ¿Se notará que es Pascua de Resurrección? ¿Cómo comunicaremos a todos que el sepulcro de Jesús está vacío y que Cristo ha sido levantado de la muerte para que nosotros tengamos vida?

La Pascua de Resurrección es nuestro gozo, no dejemos que la noticia que cambia la historia de los hombres se diluya en el fragor de una sociedad vuelta sobre sí misma y ocupada con sus propios intereses, sin otros problemas que los suyos; una sociedad que olvida que sólo la renovación de la vida personal de cada uno de nosotros podría cambiarla en su conjunto.

Por la muerte y resurrección de Cristo, Dios nos otorga su perdón y su gracia; que los dones de lo alto nos ayuden a ser mejores y hacer más humana y digna del hombre la convivencia de todos. Con el perdón de los pecados, la Iglesia otorga por voluntad de Cristo la cancelación de toda pena merecida por el pecado. Que por la bendición apostólica que voy a impart
ir en este día grande de la fe, nos sintamos plenamente reconciliados y capaces de reconciliación. Pidámoslo a la Madre del Señor, a ella que estuvo junto a su cruz, para que acompañe nuestras cruces de cada día e interceda ante su Hijo resucitado; para que Dios que resucitó mediante el Espíritu Santo a Cristo del sepulcro, también mediante el Espíritu Santo aliente en nosotros la fe, haga crecer la esperanza que tenemos puesta en Cristo y nos ayude a vivir la fraternidad que inspira la caridad en todos sus discípulos.

S.A.I. Catedral de la Encarnación

5 de abril de 2015

Domingo de Resurrección

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

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