En la Solemnidad de Santiago Apóstol

Lecturas bíblicas: Hch 4,33; 5,12.27-33; 12, 1-2; Sal 66,2-3.5.7-8 (R/. «Oh Dios, que te alaben los pueblos, que todos los pueblos te alaben»); 2Cor 4,7-15; Aleluya: «Astro brillante de España…»; Mt 20,20-28.

Queridos hermanos y hermanas:

La solemnidad de Santiago Apóstol, Patrono de España, recibe su significación religiosa y eclesial de la palabra de Dios que ha sido proclamada. El evangelio de san Mateo recoge la escena en la que la madre de los dos hermanos Zebedeos, Santiago y Juan, pide a Jesús que los siente uno a su derecha y el otro a su izquierda en su gloria. En el evangelio de san Marcos son ellos mismos los que le piden a Jesús la recompensa por haberle seguido y estar con él. La petición tiene como presupuesto lo que Jesús ya les ha dicho respondiendo a Pedro, que le pregunta por la recompensa que tendrán el y los apóstoles que lo han dejado todo por seguirle, a lo cual Jesús responde: «cuando el Hijo del hombre se siente en su trono en su gloria, vosotros os sentaréis también en doce tronos, para juzgar a las doce tribus de Israel», prometiéndoles que el que haya dejado todo por él «recibirá el ciento por uno y heredará la vida eterna» (Mt 19,28-29). El evangelio de san Marcos añade que todo esto no sucederá sin padecer persecuciones (cf. Mc 10,30).

En el discurso apostólico, cuando Jesús envió a los Doce a anunciar el reino de los cielos, les había prevenido que los enviaba «como ovejas en medio de lobos» (Mt 10,16), aconsejándoles prudencia, después de haberles dicho que debían guardarse de falso profetas, «que vienen a vosotros con disfraces de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces» (Mt 7,15). La llega del reino de los cielos es entendida por los apóstoles y por la madre de los Zebedeos como la instauración de un régimen celestial y teocrático para Israel en el cual los dos hermanos deseaban tener un puesto directivo. Jesús los somete a prueba manifestando que han de sacrificar la propia voluntad y ponerse en manos de Dios, para que cesen en su ambición y, superen la tentación de la rivalidad. El designio de Dios Padre es inescrutable y sólo él distribuye los tronos, no hay otro camino para entrar en el reino de los cielos que beber el cáliz de la pasión, acogiendo la voluntad de Dios para cada uno de ellos, forma de participar en el propio cáliz de Jesús, para que en la obediencia de la fe puedan entrar en el reino de los cielos.

Jesús se refiere al cáliz de su pasión, que por tercera vez acaba de anunciarles proféticamente. La respuesta de los dos hermanos es clara y contundente, y demuestra su valor dispuestos a afrontar con Jesús el sufrimiento y el martirio, pero seguro que no alcanzan a comprender del todo lo que dicen. Ellos han oído a Jesús asegurarles que ha de ser condenado a muerte, pero no entienden el alcance pleno de unas palabras que los desconciertan. La escena de la petición de los mejores puestos en el reino se produce después de la predicción que Jesús hace de su pasión, y si de verdad tuvieran que ser sacrificados no podrían ocupar los puestos que solicitan. ¿Piensan acaso que Dios los librará de los enemigos del Mesías y del reino de los cielos? Sea lo que fuere y les espera, Jesús les responde anunciándoles el martirio y les dice: «Mi cáliz sí lo beberéis, pero sentarse a mi derecha o a mi izquierda no es cosa mía el concederlo, sino que es para quienes está preparado por mi Padre» (Mt 20,23). Sólo el Padre reparte los puestos del reino de los cielos y ellos así han de acatarlo, puesto que poco antes le ha dicho Jesús a Pedro a propósito de la recompensa de quienes le han seguido dejándolo todo: «muchos primeros serán últimos y muchos últimos serán primeros» (Mt 19,30). El gran doctor de la Iglesia oriental, san Juan Crisóstomo, dice que para hacérselo comprender en todo su alcance Jesús les anuncia grandes bienes, al desvelarles que serán capaces de beber el cáliz de su propia pasión aceptando incluso el martirio, pero a continuación y una vez que les ha levantado los ánimos manifestando su grandeza de espíritu, Jesús corrige su petición[1].

El pasaje recoge la reacción de los otros diez apóstoles, que se indignaron contra los dos hermanos Zebedeos (Mt 20,24). San Juan Crisóstomo comenta: «Ya veis cuán imperfectos eran todos, tanto aquellos que pretenden la precedencia sobre los otros diez, como también los otros diez que envidiaban a sus dos colegas»[2]. Por eso, la corrección se hace necesaria, para poner en evidencia que el comportamiento de los apóstoles no puede acomodarse a la lógica del mundo, ni proceder como lo hacen los grandes de este mundo y les dice: «Sabéis que los jefes de los pueblos los tiranizan y los grandes los oprimen. No será así entre vosotros» (Mt 20,25-26). Ellos han de imitar al Hijo del hombre, que «no ha venido para que le sirvan, sino parta servir y dar la vida en rescate por muchos» (Mt 20,28). Seguir a Jesús es imitar su ejemplo, ya que el discípulo no es mayor que su maestro, ni el siervo por encima de su señor (cf. Mt 10,24). El discípulo tiene que tener en cuenta que para el seguidor de la lógica evangélica rigen las palabras de Jesús como criterio: «el que quiera ser grande entre vosotros, que sea vuestro servidor, y el que quiera ser primero entre vosotros, que sea vuestro esclavo» (Mt 20,27).

Acontecida la pasión y muerte de Jesús y consolados los discípulos con las apariciones del Resucitado que los envía a la misión, prometiéndoles su presencia hasta el fin de los tiempos (Mt 28,20), Santiago fue el primero de dar la vida por Jesús siendo el primero de los apóstoles sacrificado por su amor. De esto nos informa el libro de los Hechos, que nos transmite el valor y la fidelidad de los Apóstoles a la misión que el Resucitado les encomendó. No tuvieron miedo a la cárcel con la que les amenazaron los jefes religiosos de los judíos, proclamando el acontecimiento de la cruz y la resurrección de Jesús, en cuyo nombre proclamaron al pueblo el kerigma de la salvación y se presentaron ante el sanedrín, proclamando el kerigma de salvación, el anuncio de la cruz y la exaltación de Jesús a la derecha del Padre como causa de salvación universal. No tuvieron miedo, porque «hay que obedecer a Dios antes que a los hombres» (Hch 5,29), y afrontaron el martirio, y el rey Herodes Agripa hizo decapitar a Santiago (Hch 12,1).

La historia milenaria cristiana de España está puesta desde la primera hora de la evangelización bajo el patrocinio del Apóstol Santiago, de suerte que a él se pueden aplicar las palabras de san Pablo a los corintios: «Ahora que estáis en Cristo tendréis mil tutores, pero padres no tendréis muchos; soy yo quien os ha engendrado por medio del Evangelio para Cristo Jesús» (1Cor 4,15). Santiago ha acompañado nuestra historia cristiana siempre, pero en especial en los momentos difíciles en que la fe cristiana sufrió la agresión de la invasión musulmana que marcó nuestra Edad Media; y ya en los tiempos actuales, la cruda experiencia de nuestra última guerra que dividió a la nación.

No queremos, sin embargo, quedar prisioneros de la nostalgia del pasado histórico, pero para mirar al futuro hemos de tener presente la experiencia del pasado, para no sucumbir a los mismos errores y mantener la fe recibida con acierto. Supliquemos hoy de Dios por medio Cristo Jesús, razón de nuestra vida cristiana, que sepamos ser fieles al Evangelio en las nuevas condiciones de la sociedad y la cultura de nuestro tiempo, unidos a la oración de Santiago por nosotros. Hemos de mantener el espíritu misionero que España ha sabido imprimir a su presencia en las tierras del Nuevo Mundo, evangelizando América y los pueblos hermanos del Oriente lejano y de África vinculados a nuestra historia. Contamos con el arrojo y el valor del Apóstol Santiago como ejemplo a seguir, dejándonos inspirar por el Espíritu Santo en fidelidad al Evangelio sentimientos de concordia, acompañados por una voluntad renovada de testimonio fraterno y humanizador.

Mirando hoy al sepulcro del Apóstol en Compostela, pidamos su intercesión por las Iglesias de España y supliquemos la paz social y la fraterna convivencia de todos los españoles, acogiendo a cuantos han venido hasta nosotros buscando un bienestar digno del ser humano, para convivir en unidad y colaborar juntos en la construcción de una sociedad justa y libre, fundada sobre el respeto a los derechos de todos. No es fácil lograrlo, cuando se cede a los egoísmos y los intereses ideológicos que amenazan la libertad de la conciencia y reprimen las manifestaciones legítimas de la fe religiosa. Cuando algunos pretenden destruir el símbolo de la cruz, es necesario decir que suprimiendo su presencia se hiere gratuitamente la libertad religiosa y se niega lo que es históricamente real: que Cristo fue injustamente clavado en la cruz y que la cruz ampara por esto mismo a cuantos han padecido en el pasado o sufren hoy la injusticia de hombres.

Los símbolos religiosos pueden estar afectados de los pecados de los hombres, pero por su propio valor religioso contribuyen a la redención de cuantos por la fe aspiran a ser liberados de la muerte por la sangre de Cristo que nos redimió con su cruz. En ella murió el Hijo de Dios «reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta las transgresiones de los hombres» (2Cor 5,19). Sabemos, como nos recuerda san Pablo que «este tesoro lo llevamos en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros» (1Cor 4,7). Proclamamos el “evangelio de la reconciliación” sabiendo que nosotros mismos somos pecadores y necesitamos la redención en Cristo que proclamamos.

Los cristianos sabemos bien que la persecución religiosa acompaña la predicación del Evangelio, porque los hombres siempre tendrán pretexto para oponerse a la predicación, pero en la medida en que los cristianos somos perseguidos se manifiesta la fuerza de la cruz. La cruz es signo de contradicción porque lo es el que en ella murió, el mismo que resucitó para que también nosotros resucitemos. La sangre de Santiago fue la primera en ser vertida por Jesús entre los apóstoles y su fruto ha sido nuestra propia fe. Pidamos hoy por su intercesión que España y los pueblos hermanos a los España llevó el Evangelio se mantengan fieles a Cristo.

S.A.I. Catedral de la Encarnación

25 de julio de 2021

+ Adolfo González Montes

Obispo de Almería

[1] San Juan Crisóstomo, Homilías sobre el evangelio de san Mateo: Homilía 65, 2-4: PG 58, 619-622.

[2] Ibid.

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