Homilía del obispo de Almería, D. Adolfo González Montes, en la fiesta de San esteban, aniversario de la entrega de la ciudad de Almería y sus tierras
Homilía en la Fiesta de San Esteban Protomártir
Aniversario de la entrega de la ciudad de Almería y sus tierras
Lecturas bíblicas: Hch 6,8-10; 7,54-59. Sal 30,3-4.6-8. 17.21 (R/. «A tus manos, Señor, encomiendo mi espíritu»). Aleluya: Sal 117,26-27 (v. «Bendito el que viene en nombre del Señor; el Señor es Dios: él nos ilumina»). Mt 10,17-22.
Queridos hermanos y hermanas:
La fiesta de san Esteban va unida en nuestras tierras a la entrega de la ciudad de Almería y su comarca a los Reyes Católicos. Damos gracias a Dios por la restauración de la cristiandad en un escenario histórico geográfico en el que la civilización cristiana había comenzado, fruto de la predicación evangélica, en el tránsito del siglo I al II después de Cristo. Pronto se desarrolló hasta configurar una sociedad inspirada por el Evangelio de Jesucristo cuyo dinamismo y estabilidad fueron interrumpidos por la invasión musulmana a comienzos del siglo VIII. En aquella sociedad hispano-visigótica la vida cristiana conoció una floración tan amplia como para alcanzar la unidad de la nación, una realidad progresiva que sancionó el III Concilio de Toledo en el año 589. En este concilio fue superada la división religiosa provocada por la herejía arriana y haciendo del cristianismo católico de la mayoritaria población hispanorromana la religión de todo el reino. El arrianismo traído por los visigodos no reconocía la divinidad de Jesucristo profesada por la Iglesia católica hispanorromana y la población de toda la península evangelizada desde la predicación apostólica. En concilio España se convertía en una nación católica, en lo que tuvo una influencia grande el gran impulsor del catolicismo frente a la herejía, el arzobispo de Sevilla san Leandro, hermano de quien le sucedería en la sede hispalense, el último de los santos padres de occidente, el eminente sabio y pastor san Isidoro.
Hoy, en una sociedad plural y muy diferente en los usos de gobierno de aquella sociedad en la que hispanorromanos y visigodos dieron origen a la nación española, no podemos ciertamente tener nostalgia de tiempos pasados, porque somos hijos de nuestro tiempo y hemos de afrontar los retos de nuestra sociedad y las exigencias actuales de la misma. Sin embargo, no podemos ignorar este pasado histórico de la fe cristiana en España, porque no sólo es es importante para comprender nuestra historia, sino porque es parte de la misma; como es parte de nuestra historia la voluntad de los reinos medievales de España para restaurar la unidad cristiana perdida con la invasión musulmana, y sin esta voluntad histórica no se hubiera dado nuestro presente. Soterrar y sepultar este pasado como si no hubiera existido nos impide comprender nuestra propia historia, cediendo a la tentación de construir una identidad de nosotros mismos ilusoria, mediante una ruptura suicida con nuestra propia trayectoria histórica.
La población hispano-mozárabe soportó siglos de soterramiento y padeció la persecución por causa de la fe que ha dado lugar al martirologio de esta época. Este acoso que padeció el cristianismo hispano-visigótico prolongó en el tiempo la persecución padecida por la Iglesia desde los comienzos apostólicos, la persecución que narra el libro de los Hechos de los Apóstoles en la cual fue abatido el protomártir cristiano san Esteban. Era uno de los siete diáconos instituidos por los Apóstoles, institución en la que tiene su origen el diaconado como ministerio eclesiástico al que se accede mediante el sacramento del Orden.
La persecución comienza en Jerusalén al oponerse frontalmente las autoridades judías al anuncio de los apóstoles de la resurrección de Jesús. Los apóstoles fueron llevados ante el sanedrín, el consejo de gobierno religioso de los judíos, al ver que la predicación de la resurrección de Jesús hacía crecer el número de discípulos cristianos. Primero fueron reprendidos y azotados y finalmente encarcelados, para ser liberados poco después. En este clima de persecución aconteció la institución de los diáconos destinados en principio a ocuparse de la intendencia y reparto de las ayudas y alimentos a las viudas y necesitados del grupo de cristianos helenistas venidos de los gentiles. Vemos que Esteban, el primero de los diáconos referidos en la lista de los siete (cf. Hch 6,5), no sólo se ocupa de la administración, sino que también, al igual que los apóstoles, predica y proclama el evangelio, del mismo modo que lo hará Felipe, mencionado en segundo lugar y otro de los diáconos evangelizadores que encontramos en el Nuevo Testamento. La elocuencia de Esteban y el poder de su argumentación histórica y religiosa es tal que sus enemigos no pueden resistirlo por envidia, pues se lleva a la población tras de sí no sólo de los judíos residentes en Jerusalén sino de los prosélitos venidos en peregrinación. El texto sagrado dice que «no lograban hacer frente a la sabiduría y al espíritu con el que hablaba» (Hch 6,10). La rabia de tener que soportar las denuncias del joven diácono, que les recrimina con fuerza y valor, les provoca hasta la violencia con que quieren reprimir su palabra. Esteban les dice: «¡Duros e incircuncisos de corazón y de oídos! Vosotros siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres» (Hch 7,5).
Esteban pone el dedo en la llaga y el paralelismo que san Lucas establece entre Jesús y Esteban no sólo se refiere a la predicación crítica con la religiosidad de los escribas y fariseos, sino que incluso la muerte del discípulo es presentada en paralelismo con la muerte de Cristo. Jesús recrimina a los maestros de la ley con duras palabras: «¡Ay de vosotros, que edificáis mausoleos a los profetas, a quienes mataron vuestros padres!» (Lc 11,47). Lo mismo hace Esteban uniéndose a la suerte de su maestro en la muerte a manos de los perseguidores. Contempla la gloria de Jesús al lado del Padre poco antes de morir: «Veo el cielo abierto y al Hijo del hombre de pie a la derecha de Dios» (Hch 7,56). Cuando Jesús fue juzgado por el sanedrín, el sumo sacerdote preguntó si era o no el Cristo, y Jesús, refiriéndose a su glorificación con su muerte y resurrección, respondió: «Si os lo digo, no me creeréis; si os pregunto, no me responderéis. De ahora en adelante el Hijo del hombre estará sentado a la diestra del poder de Dios» (Lc 22,68-69). Los perseguidores, que habían dado muerte a Jesús, comprendieron de inmediato que Esteban confesaba que Jesús había sido glorificado y, por su muerte y resurrección, exaltado por Dios a la gloria, tal como lo confesamos nosotros en el Credo.
Al oír a Esteban, se abalanzaron sobre él y, como a Jesús, que fue muerto en la cruz fuera de la ciudad santa, «lo empujaron fuera de la ciudad y se pusieron a apedrearlo» (Hch 7, 57). El paralelismo llega incluso a las palabras del mártir exánime que muere perdonando como Jesús a sus verdugos. Lo hemos escuchado en el fragmento leído: «Señor Jesús, recibe mi espíritu. Luego, cayendo de rodillas, lanzó un grito: Señor, no les tengas en cuenta este pecado. Y con estas palabras expiró» (v. 58). Los evangelistas san Mateo y san Marcos dicen de la muerte de Jesús: «Y Jesús, dando de nuevo un fuerte grito, exhaló el espíritu» (cf. Mt 27,50; cf. Mc 15,37). El evangelio de san Lucas, al narrar la muerte del Señor, recoge dos de las siete palabras que son las mismas de Esteban: primero, Jesús excusa a sus verdugos: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen» (Lc 23,34); y después, las palabras que repite Esteban con las que Jesús expira son las mismas con las que muere Jesús: «Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu» (v. 46).
Este paralelismo pone de manifiesto que, conforme a lo que había dicho Jesús, prediciendo las persecuciones de las que serían objeto los discípulos: «No es mayor el discípulo por encima del maestro» (Lc 6,40; cf. Mt 10,24). En el evangelio de san Juan se nos transmiten estas palabras de Jesús: «El siervo no es más que su señor. Si a mí me han perseguido, también os perseguirán a vosotros; si han guardado mi palabra, también guardarán la vuestra. Pero todo esto os lo harán por causa de mi nombre, porque no conocen al que me ha enviado» (Jn 15,20-21).
La celebración del martirio de san Esteban, el primero de los discípulos del Señor de dar la vida por él y por el Evangelio, nos enseña que la configuración con Cristo siempre exige sacrificar la autoestima y la afirmación de uno mismo —algo que se ha vuelto en obsesión enfermiza en nuestra sociedad—, hasta el derramamiento de la sangre por Cristo, si fuera preciso. Jesús advirtió de la necesidad de renunciar a sí mismo, para salvar la vida. Negarse a sí mismo y seguirle: «porque quien quiera salvar su vida, la perderá; pero quien pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará» (Mc 8,359). La mayor caridad estriba en la generosa entrega de la vida por Cristo, por lo cual el gran padre de la Iglesia africano san Fulgencio de Ruspe comentará como imitador de Cristo: «Así, pues, la misma caridad que Cristo trajo del cielo a la tierra ha levantado a Esteban de la tierra al cielo. La caridad, que precedió en el Rey, ha brillado a continuación en el soldado»[1].
Jesús nació bajo el signo de la persecución de Herodes, teniendo que emigrar la Sagrada Familia para poder salvar al niño. Como había profetizado el anciano Simeón: «Éste ha sido puesto para que muchos en Israel caigan y se levante, y como signo de contradicción» (Lc 2,34). El dramatismo de la persecución alcanza fuertes trazos en el evangelio de san Mateo que hemos escuchado, pero Jesús alienta el ánimo de sus discípulos: «Todos os odiarán por mi nombre: el que persevere hasta el final, se salvará» (Mt 10,22).
Los cristianos son perseguidos en el mundo, las cifras estadísticas y los padecimientos estremecen. El cristianismo es la religión más perseguida, sufriendo los cristianos en algunos países situaciones de represión política que conculcan, con otros derechos humanos, el derecho a la libertad religiosa. En algunos lugares es cotidiana la represión amparada por leyes discriminatorias, que no pueden asimilarse a un orden jurídico basado en los principios democráticos. La persecución en occidente tiene otro rostro, pero no es menos real[2]. El laicismo ideológico ejerce una presión beligerante, frecuentemente en alianza con grupos políticos anticristianos. Hay grupos violentos que recurren a los grafitis y a la multiplicación de insultos; y no son pocos los asaltos a los actos de culto en los templos, agresiones a personas religiosas, profanaciones de la santísima Eucaristía y de las sagradas imágenes, descalificaciones por principio de los ministros sagrados y el fomento de lobbies anticristianos, difundidos por diversos medios y publicitados por grupos afines de medios de comunicación y redes sociales.
Pidamos al Señor que, por intercesión de san Esteban, sostenga a los cristianos que sufren persecución por su fe, para que puedan mantener con coraje y paciencia el testimonio de Cristo, confesando que Jesús es el único Salvador del mundo; anunciando que el nacimiento del Hijo de Dios en nuestra carne nos ha abierto el camino de la participación gozosa de la vida divina, porque para obtener para nosotros la vida sin fin y feliz en Dios el que era eterno e invisible quiso hacerse mortal y visible, asumiendo nuestra naturaleza humana.
S.A.I. Catedral de la Encarnación
26 de diciembre de 2020
X Adolfo González Montes
Obispo de Almería
[1] San Fulgencio de Ruspe, Sermón 33, 1-3: CCL 91 A, 905-909 (de la liturgia de las Horas: Oficio de la fiesta de San Esteban).
[2] Cf. El informe sobre España en Fundación Ayuda a la Iglesia Necesitada-ACN España, Libertad religiosa en el mundo. Informe 2018 (Königstein/Ts. 2018) 226-229.