La mirada no puede ser más que contemplativa. Los silencios, un enjambre de preguntas. Los pasos, arrastrando desventuras. Penumbras tenuemente iluminadas. Olor a cera y a incienso. Sonido acompasado de notas hermanadas. Ritmos cadenciosos. Latidos contenidos. Espacios místicos de luces en penumbras. Agudeza visual. Silencio de una respuesta callada. Luego una voz que manda. Arriba el misterio. Hasta el cielo con la fuerza costalera. Ojos profundos rasgados tras la tela. No hay solitarios soliloquios. Nada es igual que otro día. Solo hermandades abriendo los senderos. Y en los márgenes, miradas compasivas. Los niños, absortos, mientras la procesión discurre como el agua mansa. Almería se apasiona en Semana Santa.
Ante la Catedral, un brote de quinientos años. En la puerta ¡Escucha! El Cristo, te mira a ti, hacia la calle. Espera a que se aproxime el paso. Todos somos prójimos. Todos nos aproximamos. Frente a frente, se hace de nuevo el silencio. Las bandas callan. Se frenan las filas y todo para. Momento para sentir el corazón. Solo el tintineo de las velas y las nubes de incienso. Espacio para la cordura. Y la pregunta primigenia de todo un Dios sorprendido: ¿Dónde está tu hermano? Y una respuesta evasiva. Y los sufrimientos del mundo se hacen imagen, embellecida. Pena, dolor, prendimiento, cautiverio, angustia, flagelación, desamparo, lágrimas, amargura, muerte, sepulcro, soledad… y abandono, mucho abandono. Almería escucha el latido comunitario de la Casa Madre.
Tenemos muchos frentes abiertos. No son de acogida, de puertas abiertas, son de guerras interiores y exteriores. En la soledad, en el silencio, el vuelo del Espíritu irrumpe en humildad, paciencia, unidad, paz, misericordia, amor, esperanza, oración, redención, consuelo, fe, caridad y vida. Una estrella que ilumine nuestra oscuridad, un rosario de buenos propósitos para cambiar este mundo que agoniza.
Comenzó todo con palmas y ramos. Una apoteosis de entusiasmo proclamando al ungido, al rey de reyes, al que viene en el Nombre del Señor. Y el clamor popular se silencia para volver a los negocios de cada día. Son estrellas fugaces que enardecen el corazón arrastrado por las masas. Y llegan las noches, una tras otras, que barruntan la tragedia. Los que le seguían aún no entendían nada. Y les pide preparar en intimidad una cena. Adelantar la memoria de la Pascua. Hacer realidad en un cáliz de vino y en un trozo de pan, el verdadero paso de la esclavitud a la libertad. Una Nueva Alianza, un nuevo Cordero entregado para siempre. Todo se ha cumplido. La historia de la salvación se fragua en el silencio de la oquedad de un huerto. Almería espera los cielos nuevos y la tierra nueva.
Y amaneció aquel día… el primero de la semana. Preparaban las mujeres ungüentos de mortajas. Se reunieron los que habían huido y traicionado en la sala de arriba. La misma de la última cena, la del amor, hecho servicio y entrega. Se convirtió en escondrijo para el miedo. Y no volvió ya nunca más uno de ellos. Algunas mujeres nos alborotaron, dijeron. Estallaron los almendros. La vida floreció en primavera. El surco del huerto donde enterraron su cuerpo engendró el más hermoso fruto de la historia. Y la Vida Resucitada salió por los caminos a su encuentro. Volvió la luz a sus ojos y a los nuestros. Descubrimos el sentido de tanto dolor y sufrimiento. Y como una ráfaga de fuego se extendió a los cuatro vientos. Cómo ardía nuestro corazón, comentaban entre ellos. Y fueron luz y palabra viva, y amor derramado, y perdón y ternura… Almería, para el que comprenda, ¡esto hay que celebrarlo!
¡Ánimo y adelante!
+ Antonio, vuestro obispo